¿Rusia es culpable?

Si Rusia, Alemania y Francia formasen una unidad geopolítica, ésta se consolidaría como la principal potencia del planeta. Eso es lo que quiere evitar Washington.

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La cumbre de los dirigentes llamados ultranacionalistas en Madrid, celebrada este fin de semana, ha confirmado nuestras sospechas: Vox, en política externa, no se diferencia del resto de los partidos españoles; es el PP de Fraga corregido y aumentado, la cabra de la Legión de la OTAN, la tropa de asalto de Biden. No es la primera vez que alguien grita eso de “¡Rusia es culpable!”. En 1941, desde el balcón de la Secretaría General de FET de las JONS, Ramón Serrano Suñer, el Cuñadísimo, lanzó el mismo equivocado lema. Rusia no era culpable: lo era la Unión Soviética. En el 36 no fue Rusia quien mandó mercenarios y armamento a la milicianada, sino la URSS (la cececepé del eslavista Aznar), un Estado del que Rusia fue la primera víctima. Entonces, por lo menos, había un ansia de revancha, de devolverles la visita a los soviéticos, de indemnizarse de todo lo sufrido a manos de las hordas rojas en el 36. Pero, hoy, ¿qué se le ha perdido a España en el Mar Negro? Como el Cuñadísimo en 1941, Abascal ha dado la consigna y pronto veremos a las escuadras de Vox alineadas con la derecha atlantista de toda la vida, con el coro gospel de los neocons, con las viejas y andrajosas putitas del Tío Sam, daifas aznarianas de rancio virgo recosido. Quizá Vox asume con gozosa alegría que la unidad de destino de España sea convertirse en una base americana, en un vivero de cantoneras para los marines, en portaaviones y burdel de la VI Flota. Nada nuevo bajo el sol.

Se llaman antiglobalistas, braman contra los multimillonarios apátridas… Y se apuntan al banderín de enganche de la principal cruzada globalista: el acoso y derribo a Rusia. En los polacos es un atavismo disculpable: el odio y el desprecio a todo lo moscovita lo llevan en el crisma bautismal.  Lo de Marine Le Pen es otro error, un paso más en el camino hacia la insignificancia conservadora, hacia un nacionalismo bon chic bon genre: Maurras travestido por Marie-Claire. ¿Qué habrá pensado el viejo Jean-Marie, un tío grande, ahora vuelto rey Lear por dos tarascas a la greña? No me extraña que los franceses inventaran la Ley Sálica. Orbán se puso de perfil, no quiso que una disputa con los cerriles polacos y los palurdos ibéricos rompiera su frente en Europa: comprensible. Ya veremos si esa estrategia fructifica, pues voces que me llegan de Varsovia me dicen que llevan camino de acabarse las victorias pírricas del conservador y clerical Gobierno polaco.

En fin, que los patriotas enemigos del capital mundialista, que nuestros defensores frente a los tiburones de Davos, se convierten en gangsters de Joe Biden, en gestapettes de Macron, en chupatintas de Bruselas, en majorettes del feminismo, la ideología de género, el capital transnacional y todas esas cosas que dicen aborrecer y que, sin embargo, apoyan y defienden en los momentos decisivos. Bueno, no olvidemos que aquí estas cabecitas locas ejercen de vestales del estupradísimo consenso del 78 —origen de todos y cada uno de nuestros males— y de chichisbeos de los Borbones y su séquito de corinas y urdangarines y otros duendes de la Camarilla.  Estamos tan acostumbrados a perdonarles todo, que acabamos por tragar la primera bazofia que nos sirven. Pero somos unos cuantos los que no tenemos tanto estómago.

Rusia es la única potencia mundial que defiende los valores tradicionales, que se niega a aceptar la ideología de género, que se opone frontalmente a toda cesión de su soberanía a los poderes globales y que defiende su identidad cristiana, que se resiste a ser asimilada en el maloliente melting pot del Nuevo Orden Mundial. Contra Rusia están coaligados todos los personajes que detestamos, desde Soros a Biden pasando por un tal Sánchez. Contra Rusia van dirigidos todos los embustes de la prensa, todos los bulos de las televisiones, todas las simplezas de los políticos. Y contra Rusia, ahora, se conjuran todos los necios conservadores de Europa, juguetes del chauvinismo clerical polaco y de la rusofobia impenitente de los think tanks yankis.

