Miscelánea del Ruedo Ibérico

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Foxá proscrito en Sevilla
 
Con ocasión de una conferencia que debía dar Aquilino Duque (y que al final pronunció en los jardines del local previamente concedido), los expendedores de pasaportes de progresía, ajustados a sus cánones dogmáticos, han proscrito, una vez más, a Agustín de Foxá, cuya brillante producción literaria no constituyó obstáculo para que algunas "boutades" espontáneas le consagraran como un maestro en llevar la sátira a la vida cotidiana. Equiparable en ingenio a Quevedo, el más mordaz de los escritores españoles, permite concluir que la mala uva, si se terciaba, tenía un parangón con el colesterol, que lo hay del bueno y del malo, y que puede servir, cuando se usa con agudeza, de remedio eficaz para hacer más placentero nuestro tránsito por la vida.
De su exuberancia, culta y romántica, nos ha quedado la descripción que hizo de sí mismo: “Gordo, con mucha niñez aún palpitante en el recuerdo. Poético, pero glotón. Con el corazón en el pasado y la cabeza en el futuro, bastante simpático, abúlico, viajero, desaliñado en el vestir, partidario del amor, taurófilo, madrileño con sangre catalana. Mi virtud, la imaginación; mi defecto, la pereza”.
Como muestra de su capacidad, propia de un espíritu liberal, capaz de restar hierro a las abundantes situaciones dramáticas de la vida, vaya una anécdota, de la que se extrae categoría:
Fue requerido un día por Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores y el poderoso cuñadísimo de Franco le increpó: “Tengo que llamarte al orden, porque con tus chistes en los lugares de tus destinos como diplomático nos estás creando situaciones comprometidas; porque ahora que estamos reconstruyendo el Imperio…” Cortó Foxá el intento de recriminación y le dijo a Serrano: “Caramba Ramón, ese chiste del Imperio no es mío, pero es muy bueno”.
Tome nota la concejala que prohibió el homenaje en Sevilla al ilustre escritor y tenga por seguro que si Foxá adoptó una postura en política, estaba condicionada porque, según sus palabras; “Soy conde, soy gordo, fumo puros; cómo no voy a ser de derechas”. Como al Cyrano de Rostand, le sobraba ingenio para reírse de sí mismo.
 
Vergüenza ajena
 
Es de Bismarck la afirmación de que existen tres ocasiones en que la mentira campea a sus anchas: en los partes de guerra, en las reuniones después de una jornada de caza, y en las campañas electorales.
Es lícita la aspiración de un político de alcanzar el poder para desde él llevar a la práctica sus convicciones al servicio de los ciudadanos.
Pero cuando esa aspiración tiene como única meta el poder por el poder, ¿les suena?, merece el rechazo de los atónitos electores que lo han encumbrado.
Cuando un gobierno es capaz de la desfachatez de maniobrar groseramente la asistencia a la manifestación por la vida del pasado sábado 17 de Octubre, en un alarde de insulto a la inteligencia de los españoles, a sabiendas de que miente, sin temblarle la voz, no es acreedor de críticas sino digno de lástima.
Para poder presumir de talante democrático hay que jugar a cuerpo gentil, sin encubrir la verdad, aunque por ello tenga que pagar el precio que consideren justo los ciudadanos, los que le han ungido y los que no lo han hecho.
Cuando la ocultación sistemática de los hechos se convierte en norma, la vergüenza ajena de los electores en futuras convocatorias en la liturgia de las urnas, debe imponer su veredicto.
A menos que la idiocia se haya instalado entre nosotros.
 
