Santiago Abascal y los suyos han ganado muchos enteros con la reciente convocatoria en Madrid de una cumbre de los partidos conservadores de la derecha europea. La iniciativa no podía ser más oportuna en un momento como éste, con el Gobierno español quedando una vez más en ridículo por el ninguneo de Biden a los patéticos esfuerzos de Sánchez para ir de costalero en la crisis de Ucrania. Ni como recogepelotas lo quieren ya más allá de nuestras fronteras. Vaya, pues, por delante, mi felicitación a VOX y al hombre que lo encabeza, que ya no es sólo un líder en el ámbito nacional, sino también en el internacional.
Dicho esto, que es de justicia, me gustaría añadir una nota de prudente perplejidad a pie de página. Nunca he entendido las reticencias de Abascal, de VOX y de otros partidos conservadores europeos en lo que atañe a Putin. O mejor dicho: comprendo que las tengan el jefe de Gobierno de Polonia, país constantemente agraviado, a menudo amenazado y a veces invadido por Rusia a lo largo de la historia, y también Marine Le Pen, debido a la entente cordiale establecida hace unos días entre Macron, su principal adversario en las ya cercanas elecciones presidenciales francesas, y el líder ruso, pero me sorprende que no se le reconozca a éste, por encima y más allá de determinadas sombras que se esgriman contra él, la evidencia de que es el deus ex machina y la cabeza indiscutible de la única revolución conservadora de grueso tonelaje y proyección ecuménica que hoy por hoy existe en el mundo. ¿No es eso motivo más que suficiente para apoyarlo o, por lo menos, brindarle un amplio margen de confianza que daría alas a dicha revolución dentro y fuera de su país, incluyendo el nuestro? De grueso tonelaje son también las ventajas económicas, estratégicas y diplomáticas que esa decisión generaría en el desarrollo de la batalla de las ideas que VOX y los demás partidos presentes en la Cumbre de Madrid están librando.
Contra Rusia están coaligados todos los personajes que detestamos, desde Soros a Biden pasando por un tal Sánchez
Todos y cada uno de los frentes abiertos en ese combate cultural, político y económico figuran en la agenda de Putin y en la escena pública de cuanto acontece en su país. El ideario progre y el imaginario woke, a diferencia de lo que sucede en la Unión Europea, en Estados Unidos y en Iberoamérica, no tienen presencia ni cabida en él.
Permítanme que haga mío y transcriba aquí, a modo de resumen, lo que Sertorio, excelente periodista y ensayista, publica hoy en la revista El Manifiesto: «Rusia es la única potencia mundial que defiende los valores tradicionales, que se niega a aceptar la ideología de género, que se opone frontalmente a toda cesión de su soberanía a los poderes globales, que defiende su identidad cristiana y que se resiste a ser asimilada en el maloliente melting pot del Nuevo Orden Mundial. Contra Rusia están coaligados todos los personajes que detestamos, desde Soros a Biden pasando por un tal Sánchez. Contra Rusia van dirigidos todos los embustes de la prensa, todos los bulos de las televisiones, todas las simplezas de los políticos».
¿Algo que objetar? ¿No es escrupulosamente cierto, punto por punto, cuanto en este párrafo se dice?
Y una apostilla. Ya sé, amigo Abascal, porque alguna vez lo hemos discutido, que gravita sobre Putin, a tu entender, la sospecha de que en algún momento apoyó o estuvo a punto de apoyar, desde los bastidores de los crípticos cálculos de la geopolítica, siempre, de por sí, tan oscura, la infamia del golpe de estado en Cataluña… Puede ser. Yo lo ignoro. Son acertijos que no está a mi alcance descifrar. Pero errare humanum est, ¿no? Eso ya pasó, si es que pasó, y otros, y muy altos, son los intereses que están en juego.
© La Gaceta de la Iberoesfera
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