¿Y cuál es el delito de Rusia? ¿Cuál la causa de este alboroto? Realizar una maniobras militares en su territorio y concentrar un gran número de tropas en la frontera norte de Ucrania. Es decir, hacer uso de su soberanía. Y este farisaico rasgado de vestiduras y rechinar de dientes viene de parte de una OTAN que lleva provocando a los rusos desde hace más de un decenio, que acumula tanques, aviones y barcos a doscientos kilómetros de San Petersburgo, en Estonia, apuntando directamente a la segunda ciudad de la Federación Rusa. Una OTAN que maniobra en el Mar Negro un día sí y otro también y a quien los barcos y aviones rusos han tenido que parar los pies en arriesgadas maniobras que demuestran, por otro lado, que una agresión contra Moscú se puede pagar muy cara.

 ¿Cuál es el delito de Rusia?

El principal delito de Rusia es haberse convertido en el único enemigo que justifica la existencia de la OTAN. Desde 1991, la Alianza Atlántica no tiene sentido, pero es necesaria para el poder global, que mediante ella puede intervenir militarmente donde lo desee. Para que el lector se haga una idea, la potencia militar del “ogro” ruso es semejante a la de Francia. Está claro que Europa no tiene nada que temer de Moscú. Pero quien sí tiene bastante que perder, si las relaciones entre Rusia y Europa son pacíficas y amistosas, es Estados Unidos. Hay algo que los estrategas de café olvidan: por su geografía, por su civilización, por sus recursos estratégicos, por su estructura económica, Rusia es la potencia natural de Europa.

Si Rusia, Alemania y Francia formasen una unidad geopolítica, ésta se consolidaría como la principal potencia del planeta. Eso es lo que quiere evitar Washington

Si Rusia, Alemania y Francia formasen un bloque económico unido, un mercado común verdaderamente europeo, no cabe la menor duda de que esa unidad geopolítica se consolidaría como la principal potencia del planeta. Eso es lo que quiere evitar Washington. Desde 1945 en la parte occidental, y desde 1991 en la oriental, América cuenta en Europa con una serie de Estados vasallos que son completamente sumisos a sus deseos, que forman un laberinto de pequeñas potencias obedientes, que han asumido el american way of life como una religión. Cualquier tentativa de independencia política y cultural europea debe ser aniquilada. Y la existencia de una Rusia independiente y con valores opuestos a los del nihilismo liberal es un peligro cierto para esa hegemonía, un mal ejemplo para esa mezcla de geriátrico y Disneylandia en que se ha convertido Europa.

Por eso, la OTAN no ha dudado incluso en convertirse en garante de la herencia leninista. En 1991, en Bieloviezha, las repúblicas todavía soviéticas de Bielorrusia, Ucrania y Rusia decidieron separarse amistosamente. Aquel acuerdo ponía fin de hecho a la URSS y parecía iniciar en el este de Europa una comunidad de naciones pacífica, muy homogénea en lo cultural y con un futuro lleno de promesas pero también de amenazas. Por desgracia, las amenazas se impusieron a las promesas y Ucrania, sobre todo, sufrió un período terrible de convulsiones internas que culminó con el golpe de Estado (inspirado por Bruselas y Soros) del Maidán, en 2014. Fue entonces cuando, según los analistas y expertos, se produjo el gran crimen de Putin: la anexión de Crimea y las rebeliones de Lugansk y Donetsk.

Para la ortodoxia globalista, Rusia había violentado los límites de su soberanía y atacado la de Ucrania. Si Moscú quería ser perdonado por una América que estaba pisoteando en ese momento las soberanías de Irak y Afganistán, debía devolver los territorios “ucranianos”. Pero una pregunta se hace necesaria: ¿son esos territorios Ucrania? Desde luego, no forman parte de la Ucrania histórica, nunca lo han hecho. Crimea, habitada por una abrumadora mayoría rusa desde su conquista a los tártaros en el siglo XVIII, sólo fue “ucraniana” por un ukase de Jrushov ( Kruchev para el lector hispano) en 1954. Y, por supuesto, sin consultar a la población. Como entonces la RSS de Ucrania formaba parte de la URSS, la cosa fue tomada a la tremenda por una parte de los rusos, pero no pasó a mayores. Al disolverse la URSS, Crimea se convirtió en una república autónoma dentro de Ucrania, que, además, albergaba en su seno el distrito independiente de Sebastópol, una de las ciudades heroicas y mártires de la historia rusa, tan importante para su identidad como Petersburgo y Moscú. La llegada del gobierno golpista en Kíev atentó de inmediato contra esta autonomía, y los habitantes de Crimea decidieron romper con Ucrania, cosa que sucedió sin violencia porque la inmensa mayoría de la población es rusa. Fue el propio gobierno de Kíev, al atacar la autonomía de Crimea, el que forzó la independencia y la incorporación a Rusia de esta región.

