Turquía: un conflicto que viene de lejos

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Pese a sus indiscutibles deseos, compartidos tanto por Estados Unidos como por buena parte de las fuerzas liberales europeas, Turquía no consigue ver colmado su deseo de integrarse en la Unión Europea.  Por lo demás, poco dice a favor de la aspiración turca el hecho de que un importante miembro de la OTAN manifieste su apoyo al régimen iraní de Ahmadineyad.

Para una elemental comprensión de la historia de los turcos podemos representarla gráficamente con la trayectoria de un dardo disparado desde el Altái asiático, que en su recorrido llegó hasta el corazón de Europa, hasta Viena concretamente. La actual República de Altái es una de las 21 repúblicas que constituye la Federación Rusa y está situada en la cordillera de Asia Central.
 
Por tierra, por espacio de siglos, se entregaron los pueblos turcos a una larga y penosa marcha con el objetivo puesto en Occidente. Sin embargo, en el paulatino desplazamiento unos quedarían rezagados en Asia Central, el Turquestán actual, y los más audaces continuaron su trayectoria hacia Occidente y en el siglo XI rebasaron los confines de Asia Menor.
 
A partir de entonces la dinastía otomana, al frente del pueblo turco, llegaría a dominar en su totalidad la península balcánica. Su furia expansiva encontraría sólido valladar en las fuerzas cristianas, y este efecto no deseado por los otomanos contribuyó a hacer una Europa más unida frente a una amenaza común.
 
El territorio de la Turquía de nuestros días es difícil referirlo sin mencionar al Estado otomano, entidad histórica en la cual los turcos constituyeron en todo momento la etnia dominante. Porque, en efecto el Imperio otomano estuvo constituido por una realidad multiétnica, multinacional y multirreligiosa. De esta compleja realidad se desgajaron varios Estados de la Europa central, y Turquía fue en definitiva la plasmación como Estado-nación del pueblo turco, alcaloide del Imperio.
 
El espacio geográfico en que se desarrolló la ruta entre dos continentes determinó dos influencias en el terreno de las ideas y de la cultura que se han prolongado hasta nuestros días. La primera de ellas fue el encuentro con el islam, que adoptarían como su religión, hasta el punto que el Imperio Otomano llegó a ser la más poderosa e influyente de todas la naciones o territorios que tuvieron el mensaje del Profeta como religión oficial. Fue tan decisiva este influencia que a partir de entonces, tanto o más que como turcos, serían en lo sucesivo preferentemente conocido como musulmanes.
 
La otra influencia que le imprimiría carácter estuvo determinada por su condición de proximidad con la cultura europea, en contradicción con su prolongado asedio contra la cristiandad. A pesar de la actitud combativa contra ésta, fue inevitable la reacción que Europa ejerció y que se traduciría en un intento de imitación que se prolongó en el ámbito del Imperio Otomano para concluir con la proclamación de la República de Turquía en 1923 de la mano de Mustafá Kemal Ataturk, tras su derrota en la Primera Guerra mundial con la consiguiente pérdida de los territorios asiáticos bajo su dominio y su reducción al ámbito de Asia Menor, espacio originario de su reino.
 
El empeño, coronado con éxito, del moderno profeta laico, concluyó con la abolición de la religión oficial, siguiendo cánones que prevalecían en la mayor parte de las naciones occidentales. Sin embargo, es de destacar que la confesión islámica continuó siendo la practicada por la inmensa mayoría de su población. Este intento modernizador, protagonizado por los Jóvenes Turcos acaudillados por Ataturk, fue la consecuencia de una paradoja clave en la identidad de la Turquía actual. La condición geográfica de encrucijada es el punto de partida de una contradicción: visto desde Europa, reúne las características de un país musulmán enraizado con Oriente; y desde el ámbito musulmán merece la consideración de occidental, avalada ahora por su pretensión de integrarse en la Unión Europea y por su vinculación con la estrategia político militar a través de la OTAN.
 
Después de la Segunda Guerra Mundial, Turquía tuvo a Rusia como la más sólida amenaza exterior. El antecedente hay que situarlo en la controversia que condujo a la guerra de Crimea entre el Imperio ruso y el turco, iniciada en 1853, justo cuando los rusos invadieron Moldavia y Valaquia, decididos, como oficialmente declararon, a liberar de la opresión otomana a la población cristiana. Las antiguas pretensiones rusas de abrirse paso hasta alcanzar el Mediterráneo coincidieron con la descomposición del Imperio turco.
 
