¿Hay que hacer algo?
Evoca Herman Tertsch a Joseph Rot y a Stefan Zweig, dos suicidas ante la colosal catástrofe que se cernía en la Europa en puertas de la Segunda Guerra Mundial. El primero zambullido en absenta en el París dos años antes de que los soldados de la Wermacht marcaran el paso con sus relucientes botas por los campos Elíseos; el segundo, alejado de su Viena natal en el placentero clima tropical de Río de Janeiro. Dos opciones ante la impotencia que los señalaba como aherrojados de este mundo.
Las circunstancias personales que inducen a los seres humanos a tomar tan drástica decisión obedecen a insondables problemas del alma que los sumen en depresiones de difícil superación. Pero en los colectivos humanos se generalizan a veces situaciones propensas a optar entre el decaimiento y la arremetida frente a los obstáculos. En el nadar contracorriente en que están inmersos ingentes cantidades de observadores pasivos al borde de la desesperanza ante la crisis moral que nos rodea, no es descartable que alguien, o algunos, no sumisos a ser arrollados por la corriente, irrumpan, y en vez de optar por el suicidio colectivo de una sociedad inerme, decidan dar respuesta al planteamiento de los que sin concretar qué proclaman un “algo hay que hacer”. Situación similar a la de aquel, que encontrándose a su espalda el precipicio, antes de caer en él, arremete como única solución para por lo menos morir matando. Entendiéndose esto como algo hiperbólico, o en sentido estricto. A gusto del lector.
Un cadáver insepulto
El PSOE debiera esforzarse por romper el maleficio que pesa sobre él consistente en sacrificar sus mejores cabezas para ensalzar a las máximas responsabilidades a figuras de triste recuerdo. Es histórica la manifestación, desprecio y defenestración que en otras circunstancias tuvo como víctima a Julián Besteiro cuando propiciaba cordura frente al izquierdismo radical, esa enfermedad infantil del comunismo de la que hablaba el propio Lenin. El mismo Prieto, que aunque propenso a incontinencias verbales que contrastaban con su fama de moderado, podía haber sido una solución que contrarrestara las ínfulas bolcheviques de Largo Caballero, fue sacrificado por su propio partido para dar rienda suelta a la oligofrénica pretensión del Lenin español decidido al asalto de otro palacio de invierno. Gravita sobre España el error, craso error, de haber elevado al entonces incoloro inodoro e insípido diputado por León, al presidente actual del Gobierno de la nación, dotado apenas del bagaje que lo hace apto para las intrigas de poco calado y en ningún caso para las responsabilidades inherentes a la posición que ostenta para pesar de los hunos (unos) y de los otros. Poco avezado en las artes del mar ha situado a España navegando sobre unos bajíos que amenazan con hacer crujir las cadenas de este país.
Virtualmente amortizado Rodríguez Zapatero no tiene a mano otro 11 M que le de oxígeno. La última carta que le queda por pujar, escondida en la manga de tahúr, de fama ganada a pulso, antes de dimitir, podría proceder de una diabólica maniobra urdida desde la banda terrorista ETA, que partiendo de la reflexión de ésta de preferir el triunfo del PSOE al del PP, se prestara a entregarle la baza de una renuncia a las armas para entregarle a Zapatero el título de nuevo príncipe de la paz. Un juego macabro podría estarse preparando, para, a través de negociaciones, que vendrían a conformar la más que sospecha de Mayor Oreja, de que estamos en puertas de otra falsa tregua destinada a dar oxígeno al tambaleante Z.P. Sería su última tabla de salvación. Hipótesis, claro, porque ETA es, como las lagartijas, un cuerpo que cortada su cola es capaz de regenerar otro apéndice.
Salvado por la campana al púgil ligero no le queda más que exhibir una sonrisa de tísico preludio de su mortaja, la que hemos podido presenciar con el fondo coreográfico de unos ministros con la expresión propia de una ceremonia laica de cuerpo presente.
La Hemofilia: causa de una alteración en la sucesión dinástica
En la entrevista de Fátima Uribarri a Begoña Aranguren, ex esposa de José Luis de Vilallonga, publicada semanas atrás, expresa ésta su duda acerca de si don Alfonso XIII tenía conocimiento de que su futura esposa, doña Victoria Eugenia, era o podía ser trasmisora de la hemofilia. La verdad es que Eduardo VII y la princesa Beatriz habían puesto en antecedentes a Alfonso XIII, a la reina madre y al gobierno español, de que Ena (apelativo cariñoso de la futura reina de españa) pudiera transmitir la hemofilia. Por parte española pusieron en antecedentes al Rey el embajador de España en Londres, Polo de Bernabé, el ministro de Estado, Ramírez de Villaurrutia y su amigo, el marqués de Villalobar, que le acompañó para formalizar el noviazgo. En cualquier caso se impuso su decisión y punto. En efecto, en enero de 1906 viajó a Biarritz para visitar a la princesa Beatriz y la misma noche de su llegada envió un escueto telegrama a su madre: “Me he comprometido con Ena. Abrazos, Alfonso”. Había que allanar un obstáculo: la prometida era anglicana. En una ceremonia íntima en el palacio de Miramar abrazó la religión católica. La transmisión de la hemofilia en su descendencia fue la causa de la eliminación de un heredero de Alfonso XIII que se resolvió proclamando sucesor en la dinastía a don Juan, padre del actual Rey de España.
El oso, el madroño y las raíces de Tojo
La pareja sindical de hace pocos años la formaban dos personajes, que dados sus aspectos físicos fue bautizada como el oso y el madroño en evocación de las barbas que conferían a Cándido Méndez un aire de plantígrado y de la estatura del médico interrupto, Fidalgo, de vuelta ahora a las prácticas actualizadas de Hipócrates y de Galeno.
El madroño se fue, y sustituido por Fernández Toxo. La resonancia de su apellido materno hace inevitable recordar lo que en su tierra gallega se dice para significar lo difícil que resulta arrancar las raíces profundas: “a rail do toxo verde e muy mala de arrincare; os amoriños primeiros son muy malos de olvidare”.
Sin embargo, la letra cantada a ritmo de muñeira gallega es aplicable ahora a ambos: “unas raíces que los remiten al pleistoceno de la conflictividad social nos muestran lo difícil, y a veces imposible, que resulta la adaptación a los tiempos de personajes cuya base de sustanciación se ha afincado en remotos pasados.
PS. Profecía de Nostradamus: “De tierras con nombre de animal, vendrá quien gobierne a los iberos, adorará a reyes negros y abrazará religiones extrañas, y llenará su palacio de bufones y aduladores. Usando su propia máscara de bufón, traerá consigo el hambre, la pobreza y la desesperación”.