Tierra de los arraigos contra Mar de las finanzas

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La sociedad actual se presenta como “líquida”, cuando no como “aeriforme”, según el diagnóstico de Berman acerca de la moderna disolución en el aire de las formas estables. Esto depende eminentemente del hecho de que en ella no hay realidad que se sustraiga a la cualidad que distingue a los líquidos, que es la adaptabilidad al recipiente que los alberga y, por tanto, la asunción de las formas que les son conferidas en cada momento.

Así caracteriza Hegel al agua en la Enciclopedia (§ 284): “no tiene una singularidad de ser per se, y por lo tanto no tiene en sí misma solidez (Starrheit) y determinación (Bestimmung)”. Por esta razón, al no tener figura propia, “recibe la limitación de la figura solamente desde el exterior” y “hacia el exterior la busca”. Su «estado peculiar» es la Bestimmungslosigkeit , la «falta de determinación», que es lo que la hace intrínsecamente adaptativa en sentido universal e indiferenciado.

Está en lo cierto Bauman cuando afirma que “esta época nuestra sobresale en desmantelar estructuras y licuar modelos, todo tipo de estructura y todo tipo de modelo, con casualidad y sin previo aviso”. El aspecto que, sin embargo, omite explicitar con el debido énfasis en sus análisis es que esta forma no es extemporánea ni accidental.

Corresponde, por el contrario, a las líneas dictadas por las políticas neoliberales y por la evolución del mercado global flexible, al que todo está llamado a adaptarse. Porque si se elimina este aspecto, sólo se consideran los efectos pasando por alto las causas: y, por eso mismo, se desvía la mirada de la relación de fuerza clasista como fundamento realmente dado de la licuefacción de vínculos e identidades. Se pierde de vista la robusta relación que conecta la superestructura de la precarización posmoderna con la estructura del capital globalizado, flexible y centrado en la figura del flujo.

En otras palabras, se olvida el hecho de que hoy la flexibilidad absoluta de las formas coexiste dialécticamente con la rigidez absoluta del «contenedor», es decir, con el capitalismo globalizado en el anonimato de los mercados líquido-financieros, que pretende volver eterna la precariedad y hacer de sí mismo un destino ineluctable para los pueblos del planeta. Se erige precisamente como el nuevo contenedor global, que imprime la forma a todas las realidades materiales y simbólicas contenidas en él y previamente pasadas al estado líquido.

Como subraya nuestro estudio Essere senza tempo (Bompiani, 2010), la movilización total de los entes propia del modo flexible de producción capitalista, se despliega en el marco del inmovilismo histórico de un tiempo que aspira a hacer de la precariedad un futuro irreversible: plus ça change, plus cést la même chose.

Su configuración es aquella de la jaula de acero weberiana con barrotes indestructibles. En su interior, sin embargo, todo es posible, siendo las posibilidades coextensivas respecto del valor de cambio individual. Además, todos los valores, identidades y normas han sido nihilísticamente “transvaluados”.

La metáfora de la liquidez es, en efecto, bastante eficaz para resaltar la esencia de la acumulación flexible y de la sociedad del desplazamiento fluido de personas (abstractamente libres de moverse y concretamente obligadas a hacerlo) y de capitales financieros en ausencia de barreras y fronteras, “disueltas” y removidas junto con toda instancia “sólida” y estable de la precedente estructura dialéctica y fordista, proletaria y burguesa. Tal es la esencia de lo que la relación de fuerza hegemónica difunde en todos los sentidos como el “nuevo imperativo categórico: ¡fluidifiquemos todo!”.

Entre las propiedades del agua está también esa omnipresencia y esa capacidad de penetrar e invadir todos los espacios, de derribar todas las barreras y de erosionar hasta las rocas más sólidas. Se corresponden perfectamente con las características de la flexibilidad universal del cosmomercadismo líquido-financiero que, con referencia a la era posfordista, se ha definido como the end of organized capitalism.

La flexibilidad, habiendo saturado cada espacio real e imaginario, efectivamente est aujourd´hui partout. El agua, concebida por Tales como principio del ser, se convierte hoy en ἀρχή de la realidad capitalista, que todo lo vuelve líquido y que invade todos los espacios, arrollando diques y obstáculos.

