Un mar del color del vino y del oro inundó, el pasado domingo, la plaza de Colón, otra vez. Y volvieron a sonar los cascabeleros sones de las tonadillas patrias, de los ardores guerreros. Fue la demostración de fuerza de quienes no la tienen, de las clases medias desposeídas y de la nación que sus dirigentes se esfuerzan en malbaratar a retazos. Este tipo de manifestaciones alegran a quienes en ellas participan y suben la moral de la tropa, son actos de afirmación nacional, como se decía en otros tiempos. Sobre todo, se manifestaba el rechazo a una inminente e imparable amnistía para quienes atentaron contra la unidad de la patria en el nada lejano 2017. Quienes se niegan a olvidar 1936 tienen una memoria de pez para los crímenes de ETA y la intentona separatista de la Generalidad catalana. Nada que nos sorprenda demasiado.
Sin embargo, las soluciones que se proponen en Colón son en sí mismas el problema. La primera de ellas es el respeto por
La Constitución de 1978, el motor inmóvil y la causa primera de todo lo que ahora nos atribula
la Constitución de 1978, el motor inmóvil y la causa primera de todo lo que ahora nos atribula. Estamos como estamos porque en aquel año fatídico se diseñó para España un régimen bipartidista aderezado con la sal gorda del separatismo. A tan malos comienzos se unió la desgraciada idea de dividir el Estado en taifas, pero, eso sí, fragmentando a Castilla en siete unidades, para impedir la existencia de una fuerza centrípeta que hiciera frente a las dinámicas centrífugas de allende el Ebro. Por eso, hoy, dos minorías hacen y deshacen a su gusto con el resto del país, que obedece y calla. ¿Cómo se van a independizar las regiones privilegiadas si ahora disponen de un imperio colonial? La salvación de España exige que desaparezcan tanto el actual régimen como su nefasta ley de leyes. Y, por supuesto, también la dinastía, que es rehén de la izquierda y ha renegado abiertamente de la legitimidad que la llevó al trono. Si la corona no garantiza la integridad y la continuidad de la patria, ¿para qué demonios mantener una magistratura inútil, que se niega a sí misma al renegar de la Tradición española?
Otra paradoja es que, para echar a un tal Sánchez, hay que alzar sobre el pavés a un tal Feijoo. Es decir, más de lo mismo, pero peor. Y eso que la estantigua gallega no ha disimulado sus inclinaciones y su disposición a pactar con los nacionalistas vascos y catalanes, incluso con el fuguillas de Waterloo, por el que ha manifestado su respeto. ¿Cómo no lo va a respetar si él ha hecho del Partido Popular un PNV galaico? No se entiende muy bien qué beneficio se obtiene sacando a unos para poner a otros que son lo mismo, aunque no los mismos; que no van a cambiar nada esencial, que van a aplicar todas y cada una de las agendas de Sánchez, incluida la amnistía. En fin, que tras unos años de crisis estamos asistiendo a la restauración de la restauración, facilitada por las fuerzas que no han tenido la audacia de romper con el régimen, sino la calamitosa idea de reforzarlo: Podemos, Ciudadanos, Vox.
Todo seguirá igual mientras no se rompa el régimen
Todo seguirá igual mientras no se rompa el régimen, que parece más propenso a una explosión interna que a un ataque externo. Sólo la incansable labor autodestructiva de los estamentos parasitarios —de la casta— acabará con este espantajo del 78, que, en realidad, es un cadáver andante. No será por los desposeídos sino por los privilegiados por lo que se desmoronará este retablo de las maravillas que ya no engaña a nadie. Para cuando ese momento llegue, y a punto estuvo en los años que siguieron a 2014, tendremos que estar preparados para asistir a movimientos y hechos que ni nos esperamos ni concebimos, pero que nada tendrán que ver con lo que ahora conocemos, que ya es parte del régimen.