Caamaño en Compostela
 
Nada más lícito y encomiable que velar por la buena salud de cualquiera de las lenguas, que además del castellano, gozan de rango oficial en las distintas partes de España donde tienen arraigo. Su proscripción o poner barreras a su práctica, como sucedió en otros tiempos, tuvo como efecto el aliciente de lo prohibido, y como resultado la elevación de un techo que sólo el tiempo se encargará de valorar.
La presencia del ministro Caamaño en la manifestación que en Santiago de Compostela se realizó bajo los auspicios del PSG y del BNG,en defensa de la lengua gallega sin que se acierte a sostener quién la prohibe, sin faltar a la verdad, es ocasión propicia para recordar la precisión que Valle Inclán hizo aclarando por qué él, conociendo a la perfección, como era el caso, la dulce lengua de Rosalía de Castro, no escribió más que castellano, por lo menos la inmensa mayoría de su obra-
Lo hizo contestando a la pregunta de un periodista. La respuesta del autor de las Sonatas, “excelente escritor y extravagante ciudadano” en afinada opinión del dictador Primo de Rivera, fue rotunda: “Porque si escribiera en gallego, estaría escribiendo para cuatro provincias, mientras que en castellano lo hago para veinticinco naciones” (sic)
Las lenguas que además del castellano se hablan en Cataluña, Valencia, Galicia y el País Vasco son patrimonio de España, y como tales deben ser protegidas y no dificultar su práctica. Sin poner trabas a su ejercicio y, como es el caso actual, se desenvuelven con normalidad, llegan a ocupar en sus respectivos ámbitos el espacio y el techo que imponga la razón.
A los incitadores de victimismos inventados para efímero uso político parecen ser dirigidas las palabras de Antonio Machado desde Hora de España en plena guerra civil: “De aquellos que se dicen gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etc., antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse”.
El idioma que hace mil años dio sus primeros vagidos, en palabras de Dámaso Alonso, sigue tan campante en el mundo. Mal que les pese a la petrimetría experta tan sólo en llantinas.
 
Chiquito de Tafalla
 
Conocido como chiquito de Tafalla, Carlos Solchaga ha ocupado titulares desde la publicación en Vanity Fair de una entrevista en la que se desmarca de las ocurrencias presidencialisistas del señor Rodríguez Zapatero, cada día más alejado de las promesas que nos atenazan, la economía en lugar destacado. Aunque ya se sabe, al sesudo viejo profesor no le tembló la voz al llevar a rango de apotegma aquello de que las promesas se hacen para no ser cumplidas.
Jocosamente, si la situación de la economía lo permitiera, habría que hacer una rectificación prosódica de la palabra crisis y cargar un acento en la última sílaba, porque ciertamente la crisis se acentúa.
Lo de chiquito, que no le afecta a Solchaga como sí lo hace a Sarkozy, lo asume como herencia genética. La estatura de los hombres (y de las mujeres, faltaría más) no es mensurable por su tamaño, sino por la altura de miras y de logros.
El juicio que merezca el sucesor de Boyer al frente de la cartera de Economía ya es historia. Pero no es eso lo que lo incorpora a la actualidad, sino la convergencia en la crítica con que responsables de la materia han coincidido en censurar a quien les situó en los lugares de decisión: Fernández Ordoñez, Jordi Sevilla, Solbes; Almunia desde el Parlamento europeo, ahora Solchaga, que tras aclarar que él se hubiera ido mucho antes que Solbes, porque Rodríguez Zapatero, cuando había una confrontación sobre decisiones de política económica entre el presidente y el ministro de Hacienda, siempre prevalecían las de Zapatero.
Algo se mueve en el socialismo español, preocupado por el deslucido papel que lo aboca al descrédito debido al empecinamiento de un presidente incapacitado para ver más allá de lo inmediato, haciendo oídos sordos a instituciones y personas que reclaman reformas de fondo.
El antecesor de Solchaga, Boyer, en un punto similar al que se plantea en estos momentos ya sostenía en abril de 1983; “Ni las centrales sindicales ni lo CEOE tienen que participar en la elaboración de los Presupuestos Generales del Estado, porque es competencia exclusiva del Gobierno”.
Asume Zapatero la dirección de la política económica soslayando a su ministra y coincidiendo con los sindicatos que por representar lo hacen a ellos mismos.

 

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