Los rebaños, cuando votan, balan

Talones de Aquiles de la democracia

El pueblo es un redil conceptual inventado para transformar en plebe o en rebaño a las personas. Y los rebaños, cuando votan, balan.

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Talones, digo, en plural, porque, a diferencia del héroe homérico, la democracia tiene varios. No creo que en el exiguo espacio de una columna de prensa quepa analizarlos todos. Ni siquiera mencionarlos.

Empiezo por el primero…

Decía Churchill, o al menos esa opinión se le atribuye, que la democracia es el menos malo de todos los sistemas políticos. Yo no estoy seguro de que eso sea cierto. 

Sí lo sería en el caso de que la democracia fuese meritocrática, como lo era en Atenas, pero en la de los tiempos que corren sólo existe, sólo se impone y sólo se sacraliza la que lo es por sufragio universal. Éste conduce inexorablemente a la oclocracia. Sobre ese riesgo ya avisaron los grandes sabios de la filosofía griega, empezando por Aristóteles. De Platón qué voy a contarles. ¡Pero si proponía que fuesen los sabios, los filósofos y los poetas quienes ejercieran el poder! Más meritocracia, imposible. Lo malo es que ni los poetas, ni los filósofos, ni los sabios, si de verdad lo son, quieren meterse en política. Sus prioridades son otras. 

La democracia, lejos de ser el gobierno del pueblo, es el gobierno de los partidos o, peor aún, de los intereses de quienes los financian

Suele decirse, para apuntalar lo que dijo Churchill, que la democracia es el único sistema que permite destituir (o sustituir, según la doctrina Robles) a un tirano sin derramamiento de sangre, guillotinas, algaradas callejeras o asaltos palaciegos.

Salta a la vista ‒en España, de hecho, lo estamos viendo‒ que eso tampoco es cierto. Lo sería si existiese ese mecanismo de destitución (o de sustitución, mi admirada Margarita) que es el impeachment, pero la democracia, sin él, es una inválida. Pedro Sánchez, según parece, seguirá presidiendo el gobierno hasta el fin de la legislatura pese a la evidencia de que ya no cuenta con el apoyo de casi nadie, aunque le quede el de los cuatro gatos que integran su guardia pretoriana.

Descartado el impeachment, queda el laberíntico recurso de la moción de censura, pero el éxito de ésta depende de los enjuagues de los partidos, de sus alianzas, de sus fobias, de sus filias y, sobre todo, de sus cálculos. que vienen a ser, si se me permite la metáfora, la litiasis que entorpece el libre flujo de la gobernabilidad y del sentido común en los países donde la democracia es partitocrática. O sea: en todos.

Los rebaños, cuando votan, balan

Tal es su segundo talón de Aquiles, pues la democracia, lejos de ser, como la etimología sugiere, el gobierno del pueblo, es el gobierno de los partidos o, peor aún, de los intereses de quienes los financian. Esa fatídica encerrona es el desfiladero de las Termópilas en el que la democracia, sin dejar de ser oclocracia, se convierte en plutocracia.

¿El pueblo? ¿Qué es el pueblo? Un concepto abstracto, carente de entidad, de visibilidad, de contabilidad, de atributos, de sustancia, de esencia y de existencia. El pueblo es un redil conceptual inventado para transformar en plebe o en rebaño a las personas. Y los rebaños, cuando votan, balan.

De sobra sé, considerando que la democracia se ha convertido en una religión monoteísta y ecuménica, que al escribir lo que aquí he escrito seré tildado por los Hunos de fascista y por los Hotros de hereje. Bueno… Lo primero no lo soy, porque la meritocracia es el antónimo y la triaca del fascismo, y lo segundo siempre lo he sido. Platón y Aristóteles también lo son. A tales señores, tal honor.

© La Gaceta de la Iberosfera

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