La noticia de la precampaña a las Elecciones Municipales ha sido, sin duda, las presuntas maquinaciones de la oficina económica del presidente Zapatero, que estaba por entonces bajo la dirección del actual candidato socialista a la alcaldía de Madrid, Miguel Sebastián, para influir en las decisiones de la CNMV. Sólo la gravedad de este escándalo ha logrado que las polémicas declaraciones de otro Sebastián, Arzobispo de Pamplona para más señas, hayan quedado en un discreto segundo plano.
Los hechos: el pasado 17 de marzo Monseñor Fernando Sebastián Aguilar dictó una conferencia “fuera del contexto electoralista", en la ciudad de León, sobre la iglesia Católica española y la política, que también fue reproducida en la página web del arzobispado. En un alarde de honestidad, se hacía allí referencia al valor político de algunos partidos que se mantenían fieles a la doctrina social de la Iglesia en su totalidad. La osadía llegaba al punto de citar algunos nombres: Comunión Tradicionalista Católica (yerra Monseñor, pues en realidad se trata de la Comunión Tradicionalista Carlista), Alternativa Española, Tercio Católico de Acción Política y Falange Española de las JONS.
Como remate tremendista del lance añade el prelado: "tienen [estos partidos] un valor testimonial que puede justificar un voto. […] no tienen muchas probabilidades de influir de manera efectiva en la vida política, aunque sí podrían llegar a entrar en alianzas importantes si consiguiesen el apoyo suficiente de los ciudadanos católicos". En un contexto en el cual "los grandes partidos, los que rigen la vida social y política, son todos ellos aconfesionales, algunos radicalmente laicos y claramente laicistas", estos partidos “testimoniales” son “dignos de consideración y apoyo”.
¡Olé! Este razonamiento de Monseñor Sebastián es propio de la inteligencia que se le supone por su alta dignidad eclesiástica y responde, según se puede adivinar, al estado de ánimo latente en una parte de la feligresía católica española.
Lamentable que el miedo o las presiones (mediáticas y puede que de algún otro tipo) han quebrado finalmente la fe en su propia y sólida argumentación, viéndose en la necesidad de “aclarar” qué quiso decir en su exposición, por otra parte tan clara: “[…] no votéis a quienes propugnen directamente acciones claramente inmorales (aborto, eutanasia, leyes antifamiliares)” y promuevan la "verdadera epidemia de homosexualidad"
Sirviéndose a modo de burladero de la calculada ambigüedad de algunos de sus juicios de valor, el Arzobispo Sebastián se ha parapetado de lo que inmediatamente después se le ha venido encima. Patéticamente ha declarado hace unos días en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid que no, que no se trata de pedir el voto para esos partidos que mantienen su fidelidad al magisterio de la Iglesia, que tal cosa no es posible porque hay dudas sobre su sincero respeto a los valores democráticos y al constitucionalismo, que como mucho se les puede considerar sujetos de “alguna” consideración y respeto.
Si hay algo de lo que abomina la jerarquía católica española es, al parecer, de la etiqueta ultraderechista. La identificación de la Iglesia con postulados políticos de ese corte levanta la indignación de Monseñor Sebastián: tal afirmación supone "un desconocimiento de lo que ha sido la Iglesia católica para el advenimiento de la democracia en España". Es más, "hay muchos católicos que quieren ser progresistas en un país donde ser progresista es estar de buenas con el PSOE".
Pero lo cierto es que, mientras el Arzobispo de Pamplona se asfixia a sí mismo intentando nadar y guardar la ropa al mismo tiempo, España acaba de ganar -rodeada de la máxima dignidad democrática, eso sí- la primera posición europea en número de abortos.
La jerarquía católica, con sus tibiezas y sus diplomacias cortesanas, comienza a ser cómplice de esta situación que ella misma denuncia. Según la resolución de la polémica ideada por Monseñor Sebastián es aceptable votar a partidos que no se adapten totalmente a la moral católica… pero siempre es mejor que hacerlo a partidos no democráticos, por más que se declaren inspirados por la Doctrina Social de la Iglesia. ¡Qué enorme contradicción!: ¿se puede acaso denunciar los efectos perversos de la secularización de la sociedad y dar un apoyo tácito a los partidos que la están promoviendo?
Tácitamente, la Iglesia reconoce el triunfo final de ese laicismo que tanto les aterra: la prevalencia de los valores civiles de la Constitución sobre los valores morales y espirituales de la fe. Ellos sabrán.