No se escandalicen tanto los cristianos católicos, apostólicos y romanos, por la avalancha homosexual que les está cayendo encima. Todo está pensado y calculado, haya calma: en un par de décadas, lo anormal será lo hetero en el seno de la iglesia. El papa Bergoglio está ahí para eso, puesto por los que mandan para iniciar la fábrica de una iglesia apropiada y tan cómoda para los gays, las lesbianas y demás letras del abecedario no binario. Tampoco se quejen los creyentes tradicionales, los de toda la vida, porque esa soberana mayoría tiene abandonada en la práctica a su iglesia, el templo y la norma de vida, olvidada la doctrina y sustituido el rito por las pompas sociales del bautizo, la primera comunión, la boda y el sepelio; para lo demás, como los protestantes, cada uno a su criterio y mejor conveniencia y tan sobrados sin cura que les predique. Para el creyente medio, la iglesia católica en occidente, desde hace mucho, es una especie de organizadora de eventos que pone lo más sustancial y vistoso de la fiesta, con altar y flores y toda la hostia. Y el vivo al bollo y sobre los demás detalles Dios dirá y elegirá a los suyos.
La semana pasada se han rasgado las vestiduras —algunos—, porque el cura de no sé qué pueblo ha bendecido la unión de una pareja homosexual, eso sí: observando el protocolo más o menos establecido por el Vaticano para estos casos; también hubo gresca porque las clarisas de Belorado parece que se escinden de la autoridad eclesiástica y se han alistado en la iglesia cismática de un obispo que dice misa en latín, con Franco presidente. ¿Qué quieren y qué esperaban? Cuando una casa está vacía y en ruinas se cuelan los ratones primero y los vagabundos después. Pero claro, momento llegará —está llegando— en que alguien va a encargarse de la limpieza y rehabilitación del palacete, y los gays católicos del mundo, que son muchos, están dispuestos a doblar el lomo por la causa: tener una fe y una iglesia a su medida. Los demás, los que se quejan, ¿estarán dispuestos a la misma batalla? ¿Verdad que no? Pues no se quejen tanto y háganse a la idea: en veinte años, las jornadas del orgullo lgtbiq+ se iniciarán con misa solemne y bendición urbi et orbe. ¿Qué no? Al tiempo.