Vienen meses cargados de urnas. En abril, mayo y junio, a votar: primero en el País Vasco, después en Cataluña y, de remate, al Parlamento Europeo. Si miramos la ocasión desde la perspectiva de siempre tendremos los resultados —previsibles— de siempre: el socialismo se alienará con los nacionalistas para gobernar o influir decisivamente en las autonomías y, respecto a Europa… Bueno, ¿a quién le importa de verdad lo que se cueza en Bruselas? Pero si se mira desde el binomio también clásico pero de poco uso en los últimos tiempos, izquierda/derecha, el asunto no parece tan sencillo. Nuestro gobierno lo sabe y anda un poco en solivianto por ello, entre cabreado y soflamante. Miren las opciones:
Si en el País Vasco el PSE mantiene su idilio con Bildu para desplazar al PNV del gobierno autonómico, los chicos sabianianos no se lo van a tomar nada bien y eso repercutirá en la gobernabilidad de España. Si, por el contrario, pacta con el PNV para secar a Bildu, tres cuartas de lo mismo. Mala perspectiva.
En Cataluña, lo peor que podría suceder es que entre Esquerra y JxCat sumen para gobernar y se pongan de acuerdo. Si tienen que recurrir al PSC y los socialistas les dan el pase, trago gordo para Sánchez, una más de sus felonías. Si Illa el de las mascarillas se alía con Esquerra para dejar a un lado a los de Puigdemont, lío de mil pares de trompas de elefantes en Madrit. La gobernabilidad, al Manzanares.
Si en las europeas el PP y la derecha consiguen una victoria amplia sobre la izquierda, algo bastante posible y previsible, otra ficha negra para Sánchez.
El panorama, en la mayoría de los escenarios, no pinta bien para el sátrapa y sus palmeros. Si las fuerzas constitucionalistas que van quedando —la derecha española y nada más— quisieran observar el paisaje desde esa perspectiva y entender el valor de los pactos, anteponiendo el valor derecha/izquierda al veto sobre las aspiraciones de los nacionalistas, se abren posibilidades: no muchas pero ciertas. Cuidado entonces porque surgen las líneas rojas. La primera, al parecer insalvable, el referéndum de autodeterminación en Cataluña…
Pero, seamos realistas. ¿No es la política el ejercicio razonado del realismo, la ciencia de lo posible? Seamos realistas: ¿Alguien duda de que, con Sánchez en el gobierno, habrá un referéndum de autodeterminación más pronto que tarde, en el transcurso de esta legislatura? ¿Y si se partiera de la base de que el famoso referéndum es inevitable? Desde esa perspectiva —realista— sí que se abren del todo las posibilidades: no muchísimas, pero poco a poco haciendo ocasión. Una buena ocasión de ponerse de acuerdo en el País Vasco y Cataluña con quienes comparten con la derecha española un interés irrenunciable: que esto no se convierta en Venezuela. Habrá que hablarlo.