Y la nueva Reconquista, la que España ha emprendido bajo la égida de las huestes capitaneadas por Santiago Abascal, tampoco se ganará en una sola batalla, sino a través de una larga guerra —incruenta, es de esperar, aunque nada se puede asegurar nunca en la Historia. Empezó dicha guerra en octubre de 2017 con la victoria que representó la reacción popular en las calles ante el golpe de Estado separatista de Cataluña, prosiguió con otra victoria en Andalucía el 5 de diciembre de 2018 y continuó con la victoria que ha representado el constante, multitudinario y fervoroso desarrollo de VOX desde entonces y a lo largo de la reciente campaña electoral.
Concluyó ésta con lo que, en cualquier otra circunstancia, sería considerado como una extraordinaria victoria: ¡ahí es nada pasar, al primer envite electoral, de cero a 24 diputados! Aún recuerdo cuando, antes de las elecciones andaluzas, todo el mundo consideraba que el mero hecho de que un partido de “extrema-derecha-fascista-xenófobo-y-racista” irrumpiera con un solo diputado en el palacio de la carrera de san Jerónimo constituiría un auténtico terremoto que sacudiría los cimientos mismos del actual régimen. Sin embargo, dadas las enormes esperanzas despertadas, los 24 diputados obtenidos este domingo constituyen algo que todos los patriotas sentimos esta noche como una amarga derrota.
Lo es en parte, y no somos nosotros unos cobardicas que vayamos a ponernos paños calientes. Lo es, sobre todo, porque ello significa que
El Frente Popular de socialistas y podemitas unidas, contando con el apoyo de separatistas catalanes y vascos, nos someterá durante otros cuatro años a su opresión y podrá llevar a España al borde mismo de su desintegración.
el Frente Popular de socialistas y podemitas unidas, contando con el apoyo de separatistas catalanes y vascos, nos someterá durante otros cuatro años a su opresión y podrá llevar a España al borde mismo de su desintegración.
¿Por qué ha sucedido ello? Simplemente porque no se vuelca en 40 días, ni en 40 semanas, ni en 40 meses el trabajo de zapa y demolición ideológica que el conjunto de liberales de derechas y de progres de izquierdas llevan emprendiendo desde hace 40 infaustos años no sólo contra España: contra las bases mismas de la civilización; contra la muerte, digámoslo con un solo término, que se denuncia en el Manifiesto contra la muerte del espíritu y de la tierra que da título a este periódico. Y si quienes emprenden semejante labor de demolición, si quienes han realizado y siguen realizando este auténtico lavado de cerebro de nuestro pueblo, tienen en sus manos —por amable dejación de los señores del Partido Popular hoy en demolición— la totalidad de los medios de comunicación televisivos, así como la mayoría de los medios escritos y radiofónicos, si ello es así, es evidente que serán muchas y largas las batallas que habrá que seguir librando hasta acabar ganando la guerra que salve tanto a España como a nuestra civilización.
Esta guerra —la de los patriotas contra los apátridas— no debe tener como exclusivo campo de batalla el de la contienda política.
Pero esta guerra —la de los patriotas contra los apátridas— no debe tener como exclusivo campo de batalla el de la contienda política y las instituciones que le son propias. Esta guerra se debe librar en el terreno mismo donde el enemigo ha implantado sus reales: en las mentes y en la sensibilidad de nuestra gente. Esta guerra debe ser también una guerra eminentemente cultural, “metapolíticia”, como se la denomina.
He ahí, sin duda, la principal lección que todos los patriotas en general, y las huestes de Santiago Abascal en particular, debemos sacar esta noche triste: triste como la noche triste que vivió Hernán Cortés en México y que consiguió convertir, como lo conseguiremos nosotros, en luminosa victoria.
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