En el escenario de Crimea, Francia e Inglaterra, opuestas al acceso de los rusos hasta Constantinopla, se decidieron a intervenir con el envío de un cuerpo expedicionario con el propósito de defender la capital otomana y los estrechos del Bósforo. En razón de su estratégica posición geográfica, Turquía, debido al apoyo recibido entró en el juego de las alianzas que la aproximarían a Occidente en obligado olvido de su vinculación en lo político y en el religioso con Oriente. Fue el escenario de un choque de ambiciones entre las pretensiones rusas de alcanzar  el Mediterráneo a costa de los turcos y la oposición de Occidente a las ambiciones del Zar.
 
Al margen de la trascendencia que para Turquía tuvo la confrontación entre potencias en defensa de sus intereses, la guerra de Crimea, en opinión del mariscal Montgomery «proporcionó una lección respecto a cómo no se debe hacer una guerra […]. Fue una de las campañas peor manejadas de la historia.» Evidentemente, el mariscal inglés, al afirmar esto sangraba por la herida del desastre de la célebre carga de caballería de la brigada ligera, ejemplo de inútil suicidio.
 
Data de aquellos días el primer intento de modernizar el régimen turco de la mano del sultán Abdumelcid, que entre 1839 y 1861 trató de sustituir la ley islámica por un derecho civil y reformas educativas, entre las que destaca la creación de la universidad de Estambul. Sin embargo, al aceptar la ayuda occidental para frenar el expansionismo ruso propició desde aquel momento la aceptación de la tutela de la Gran Bretaña y de Francia.
 
En la actualidad tan sólo el 3% de su territorio de 750.000 kilómetros cuadrados se encuentra en Europa mientras que el resto es asiático. Circunstancias imperativas, como su situación en una zona tan propensa a conflictos como el Cáucaso, los Balcanes y las regiones más ricas en petróleo del Próximo Oriente y del mar Caspio, obligaron a Turquía a velar por todo lo relacionado con seguridad y defensa, que culminó, tras el resultado de la Segunda Guerra Mundial, en su posicionamiento prooccidental. Miembro de la OTAN, es considerada por los Estados Unidos como uno de sus más valiosos aliados, entre otras razones por disponer del segundo ejército en el marco de la Alianza.
 
El choque de civilizaciones y culturas que se asentaron en su territorio dejaron notable influencia en la Turquía de hoy y es visible la amalgama de costumbres y valores. Con diversos grados de influencian conviven el islamismo suní (Islam ortodoxo), el islamismo aleví (Islam heterodoxo), junto a las minorías cristianas, principalmente griegas y armenias, a lo que hay que sumar la influencia laica occidental ejercida en el ámbito oficial y en las esferas superiores del país.
 
La pretensión actual de integrarse en la Unión Europea tiene un precedente en el siglo XIX cuando a pesar de que gran parte de su territorio estaba en Europa, Turquía era contemplada por la totalidad de los países cristianos como un elemento ajeno al sistema europeo. Todo ello impulsó al Imperio otomano, como parte del equilibrio de poder, a iniciar su acercamiento por la vía de la modernización. Situación aquella equiparable al empeño integracionista actual.
 
El intento de reorganización, que recibió el nombre de Tanzimat, impuso la necesidad de que los sultanes y las élites turcas trataran de buscar en la occidentalización la vía para recuperar el poder y esplendor pasados. No resultó tarea fácil puesto que hubo que enfrentarse a tradiciones de difícil desarraigo.
 
Hasta entonces, la ley sagrada del Islam era sumamente restrictiva en referencia a los no musulmanes, a los que se les recluía a una condición inferior. Los intentos que desde los países cristianos se hicieron para modificar esta situación discriminatoria fueron interpretados por la rigurosa ortodoxia musulmana como una injerencia inaceptable, circunstancia que trascendiendo lo religioso produjo la exaltación de un nacionalismo recalcitrante.
 
El contenido del Tanzimat en el siglo XX fue el motor que movilizó a los Jóvenes Turcos, que liderados por Kemal Ataturk emprendieron la lucha con la finalidad de recuperar estrictamente el territorio que constituía Turquía a partir de la desmembración del Imperio otomano. La instauración de la República en 1923 supuso la abolición del sultanato y del califato, y al concluir la Guerra de Independencia, Ataturk dirigió la campaña militar de turcos y kurdos contra armenios y griegos, con una pesada secuela que pende sobre Turquía por la acusación reiterada y no reconocida del genocidio de que fueron víctima los armenios.
 
Gran parte de los problemas que afectan a Turquía hoy, como su política exterior, política interna y economía son atendidos en función de la aspiración de superar la servidumbre histórica y geográfica que la sitúa a caballo de dos continentes. Sin embargo, algunos problemas pendientes, como el kurdo, la presencia de las fuerzas armadas dispuestas en décadas pasadas a decidir la vida política, así como las necesarias reformas con vistas a su pretendida europeización constituyen un obstáculo para el cumplimiento del sueño turco.

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