La etapa constituyente
El 3 de junio de 1931 se daba a conocer el decreto convocando a elecciones para Cortes Constituyentes, que se celebrarían el 28 del mismo mes. Se efectuaron en dos turnos: el domingo 28 de junio el primero, y el 12 de julio el segundo. Estas Cortes estarían constituidas por una sola Cámara, totalmente elegida por sufragio universal, en lugar de las dos imperantes en el régimen anterior.
La edad mínima del electorado se rebajó de veinticinco a veintitrés años, pero excluía del derecho del sufragio a las mujeres, aunque la decisión acerca del voto femenino, se postergaba para las futuras Cortes ordinarias. Cuando se discutió el tema, Indalecio Prieto, ante la duda que planteaba el caso, lo defendió, dejando en el aire un recelo: «Creo, lo digo sinceramente, que en los sectores de democracia española, el voto de la mujer no hará flaquear, sino que probablemente acrecentará la proporción de votos socialistas; pero los votos socialistas no son toda la izquierda en el actual mapa electoral de España, y yo temo, sabiendo que las mujeres en los hogares de muchos republicanos españoles están dominadas por el clericalismo, que el voto de la mujer por ese lado puede ir a engrosar la falange clerical.»
El triunfador indiscutible fue el Parido Socialista, que se permitió la magnanimidad de regalar a Azaña un grupo de diputados. El Partido Radical de Alejandro Lerroux, segundo en obtener el favor del electorado, mereció de parte de la conjunción republicano-socialista, la consideración de «una oposición aceptable.» Los republicanos conservadores, que pasaron a llamarse Progresistas, en razón de su precario resultado quedaron relegados a segundo lugar, de tal manera que Alcalá Zamora y Maura vieron desvanecerse su pretensión de constituirse en punto de equilibrio.
La ausencia de una derecha, o centro-derecha, como correspondía al sustrato sociológico español, pero no representado en las Constituyentes en virtud de la desorientación en que se vio sumergida con el cambio de régimen, ponía de manifiesto el desequilibrio en el debate que se plantearía para la elaboración de la futura Constitución. De esta manera, la República iniciaba un rumbo imprevisto por los republicanos conservadores que la promovieron. La aplastante mayoría socialista e izquierdista les garantizó la apertura de un proceso que, al principio como presidente del Gobierno Provisional, y después como presidente del Consejo de Ministros, hizo emerger a Manuel Azaña para dirigir los destinos de España.
La sesión de apertura de las Cortes Constituyentes se celebró el 14 de julio. Unicamente Alcalá Zamora, Maura, Lerroux y Fernando de los Ríos, vistieron el chaqué de otros tiempos. El discurso inaugural, calificado por Fernando de los Ríos como «canto de epifanía de la Nueva España» fue pronunciado por Alcalá Zamora. Para la presidencia de la Cámara fue elegido Julián Besteiro. Al revisar las actas se privó de la suya a Calvo Sotelo, ausente en París, que había obtenido 100.000 votos en Orense. Las actas de Salamanca fueron declaradas nulas, lo que movió a un casi desconocido José María Gil Robles, a una exposición vigorosa en fundamentos y enérgica, que obligó a la Comisión a rectificar la decisión. Ortega y Gasset se referiría a la primera intervención del futuro líder de la CEDA: «¡Un gran parlamentario! ¡Las derechas encuentran enseguida un gran parlamentario y siempre del mismo tipo. El discurso, pleno de razonamientos objetivos ha hecho que la Cámara, que estaba en contra suya, se incline de su lado.» Tampoco para Madariaga pasó inadvertido la intervención de Gil Robles: «Es el único discurso que se ha oído en las Cortes Constituyentes. Si este hombre ha triunfado antes de ser diputado, su intervención de hoy nos presenta a uno de los grandes parlamentarios de estas Cortes.»
Algunas intervenciones de diputados impregnadas de oratoria vacía y declamatoria, movió a Ortega y Gasset a alzar su voz: «Es preciso que no perdamos el tiempo. Nada de divagaciones ni de tratar frívolamente problemas que solo una revelación de técnica difícil pueden aclarar; sobre todo, nada de estultos e inútiles vocingleos, violencia en el lenguaje o en el ademán. Porque es de plena evidencia que hay sobre todo tres cosas que no podemos venir a hacer aquí: ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí.»
El Estatuto de Cataluña
Coincidiendo con el debate en las Constituyentes, en Cataluña se elaboró un proyecto de Estatuto que sometido a referéndum fue aprobado por mayoría absoluta. En los medios catalanistas se daba por descontado que este triunfo era la puerta abierta a la soberanía e independencia de Cataluña. El propio alcalde de Barcelona declaraba sin ambages: «No aceptaremos enmiendas a nuestro proyecto, y si las hubiera, Cataluña las anotaría con un nuevo plebiscito.» No fue menos explícito el consejero de la Generalitat Carrasco Formiguera: «Somos un pueblo en pie de guerra, y es natural que acudamos a la santa coacción para ganar la batalla definitiva. Si durante la guerra entre Francia y Alemania algún francés se hubiera puesto a parlamentar con los enemigos, se le hubiera pasado por las armas.»
Desde las páginas del El Socialista, el 4 de agosto, terciando en el problema planteado por el proyecto que Maciá presentara a Alcalá Zamora el 14 de agosto, sostenía: «Una considerable masa de opinión, que no ha podido movilizar las intolerables coacciones de la Generalitat, se ha mostrado ajena a un pleito de etiología oscura y morbosa. En recta doctrina de derecho político, en consideración de ponderada pulcritud ética, el plebiscito amañado por la Generalitat carece en absoluto de validez para basar en él su virtualidad autonomista.»
Coincidiendo con la intentona del general Sanjurjo del 10 de agosto de 1932, el Estatuto sería aprobado.