El historiador Martín Almagro Gorbea, anticuario de la Real Academia de la Historia, ha sufrido descalificaciones, insultos y, por supuesto, el ultrajante reproche de su falta de afinidad con “la causa del pueblo vasco”. ¿Motivo? Ha osado poner en evidencia el inmenso fraude cultural que se está perpetrando en el yacimiento arqueológico de Iruña-Veleia (valle de Zadorra, Álava). Otros historiadores, incluso allegados a la causa nacionalista, no han podido evitar la inquisición de los fanáticos, empeñados como están en demostrar la milenaria existencia del vascuence en una zona donde nunca se ha hablado; aunque para lograr su propósito tengan que recurrir a burdas falsificaciones.
El yacimiento de Iruña-Veleia es un enclave prerromano, celtibérico, ciudad fortificada que se romanizó en el siglo I. En la actualidad existen interesantes restos tanto celtibéricos como romanos y se desarrollan tareas de excavación y estudios sobre el área de actividad. Mas he aquí que en 2006 aparecieron unos sorprendentes restos que, de ser auténticos y fidedigna su datación, cambiarían algunos conceptos, tenidos hasta hoy por inamovibles, sobre la prehistoria e historia antigua en el norte peninsular. Se trata, en concreto, de la aceptación por todos los expertos de que el vascuence, en sus formas más primitivas, no se hablaba en los actuales territorios de la comunidad autónoma vasca, sino en el Pirineo y la Aquitania. Como es lógico, el interés del gobierno vasco y los gestores de su política cultural en este asunto fue inmediato. Volcaron inmediatamente esfuerzos, tiempo y dinero a efectos de corroborar la tesis, finalmente documentada por este singular hallazgo, de la existencia del vascuence en Álava desde tiempos prerromanos.
¿De qué hallazgos estamos hablando? Pues de una serie de tablillas, grafitos datados en el siglo III, en los que aparecen, entre otros portentos, una representación del Calvario de Cristo, algunos escritos en vascuence y hasta varios jeroglíficos egipcios.
Lo malo de este “descubrimiento”, en cuya investigación lleva gastados 3.000.000 de euros el gobierno de Ibarretxe, es que chirría escandalosamente ante el rigor científico y no digamos el sentido común. En las imágenes sobre el Calvario hay una inscripción literal, “RIP”, en lugar del clásico “INRI”, lo cual, aparte de una sandez, es una auténtica herejía desde el punto de vista de la fe cristiana. El autor de este embeleco o bien es un ignorante de tomo y lomo o un consumado bromista. Las frases en vascuence están redactadas en sentido actual, tanto semántica como gramaticalmente; y los “jeroglíficos” componen frases tan modernas que su sola traducción suena a chiste. “Es como si dijeran: ‘Vamos en tranvía a las pirámides, dijo el faraón a la faraona’, afirma Martín Almagro. “Lo del RIP era determinante, pero lo demás también."
Servidor, granadino a fin de cuentas, está acostumbrado a estas historias de falsificaciones arqueológicas. En el siglo XVI, los moriscos de Granada, con el traductor erudito Alonso del Castillo como principal artífice de la empresa, “encontraron” antiquísimos restos en la torre Turpiana (sobre la antigua mezquita, hoy catedral), así como en el camino del Sacromonte, los cuales demostraban la inmemorial vinculación entre el cristianismo y el islam. En los famosos Libros Plúmbeos del Sacromonte, la Virgen María proclama que: “De entre todos los pueblos del mundo, el árabe es el que conserva la fe con más entusiasmo, siendo su cultura y su idioma los más excelentes”. En el siglo XVIII, atosigado por las exigencias del abad del Sacromonte —a su vez obsesionado por reivindicar la legitimidad de la fundación de la abadía, cuyos orígenes hunden cimientos en una gran impostura—, el canónigo, historiador y erudito Juan de Flores volvió a “encontrar” restos que certificaban la autenticidad de los antiguos Libros Plúmbeos, por completo desautorizados en la bula papal de Inocencio XI (1682).
De lo que nunca hasta hoy había tenido noticia es de una falsificación tan grosera, tan descarada y tan publicitada en favor de una causa tan espuria. Y, por supuesto, tan cara. Tres millones de euros no son una broma, mucho menos si esa cantidad de dinero, pagado a escote entre los ciudadanos, se emplea en autorizar semejante chapuza y en instrumentalizar canallescamente la Historia en favor de los merinos instalados opíparamente en Ajuria Enea.
Que los nacionalistas vascos no tienen ningún respeto por la verdad histórica era algo ya sabido. Lo que ha puesto en evidencia el asunto de Iruña-Veleia es hasta qué extremos de mentira, despilfarro y desprecio por la cultura y el conocimiento son capaces de llegar en pro de su sagrada causa. Miedo da pensar en una hipotética, futura Euskadi independiente gobernada por estos sinvergüenzas.