De verdad, gracias. De todo corazón y sin reserva mental alguna: en nombre de España os debemos expresar nuestro más profundo, sincero agradecimiento. Gracias a vosotros, gracias a los vómitos que vertís sobre España y los españoles, un milagro se ha producido. ¡Los vomitados se han despertado!
Después de estar cuarenta años poniendo la otra mejilla –esa otra mejilla predicada (que no puesta) por los pastores de una Iglesia envilecida que ha dejado de ser tal–; después de tanta ofensa y tanta injuria, los españoles de a pie –no los de arriba, salvo algunas excepciones; pienso en Adolfo Guerra, pienso en Julio Anguita– han empezado a decir: ¡Basta! ¡Se acabó!
Ese pueblo que parecía tener quebrado el nervio vital, este pueblo que parecía como un manso sin resuello, alma ni aliento; ese pueblo que se despreciaba a sí mismo o se mantenía aletargado en la indiferencia: ése es el mismo pueblo que, gracias a vuestro revulsivo, está empezando a revivir.
¡Nunca se habían gritado más vivas a España que desde que habéis emprendido el ataque final!
¡Nunca habían ondeado al viento tantas banderas de la patria!
¡Nunca se habían colgado tantas en balcones y ventanas!
¡Nunca había bullido tan fuerte en nuestra sangre el orgullo de pertenecer a tan antigua y gloriosa nación!
¡Nunca nos habíamos sentido así de unidos a nuestros ancestros y a nuestros hijos: frente al pasado y cara al mañana!
¡Nunca se habían lanzado tantos españoles a la calle! Pacíficamente, hoy por hoy.
A vosotros os lo debemos. Como os debemos también que, en medio del mayor estremecimiento colectivo desde el fin de la guerra civil, haya surgido, de repente, como surgen siempre estas cosas en la Historia, una voz como la de la gran historiadora María Elvira Roca Barea, cuya proclama –publicada, y es significativo, en un periódico del calibre de El Mundo– señala un camino que acaso pudiera ser el de la salvación y la regeneración: la realización de un referéndum votado por todos los españoles para echaros de una santa vez del país al que tanto odiáis y mancilláis.
Si aún no conocéis esta extraordinaria proclama, que reproducimos en este mismo periódico, leedla y difundidla.