¡Ya está! Desde hace tiempo se temía que lo hicieran, y ya lo han hecho. Invocando “la multiculturalidad de la sociedad catalana” que fomenta con todas sus fuerzas, la Generalidad de Cataluña acaba de aprobar en escuelas catalanas la paridad de enseñanza del árabe y el español, al tiempo que el catalán se mantiene como la única lengua vehicular con la excepción de algunas horas concedidas a las lenguas extranjeras o consideradas tales: el español, el inglés y ahora el árabe.
Así es como cuatro importantes centros docente de la “nación catalana” (como la denominan) ya han introducido en sus planes de estudio el mismo número de horas para el árabe y el español (dos horas a la semana para cada lengua). Cabe destacar que, si bien no han aplicado aún estas medidas concretas de apertura a los “hermanos árabes”, los jesuitas de Barcelona (en particular, su centro del barrio de El Clot) están sumamente implicados en todas las políticas de desintegración multicultural. No por nada constituyen la avanzadilla pedagógica de las mismas, siguiendo por lo demás la orientación propugnada por aquel de los suyos que se halla al frente del Vaticano.
Sabido es desde hace tiempo (en fin, sabido es…: se sabe en España, pero se ignora por lo general en Europa, especialmente en los medios identitarios): los independentistas catalanes se caracterizan por un extraño fervor identitario (pero que es falso, en la medida en que posterga la mitad española de la identidad catalana). Su gran fervor identitario se mezcla, en efecto, con los peores excesos del espíritu antiidentitario: mundialista, multiculturalista e individualista. Todo el desmoronamiento nihilista, toda la delicuescencia en la que se diluyen nuestros posmodernos tiempos: es ello lo que constituye su auténtico santo y seña. Y así, todo cuanto hay en Cataluña de feminista exacerbado, de izquierdista radicalizado, de ideólogo de género asexuado, de transhumanista animalista, de inmigracionista sustituyente (“¡Españoles fuera! ¡Refugiados bienvenidos!, gritaban recientemente –en español, por cierto…– en una manifa) encuentra su lugar en las filas independentistas. Al lado, es cierto, de los burgueses de toda la vida, que fueron los primeros en poner en marcha la secesión… y corren el riesgo de hacerse devorar por las hordas izquierdistas, al igual que sus padres y abuelos fueron devorados y masacrados por el terror rojo desencadenado en la guerra civil.
Se plantea sin embargo un interrogante. ¿Hay verdaderamente una contradicción insuperable entre toda esta delicuescencia liberal-libertaria y la aspiración a una independencia que rompería a la vieja y gran nación que es (o fue) España? ¿O hay, por el contrario, una secreta connivencia entre ambas cosas? ¿No nos encontramos ante la connivencia de quienes tratan de disolver todos los vínculos y lazos a fin de alcanzar ese gran amontonamiento de átomos flotantes al albur de sus caprichos en que consiste una sociedad posmoderna, “liberada” y “abierta”… a la nada? Lo que está en marcha, ¿no es el empeño por romper todos los cimientos que vertebran al mundo: desde la familia hasta el Estado y la nación (sustituidos por una multitud de inconsistentes simulacros de miniestados-nación), al tiempo que se intentan quebrantar hasta las bases antropológicas más simples: el simple hecho de ser hombre o mujer?
No cabe duda de que George Soros, gran proveedor de fondos del independentismo catalán –ya ha quedado más que probada la intromisión en los asuntos catalanes de su Open Foundation Society– respondería afirmativamente.
© Boulevard Voltaire
(Traducción del autor)