Es del profesor Velarde Fuertes la afirmación de que la economía ha pasado a ser de la más inexacta de las ciencias a un género literario. Lo que podría tener como corolario que jugando con palabras, más o menos bellas, se nos diera gato por liebre al enjuiciar una situación dada en relación con los problemas económicos que nos afectan. Algo de esto viene sucediendo en el presente sin que las palabras con que se trata de enjuiciar la situación española, tengan el soporte de la belleza ni la enjundia de los datos certeros.
Está visto que las dos tardes con que Jordi Sevilla se proponía ilustrar a su jefe no se han visto coronadas por el éxito, y la incertidumbre cunde ante un horizonte cargado de nubarrones, frente a los que no se encuentran más que ocurrencias variables según convenga al inmediatismo con que Rodríguez Zapatero afronta la tormentosa situación en la que nos encontramos- Menos mal que desde la agencia sindical del Partido Socialista, la UGT, a través de uno de sus dirigentes se ha dado con la clave mágica capaz de ofrecernos luz en la situación económica, señalando con el índice acusador al gobernador del Banco de España y mandarle “a su puta casa”. Con un par.
Por esto, y otras cosas más, resulta confortante el esclarecedor estudio con que el profesor Velarde “Cien años de economía española” nos revela las vicisitudes de nuestra historia en su vertiente económica desde la Restauración hasta el gobierno de Rodríguez Zapatero.
Con la obra a que hacemos referencia pretende su autor, y lo consigue, contribuir a sembrar en el ánimo de los españoles, el interés por lo que considera la presencia inocultable de una nueva decadencia económica de España, equiparable a la que tuvo lugar en el prolongado final de nuestra Edad Moderna, tema abordado por Velarde en su ensayo Sobre la decadencia económica de España, publicado en 1951. La obra de ahora, aunque centrada en el siglo XX, abarca desde los años de la Restauración, con la presencia de Cánovas del Castillo, que sirve de proemio ineludible al tratar acerca de la economía española del pasado siglo. Su asesinato en l897 no impidió que su proyección en la siguiente centuria fuera visible.
Del desastre histórico que se proyectó en la economía, tras el revulsivo para la conciencia española que supuso el fin del Imperio donde no se ponía el sol, hasta el traspiés, por enjuiciarlo benévolamente, en que nos encontramos desde que oficialmente y a regañadientes se reconoció la presente crisis, que se ha instalado entre nosotros sin que pueda precisarse hasta cuando, a través de todo un siglo el profesor Velarde nos ofrece en vívido calidoscopio un panorama que se extiende hasta la “concienzuda preparación de una crisis”, en sus propias palabras.
En estos momentos en que Rodríguez Zapatero pretende que un punto de arranque para afrontar la crisis debe centrarse en un acuerdo entre sindicatos y empresarios, soslayando el consenso entre los dos grandes partidos políticos para obtener el precario apoyo que para subsistir en el Parlamento necesita de votos de formaciones antisistema, con el pertinaz empeño de situar al Partido Popular y sus más de diez millones de votantes en la penitencia de un lazareto, Velarde saca a relucir el Pacto de la Moncloa suscrito en l978, que vino a alterar sustancialmente el modelo de relaciones laborales imperantes hasta aquel momento. Por cierto que opta por denominarlo Pacto y no Pactos porque, según sus propias palabras, “aunque se firmaron diversos documentos, y se pretendió que iban a existir varios acuerdos, en realidad lo único que perduró fue un solo Pacto económico-social”.
La virtualidad de aquel gran acuerdo, que tuvo por inspirador al profesor Fuentes Quintana, consistió en que al excluir a los sindicatos de la decisión, hizo recaer la responsabilidad en todos los partidos políticos, que quedaron comprometidos en una decisión de gran calado- A diferencia de entonces, la pretensión del gobierno actual de entregar la responsabilidad de decisiones a sindicatos y empresarios, acusando prácticamente a éstos de ser causa del estancamiento negociador y presentarlos como chivo expiatorio de los males presentes, pone de manifiesto la impericia del presidente del gobierno para tomar decisiones que a él corresponden. Se trasluce que el principal partido político que existe en el país lo constituyen los sindicatos. En cita que Velarde hace de Malo de Molina “…las actividades puramente defensivas de los sindicatos frente a las necesidades de adaptación al marco constitucional colocan a los sindicatos en una posición conservadora, enfrentada al progreso social”. Conservadora, habría que agregar de prebendas de unas organizaciones que se representan a sí mismas.
Frente a la negativa frontal con que el presidente del gobierno ocultaba, para efímero uso electoral, no los datos sino la realidad de una crisis con auténticos artificios, Velarde ofrece el ejemplo de Fuentes Quintana, que apenas alcanzada la responsabilidad con su acceso a la vicepresidencia en el gobierno de Adolfo Suárez, utilizó la TVE y señaló responsablemente a los españoles, sin ocultar nada, la gravedad de la crisis que les atenazaba. Fue el preludio del Pacto de la Moncloa. El pueblo, a través de los partidos políticos que lo representaban, lo entendió en demostración de que los discursos con apego a la verdad, lejos de toda demagogia, surten su efecto y aprecian más las promesas de “sangre, sudor y lágrimas” que las que en nuestros días han tenido expresión en el cheque baby, los cuatrocientos euros de exención y otras ocurrencias por el estilo. Por citar un ejemplo reciente, recuérdese el cara a cara del ministro Solbes con Manuel Pizarro, fruto del cual todo el despliegue goebeliano del gobierno y sus apéndices mediáticos, llegó a tildar de antipatrióticas la revelación con auténtico apego a la realidad de la economía española explicada con rotunda claridad por éste último.
En el epílogo que sirve de colofón a la obra de Velarde concluye que la serie de acontecimientos, que expone con autoridad, sugieren la idea de que la economía española está en riesgo de derrumbarse. Lo sintetiza con una pregunta: ¿Corremos el riesgo, como pasó con el siglo XVI y en los dos siguientes, de haber creado una especie de época dorada que se aleja cada vez con más fuerza ”.
Coda. Puestos a tomar al pie de la letra la afirmación del profesor Velarde acerca de la economía como género literario, podría sostenerse que a la fórmula I+D+I debería agregarse en calidad de sustraendo –P como medio para incentivar la productividad española. El avisado lector no necesitará devanarse los sesos para descifrar la incógnita camuflada en la P y concluir que "–puentes".