Para entender la institución política de más siglos

La Monarquía sin tópicos ni prejuicios

En De Monarchia hispanica discursus, aparecida en 1601, Tommaso Campanella, describió un Estado teocrático universal basado en principios comunitarios de igualdad. Eran tiempos que coincidían con la expansión imperial de España en el Nuevo Mundo, años en que después del discurso pronunciado en Roma por el Emperador Carlos V, «Dios se había hecho español», según el decir de la época entre blasfemo y laudatorio. Era la hora unitaria hispana de la que ha dejado testimonio Benedetto Croce en su España en la vida italiana del Renacimiento, cuando dice que «España había vencido y, a juicio de los políticos italianos, Maquiavello y Guicciardini, había sabido vencer.»

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JOSÉ ANTONIO NAVARRO GISBERT
En De Monarchia hispanica discursus, aparecida en 1601, Tommaso Campanella, describió un Estado teocrático universal basado en principios comunitarios de igualdad. Eran tiempos que coincidían con la expansión imperial de España en el Nuevo Mundo, años en que después del discurso pronunciado en Roma por el Emperador Carlos V, «Dios se había hecho español», según el decir de la época entre blasfemo y laudatorio. Era la hora unitaria hispana de la que ha dejado testimonio Benedetto Croce en su España en la vida italiana del Renacimiento, cuando dice que «España había vencido y, a juicio de los políticos italianos, Maquiavello y Guicciardini, había sabido vencer.»
Al referirse a este punto cenital de España, Balzac ha elaborado una curiosa teoría, publicada como epílogo en una edición de Fisiología del gusto de Brillat Savarin, según la cual el chocolate llevado por los españoles a Europa, fue la «causa de la decadencia de la raza española, justamente en el momento que estaba resucitando el Imperio Romano.»
Valga este exordio para intentar actualizar la presencia y actualidad de una Institución, que con excepción de setenta y cuatro meses, apenas seis años entre dos paréntesis republicanos, ha estado presente, con altibajos, en la Historia de España por espacio de más de mil años.
Perdone el lector la inclusión entrometida de algún rasgo personal lindando con el tema.
Rebasadas las bodas de oro de mi permanencia en la América de habla española, me permito algunas reflexiones acerca de la posición del idioma de Cervantes hablado hasta el día de hoy, porque va en aumento, tanto por el crecimiento demográfico como por la necesidad de uso práctico fuera del ámbito estricto de la comunidad hispánica, por más de cuatrocientos millones de personas. La reflexión me lleva inevitablemente a la consideración del papel que ha tenido la Institución de la Corona española, ahora precisamente que a través de alguna encuesta se revela la «indiferencia» de los españoles a la hora de declarar su preferencia entre Monarquía o República.
Mi dilatada presencia en América, sin que sea causa de distanciamiento físico de España, en prueba de lo cual puedo aducir mis ciento cinco cruces del charco, me ha permitido en ocasiones, sin que sirva de pretexto para alguna manifestación de nostalgia colonial, afirmar que mi prolongada estadía en el Nuevo Continente se debe a una visita a las antiguas posesiones de Su Majestad, el imbécil narizotas cara de pastel de Fernando VII. Observará el lector que a los adjetivos poco enaltecedores del monarca felón, uno el respeto a su alta investidura como heredero del trono de San Fernando, lo cual conduce a sostener que no siempre ha corrido pareja la calidad de la Institución con el personaje que en determinados momentos la ha encarnado.
Dentro de dos o trescientos años, si por obra humana no se ha producido un big bang a la inversa que nos devuelva a ninguna parte, los idiomas italiano, francés o alemán, por poner un ejemplo de hablas occidentales, serán idiomas referenciales de importantísimas culturas con manifestaciones artísticas, literarias, filosóficas, etc., que en el transcurso de la Historia se han desarrollado en sus respectivos espacios físicos. Al decir referenciales quiere decirse que su ámbito de uso, en lo que respecta al mundo occidental, irá muy a la zaga de los idiomas inglés y español en cuanto al número de personas que tienen esos idiomas como primera lengua de uso.
