El incidente Trump

Las cosas han llegado a un extremo que una guerra civil en los Estados Unidos no se queda ya en un mero juego teórico.

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La baraka de Trump acaba de salvarle del fin abrupto de todas sus esperanzas políticas y vitales; un giro espontáneo de la cabeza lo mantiene vivo y más poderoso que nunca. Sus adversarios, que se han pasado más de ocho años alimentando una feroz campaña de odio contra él, en la que no han faltado referencias a su liquidación física, lloran con lágrimas de cocodrilo y condenan un crimen que no hubiera sido posible sin el linchamiento al que se ha sometido al candidato republicano.

La reacción de la prensa fue de una vileza aún mayor de lo habitual: USA Today tuvo el descaro de titular: “Trump sacado de la tribuna por agentes del servicio secreto después de que unos fuertes ruidos anonadaran al antiguo presidente”. NBC habló de ruidos de detonaciones, igual que la Associated Press. La CNN se superó a sí misma: “El servicio secreto saca a Trump de la tribuna tras caerse en un mítin”. En España tuvimos la célebre frase de la Sexta de que en el atentado se produjeron dos víctimas: una de ellas era el francotirador. Repugna ver la diferente manera de tratar un atentado según quien sea su objeto: de hecho, se llamó “incidente” a lo sucedido con Trump en Pennsylvania. ¿Y qué es un “incidente”? Un atentado cuya víctima es enemiga del Sistema: los disparos contra Fico y Trump son “incidentes”, por ejemplo. La doble vara de medir la violencia no conoce excepciones. Esto se refleja incluso en las actuaciones de la policía: recordemos el “incidente” contra un orador nacionalista en Alemania, en el que éste fue atacado por un musulmán y la policía, en lugar de abatir al atacante, inmovilizó a la víctima, ocasión que aprovechó el criminal para matar al agente que se ocupaba de detener al político. Bukele y Orbán, entre otros, deben estar muy atentos a los incidentes que les pueda preparar el orden globalista. En Wokeland se ha abierto la veda.

 No hay mal que por bien no venga, como dijo el Caudillo en una de sus expresiones más galaicas y enigmáticas: Trump despega en las encuestas y la fuerza propagandística de su imagen con el puño en alto, el rostro ensangrentado y la bandera de las barras y estrellas flotando en el cielo ha arruinado cualquier encerrona judicial, cualquier linchamiento periodístico y cualquier ocurrencia que el poder fabrique contra el expresidente americano. ¿Tendrán el cuajo de organizar otro pucherazo? ¿Qué político woke se atreve ahora a suicidarse electoralmente frente a Trump? ¿Quién le disputará la plaza de candidato demócrata a Biden? Alea iacta est.

Los equipos electorales de Biden y Trump tienen un objetivo común: que sus candidatos lleguen vivos a noviembre. Los demócratas necesitan que su jefe no se muera. Los republicanos, que no lo maten. Pero recordemos que vencer en las elecciones tampoco resuelve los problemas. Trump ni tiene ideología ni tiene partido ni tiene estructuras de poder: todo depende de él, de su carisma, de su energía. Es un tribuno del pueblo que puede llegar a ser César, pero al que un par de balas reducirán a cenizas. ¿Qué recursos tendrá un Trump reelecto contra El Pantano? En su anterior mandato no logró nada y fue sistemáticamente traicionado por su administración. Si le reeligen y lleva a cabo lo que anuncia, la situación será revolucionaria. Y si Trump falta, ¿quién recoge el testigo? El coloso yanqui se vuelve contra sí mismo, y su población está dividida por un odio cada vez más violento e irreconciliable, producto de la dictadura de las minorías que los woke llevan imponiendo desde finales del siglo pasado, de la destrucción de las clases medias y del poder sin freno de la oligarquía, capaz de sacrificar al país para defender sus planes de hegemonía global. Las cosas han llegado a un extremo que una guerra civil en los Estados Unidos no se queda ya en un mero juego teórico.


Y en el fondo de tanta putrefacción,
el Sistema oligárquico-liberal

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