Se puede iluminar esta dinámica remitiéndose a la dupla filosófica Tierra y Mar, canonizada por Schmitt y anteriormente codificada por Hegel, que así lo asevera en las lecciones sobre la Wetlgeschichte:

“El tipo más universal de determinación de la naturaleza, que tiene importancia en la historia, es el constituido por la relación entre Mar y Tierra”.

Según esta analogía heurísticamente fecunda, las dinámicas del mercado transnacional y de la precariedad global son, por definición, marítimas.

La lucha entre la globalización capitalista y el arraigo nacional de los pueblos es, por lo mismo, un choque entre el elemento marítimo y el terrestre, en el marco del conflicto de clases entre el Señor talásico y el Siervo telúrico. Al elemento terrestre de los arraigos y los lugares, de las raíces y las estabilidades, se contrapone el elemento marítimo de los flujos y las superficies homogéneas, de los desplazamientos y los desarraigos.

El Señor talásico aspira a volver líquido todo elemento sólido ligado a la estabilidad de lo ético, de modo que el ser en su totalidad sea redefinido conforme a la lógica líquida de la globalización del mercado; la openness del capital cosmopolita coincide figurativamente con el mar abierto e ilimitado, con su expansión homogénea, sobre la que es posible navegar omnidireccionalmente, pero después también con la peculiaridad propia del elemento líquido, que tiende a saturar cada espacio.

Por su parte, el Siervo “Glebalizado” debe aspirar, en cambio, a resistir esta dinámica, imponiendo la primacía de la dimensión telúrica del arraigo y las fronteras como murallas contra la desterritorialización, la movilización de los seres y la omnihomogeneización mundialista: a diferencia del mar, cuya esencia radica en ese fluir en virtud del cual –diría Heráclito– “fluyen aguas siempre distintas” (ἕτερα καὶ ἕτερα ὕδατα ἐπιρρεῖ), la tierra es la pluralidad de los espacios estables y localizados. Está atravesada por límites y diferencias, por fronteras y muros.

El Nomos de la tierra representa el espacio concreto de la pluralidad de los pueblos y de su posibilidad de darse una ley y una historia, viviendo permanentemente, según aquella figura de las raíces que acompaña a la imagen del terruño. Los flujos migratorios intercontinentales se contraponen a la estabilidad arraigada de los pueblos, de igual modo que los flujos de capital líquido-financiero marcan una antítesis respecto del trabajo de la comunidad solidaria en sus espacios circunscritos y en su equitativo reparto de bienes.

Se replantea así la conflictividad que, como se ha señalado, recorre el campo de batalla post-1989, y que ve confrontados, en palabras de Lafay, «por un lado, el proceso de globalización, impulsado por las empresas y favorecido por el abaratamiento de los costes de los transporte y las comunicaciones; por otro, la permanencia de las naciones, ligadas a su propio territorio, que buscan organizarse en el interior de marcos regionales definidos por lazos de proximidad geográfica o histórica”.

El Nuevo Orden Mundial se desarrolla en un espacio liso como la extensión del piélago, sin fronteras ni puntos fijos, sin altos ni bajos. El triunfo de los flujos sobre los arraigos sólidos, de la navegación permanente sobre la vida estable, de la apertura ilimitada sobre los territorios acotados por fronteras, diseña una realidad en la que todo lo que es ligero flota en la superficie y lo que tiene peso se hunde en el abismo. En palabras de Castells:

“El espacio de los flujos es una práctica estructurante de las élites y de los intereses dominantes. […] En el espacio de los flujos no hay lugar para la resistencia a la dominación. Opongo el espacio de los flujos a los espacios de los lugares que son en sí mismos, fragmentados, segregados y resistentes a la dominación, y por tanto al espacio de los flujos”.

Así entendida, la lucha de clases se presenta, en el contexto del Nuevo Orden Mundial, como una gigantomaquia que ve contrapuestos los flujos globales de la openness cosmopolita (mercancías, valores, informaciones, etc.) a los lugares «sólidos» de las comunidades nacionales, que se oponen a esa fluidificación y que buscan estabilidad y arraigo para protegerse de la intemperie del globalismo infeliz.

En esta enemistad entre el elemento talásico de los flujos del capital (de deseos, de mercancías, de personas mercadizadas, de valores bursátiles, etc.) y la dimensión telúrica de los «lugares de la autoproducción de mundos vitales», la única posibilidad de éxito, para el polo dominado, pasa por la reconquista del Estado y de la política como poder capaz de limitar la insaciable voracidad de la autovalorización del valor.

© Posmodernia

 

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