Argentina está en vísperas de una revolución. Y el principal demoledor del orden establecido es su presidente: Javier Milei, personaje que reside en la Casa Rosada en lugar de en el psiquiátrico de Borda. Este Nerón austral, que canta mientras su país se muere de hambre, es el héroe que Vox, que nunca se cansa de equivocarse, ha invitado a su verbena de Villaverde. No creo que alguien en el sanedrín de la calle Bambú sepa por lo que están pasando los argentinos, pero es que además dudo mucho de que les importe algo, que para eso son devotos admiradores de Margaret Thatcher y de su absoluto desprecio por la nación, el pueblo y la sociedad. Lo importante es joder y provocar a los zurdos, aunque una nación hermana se vaya a la ruina. No se preocupen: en breve verán las calles de Buenos Aires ardiendo y, si hay suerte, tendremos a todo su gobierno antinacional colgado por los pies.
Cuando en la tribuna de Vox aparecen ultraliberales anglófilos como el chapita Milei, cuando la grey abascalita es incitada a aclamar a los Estados Unidos de Biden y al Israel de Netanyahu, nos alcanza la certeza de que Vox está condenado, porque sus opciones ideológicas repugnan y ofenden al instinto más noble del pueblo español: la simpatía por los débiles. La masacre despiadada de los niños y mujeres de la Palestina mártir, como todo abuso salvaje de la violencia por parte de los más fuertes, siempre ha sido rechazado por nuestra gente, que tiene muchos y horribles pecados,, pero no ese tan despreciable de la idolatría de la fuerza y del dinero, propio de nuestra monárquica, iletrada, zafia, vil, raquítica y usuraria Derechona. Está en la piel. No lo podemos evitar y es una de nuestras pocas virtudes. La opción neoconservadora e individualista de atlantismo, liberalismo y desprecio abierto por la justicia social causa repulsión en el pueblo. Y con motivo; pues, para toda la nación, el elemento básico del orden político —cristiano o marxista, tradicional o revolucionario, falangista o socialdemócrata— es la idea de la justicia redistributiva, de la protección de los más débiles, de la ayuda mutua, de la caridad y del sentido de la justicia que nunca ha faltado en nuestros clásicos: es Fuenteovejuna, es Zalamea, es el bueno de Sancho en la fingida Barataria, es San Juan de Dios, es San Diego de Alcalá, es las Leyes de Indias y es lo mejor de nuestra Tradición católica. Hasta en el Corán se encuentra este principio mínimo de la conciencia colectiva, que es lo que hace de los individuos indefensos un pueblo. El error neocon de Vox dará origen, sin duda, a otro movimiento que retome los caminos de los que los abascalitas abominaron.
Pero lo más ridículo de los blasdelezos es su hispanismo vocinglero y verbenero, de Manolo Escobar y tercios de Flandes, impostado por una heroica burguesía de comisionistas que se pone a temblar a la hora de enfrentarse con un inspector de Hacienda. Éstos son nuestros pizarros, nuestros corteses, nuestros defensores de la Hispanidad: las cabras de la Legión de los marines. Con su reyezuelo Borbón que los desprecia y con su cruz de Borgoña a cuestas, los iberoesféricos de Vox, junto con Somoza y Batista, son los hispanos favoritos de Teddy Roosevelt, los cipayos que el sahib acuartela en las afueras del cantonment. En cambio, al otro lado del Charco, nos encontramos con hombres de una pieza, con una resistencia cada vez más fuerte frente a la bestia sajona; con camaradas a los que no conocemos, pero sí admiramos, que van a dar buena cuenta de los Milei que venden sus patrias a los usureros internacionales. Vean en You Tube a Santiago Cúneo, que dirige un portal llamado Puro Peronismo. Escuchen la sana doctrina que nace de sus discursos viscerales, apasionados, violentos, brutales, excesivos. Un tribuno del pueblo, para bien y para mal. No le faltan reivindicaciones de la Hispanidad y la asunción de la idea imperial española, que era mucho más que España, simple parte de aquella civilización propia, heredera de Roma, que sus mismos pueblos arruinaron. ¿Será la Argentina peronista la nueva encarnación de ese ideal? Mucho camino le queda por delante: primero, acabar con su casta política y dar un castigo ejemplar en la cabeza de Milei. Segundo, crear un régimen inspirado en los valores colectivos y tradicionales de nuestros pueblos, experiencia ya frustrada en los tiempos de Rosas, primero, y de Perón, después. Por cierto, si escuchan a uno de los nuestros burlarse del peronismo, es bueno que sepan que ése no es de los nuestros. No olvidemos que a Perón y a Evita les debemos la supervivencia física de nuestro pueblo en los años del hambre. Los españoles bien nacidos siempre honrarán a Perón.
Los tiempos duros son también tiempos de esperanza. La España original lleva camino de disolverse en taifas sin identidad: lo que se ganó en ocho siglos de Reconquista se va a perder en dos generaciones abyectas. Pero lo que aquí muere, allí resucita. No es la España vil y degradada de nuestro tiempo la que hará renacer una actitud ante la vida de la que fuimos paladines después del final de Roma. Ahora, el estandarte ha cruzado el Océano. Y es bueno que así sea. Si la Hispanidad renace, será sin nosotros. Mejor.