En cuanto a Donetsk y Lugansk, estas comarcas eran parte de la provincia zarista de Nueva Rusia, formada en el siglo XVIII en el territorio que va desde el Danubio al Donetsk y que ocupaba las estepas desiertas de la frontera norte del janato tártaro de Crimea, un vacío estratégico que permitía a los janes evitar las invasiones rusas. En el siglo XVIII, esa estepa deshabitada se colonizó en su mayoría por rusos y también hubo ucranianos y griegos. Es decir, ciudades como Odessa, por ejemplo, formaban parte de la Nueva Rusia, que nunca fue Ucrania hasta 1922, cuando Lenin, para debilitar el peso de Rusia dentro del orden soviético (Lenin era un impenitente rusófobo), entregó esta provincia a la república soviética de Ucrania; por supuesto, nadie consultó a la población. Casi un siglo después, el nacionalismo ucraniano, inflamado por Bruselas y Washington, atentó también contra la lengua y la representación política de los rusos de estas regiones y provocó varios alzamientos, no sólo en Donetsk y Lugansk, sino en Járkov, por ejemplo, y estas zonas, sin embargo, no han sido incorporadas a Rusia por Putin. Es decir, Rusia podría reclamar la mitad del territorio ucraniano como étnica e históricamente ruso y, sin embargo, se ha limitado a incorporar Crimea. Es la OTAN quien ahora defiende el legado de Lenin, tanto en lo estratégico como en lo espiritual.

Todo este innecesario conflicto ha sido atizado por la OTAN desde 2004 y con cada vez mayor fuerza desde 2014. ¿Por qué? Ucrania y Rusia han estado ligadas a lo largo de su historia, ya que tienen el mismo origen. Las lenguas son más parecidas que el español y el gallego, por ejemplo, y comparten una herencia cultural común. Rusia está llena de ucranianos y Ucrania lo está de rusos. Los matrimonios entre ambos pueblos son frecuentes y las dos culturas nacionales se hallan muy mezcladas. Sólo la parte occidental de Ucrania ha seguido una evolución diferente, sometida a la influencia de Polonia, Austria y Hungría, lo que se evidencia en el culto uniata y en la misma estampa de sus ciudades; pero Kíev, Járkov, Poltava, Odessa y el centro y el este de Ucrania forman parte del orbe cultural ruso y ortodoxo. Y lo seguirán haciendo, porque el Partido de las Regiones prorruso fue el principal grupo parlamentario y dio varios presidentes al Estado, hasta que Soros decidió instalar a sus agentes. Pero  la realidad va más allá de los deseos de la élite globalista y  la Ucrania filorrusa, como poco el cincuenta por ciento del país, sigue ahí. No se ha ido.

Ucrania y Rusia tienen todos los elementos para una asociación fructífera. Y eso es lo que teme Washington, lo que hay que impedir y lo que Brzezinski —inspirador de la estrategia OTAN— consideraba el objetivo fundamental de la hegemonía de Occidente: separar a Rusia de Ucrania, devolver a Moscú, como mínimo, a las fronteras de 1613. Y si Rusia puede ser troceada en pequeños estados, mejor. Todo lo que hoy vemos en Ucrania y poco antes en Georgia, en Kazajstán, en Armenia, obedece a esa estrategia de cerco, de desestabilización permanente y de divide et impera, que tan bien se le ha dado siempre a las potencias anglosajonas. Pero cuidado, que los rusos no son mancos. ¿Se han parado alguna vez a pensar los chaperos hispanos de Biden lo que supondría para España que Moscú reconociera como Estado a la república de Puigdemont? Esas cosas suelen pasar cuando un Estado fallido manda barcos y aviones a donde no debe.

Y mientras, Vox, los que tanto dan la murga con Blas de Lezo, trabajando gratis para los anglos. Por cierto, piden una política europea fuerte y al mismo tiempo quieren limitar los poderes de Bruselas. ¿Cómo demonios pretenden trazar esa cuadratura del círculo? Son como los demás: la política exterior en España siempre ha sido una cenicienta. Normal, no la ejercemos desde 1982. Es mucho mejor estar a remolque de París, Londres y Washington; así no hay que pensar estrategias, estudiar mapas ni aprender idiomas raros. España es una marca, un brand que se vende barato en los mostradores del Nuevo Orden Mundial, nada más. Una marca blanca (con perdón).

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