Tal es el título, como a estas alturas sabe ya todo el mundo, del famoso libro escrito por la sumisa italiana Constanza Miriano. Después de haber obtenido en su país considerable éxito, ha sido publicado (y bendecido) en el nuestro por el Arzobispado de Granada.
También entre nosotros está obteniendo gran éxito: número uno de ventas, donde comparte tan glorioso liderazgo con otro libro (entendamos: una cosa de papel, encuadernada y llena de caracteres de imprenta) de la inefable Belén Esteban. Tal para cual, en fin, Dios las cría y ellas… Etcétera.
Les voy a ser sinceros. El día en que me enteré de la publicación de la Cosa, tuve que pellizcarme para dar crédito a lo que estaba leyendo. ¡Ah, pero qué inefable sensación de darle vuelta al tiempo, de estar regresando sesenta años atrás, a aquellos tiempos del nacionalcatolicismo de nuestros miedos, angustias y terrores!…
No me extenderé. La Cosa se comenta muchísimo mejor por sí sola. Démosle, pues, la palabra y veamos algunas de las mejores perlas entresacadas de Cásate y sé sumisa:
“Tu marido es ese santo que te soporta a pesar de todo. Si algo que él hace no te parece bien, con quien tienes que vértelas es con Dios: puedes comenzar poniéndote de rodillas y la mayoría de las veces todo se resuelve.”
“La mujer lleva inscrita la obediencia en su interior. El hombre, en cambio, lleva la vocación de la libertad y de la guía.”
“Cuando tu marido te dice algo, lo debes escuchar como si fuera Dios el que te habla.”
“Ahora las mujeres ya no estamos obligadas a ser criadas, pero podemos elegir servir por amor y como respuesta libre a nuestra vocación.”
“Muchas mujeres luchan con los maridos y llegan a ser insoportables. Sólo porque no han comprendido el secreto de la acogida, ni tampoco el de la sumisión, ni el de la obediencia como acto de generosidad.”
“La mujer es, principalmente, esposa y madre.”
“La mujer realizada ama ante todo. Escucha, consuela, anima, perdona, une y les hace sitio a los demás. Construye al padre con su sumisión porque lo pone por encima de ella y le confiere autoridad.”
“El secreto de un matrimonio santo o, lo que es lo mismo, un matrimonio feliz, es que las mujeres ante el hombre que hemos elegido, demos un paso atrás.”
“ ‘¿Tengo que darle la razón aun cuando no la tenga?’ Yo diría que sí.”
“Debes someterte a él. Cuando tengáis que elegir entre lo que te gusta a ti y lo que le gusta a él, elige a su favor.”
“En caso de duda, obedece. Sométete con confianza.”
“Un hombre no se puede resistir a una mujer que lo respeta, que reconoce su autoridad, que se esfuerza lealmente en escucharlo, en dejar a un lado su propio modo de ver las cosas, que se muerde la lengua.”
“Pregúntate qué otro podría soportarte, (...) pregúntate qué otro podría tolerar algunas de tus gravísimas psicopatologías.”
“Echo dolorosamente de menos aquellos tiempos en que los maridos aparecían solamente a la hora justa preguntando: ‘¿qué hay de comer’?”
“Haber roto ese lazo entre hacer el amor y dar la vida ha convertido el sexo en algo triste y cobarde, poco audaz y nada valiente.”
¡Oh, esta última (el matrimonio y la procreación como remedio contra el erotismo y sus júbilos) la conocíamos desde hace tanto tiempo, desde que empezaron! Desde san Pablo, desde san Agustín…, el cual ya decía aquello de: “Nada rebaja tanto a la mente varonil de su altura como acariciar mujeres y esos contactos corporales que sólo pertenecen al estado del matrimonio” (De Trinitate).
Volver ahora a escuchar tales cosas hace que le invada a uno esa extraña sensación de nostalgia, de vuelta a otros tiempos, de la que les hablaba antes. De vuelta, por ejemplo, a aquellos tiempos —años cuarenta, años cincuenta…— en los que el nacionalcatolicismo español hablaba de cosas tales como:
“La vida de toda mujer no es más que un eterno deseo de encontrar a quien someterse. La dependencia voluntaria […] es el estado más hermoso, porque es la absorción de todos los malos gérmenes —vanidad, egoísmo y frivolidades— por el amor.” (Medina, revista de la Sección Femenina, 13 de agosto de 1944.)
“La mujer sensual tiene los ojos hundidos, las mejillas descoloridas, las orejas transparentes, apuntada la barbilla, seca la boca, sudorosas las manos, quebrado el talle, inseguro el paso y triste todo su ser.” (Pedro García Figor, en la misma revista, agosto de 1945.)
Los siguientes son extractos de Economía doméstica para Bachillerato y Magisterio. Sección Femenina, 1958.
“Ten preparada una comida deliciosa para cuando él regrese del trabajo. Especialmente, su plato favorito. Ofrécete a quitarle los zapatos. Habla en tono bajo, relajado y placentero. […] Su duro día de trabajo quizá necesite de un poco de ánimo, y uno de tus deberes es proporcionárselo.”
“Escúchale, déjale hablar primero; recuerda que sus temas de conversación son más importantes que los tuyos. Nunca te quejes si llega tarde, o si sale a cenar o a otros lugares de diversión sin ti. […] No le pidas explicaciones acerca de sus acciones o cuestiones su juicio o integridad. Recuerda que es el amo de la casa".
“Anima a tu marido a poner en práctica sus aficiones e intereses y sírvele de apoyo sin ser excesivamente insistente. Si tú tienes alguna afición, intenta no aburrirle hablándole de ésta.”
“En cuanto a la posibilidad de relaciones íntimas con tu marido, es importante recordar tus obligaciones matrimoniales: si él siente la necesidad de dormir, que sea así, no le presiones o estimules en la intimidad. Si tu marido sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer. Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar.”
“Si tu marido te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes.”
Algunos —Pío Moa, por ejemplo, refiriéndose a la cita que efectúo de estos textos en mi ensayo Los esclavos felices de la libertad— han puesto en duda la autenticidad de tales publicaciones. Algunas de ellas (las dos primeras, por ejemplo) están perfectamente documentadas. Sobre las otras pueden pesar, es cierto, algunas dudas. La verdad es que da absolutamente igual. Aunque hubieran sido inventados en su literalidad, tales textos son perfectamente posibles. Responden plenamente al espíritu con el que se intentaba adoctrinar la vida de aquella España. Un espíritu… que ahora lo vemos reaparecer, es cierto, aunque de forma folclórica, intrascendente, de pura farsa. Un espíritu que hizo que, más allá de la grisura y el tedio que nos invadían entonces, todo aquello nos haya causado el mayor y más inconmensurable de los daños. Un espíritu que engendró unos polvos —vergonzantes, mal tirados, reprimidos polvos…, éste es el problema— de los que han acabado surgiendo, por reacción, nuestros actuales lodos.