¿Cuál ha sido la causa de esa presencia actual y futura del español en el mundo? Para entenderlo es necesario situarse en el punto de arranque histórico que supone el descubrimiento del Nuevo Mundo y posterior conquista, evangelización, colonización y consecuente asentamiento en sucesivas oleadas de castellanoparlantes. Pero un hecho de singular importancia hizo posible el mantenimiento de la unidad de vastos territorios. Este hecho está representado por la Corona.
Hay que tomar en cuenta que apenas asentados en la vastedad de las Indias recién descubiertas, las pugnas entre los conquistadores pusieron en apuros la unidad de acción y el proyecto de incorporar pueblos y tierras a la Corona. Valgan como ejemplo las discrepancias entre Velázquez y Hernán Cortés; los enconados enfrentamientos entre los Pizarro y otros compañeros de conquista, la aventura equinoccial y sangrienta de Lope de Aguirre, magistralmente novelada por Ramón J. Sender. En la carta que el Tirano le enviara a Felipe II, le apeaba a éste de excesivas reverencias y le increpaba en tono dramático: «Mira, mira Rey español, que no seas cruel a tus vasallos ni ingrato, pues estando tu padre y tú en los reinos de España sin ninguna sosobra, te han dado tus vasallos a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como en estas partes tienes, y mira rey y señor, que no puedes llevar con título de rey justo ningún interés destas partes donde no adventuraste nada, sin que primero los que en ello han trabajado y sudado sean gratificados
En las guerras civiles que asolaron el Perú recién conquistado, los bandos de los Pizarro y de los Almagro, la ola de sangre que envolvió al futuro virreinato en lucha por obtener poder y fortuna, propiciaba el pasmo con que la turba contemplaba la ferocidad de los contendientes y ante el vencedor utilizaban una expresión de la época: «¡Viva el Rey, que ya es muerto el tirano!» Valórese la expresión como el sentimiento de que por encima de las miserias humanas, la invocación de la figura del Rey ponía con su sola mención orden en los desaguisados de sus súbditos.
Sólo el respeto, y en ocasiones el temor que la figura del Rey inspiraba, tuvo como consecuencia el mantenimiento de los territorios de ultramar dentro de la unidad de los sucesivos virreinatos y capitanías generales bajo el amparo de la Institución monárquica. De no haber sido así es presumible que la voraz competencia y el recelo que inspiraba la España imperial, hubiera sido objeto del acecho de las potencias celosas del predominio español, tales como Inglaterra, Francia y Holanda, con el consiguiente fraccionamiento que, entre otras cosas, hubiera afectado a la presencia del idioma español. Sin hipérbole, la unidad bajo la Corona fue una de las causas principales del afianzamiento de la lengua con cuatrocientos millones de parlantes actuales. Es decir, que dentro de los próximos siglos, la presencia del español está garantizada como idioma de primera línea porque en los momentos iniciales de la conquista de América, una Institución permitió e incluso forzó la unidad.
Y no solamente en lo que atañe a la lengua. El primoroso orden impuesto por las instituciones de creación española, hicieron posible que en el momento de la emancipación de las antiguas posesiones de la Corona, lo hicieron basándose en las delimitaciones territoriales, políticas y administrativas heredadas de ésta. Sólo dos rectificaciones cabe mencionar: la segregación que Simón Bolivar hizo del Alto Perú para dar nacimiento a la actual Bolivia, y la separación del antiguo virreinato de Nueva Granada del Panamá actual, en otros tiempos territorio colombiano.
Las actuales naciones hispanoamericanas corresponden en sus territorios, salvo insignificantes rectificaciones, a los establecidos bajo la Monarquía española.
Al juzgar a la Monarquía no es aventurado sostener que pesa más positivamente el valor de la Institución como tal que el de los personajes que la han representado, no siempre a la altura que se requería de ellos. La felonía, la frivolidad, la casquivanía y otras hierbas, ha corrido pareja con la grandeza de miras, el alto sentido de Estado y de la responsabilidad ante el pueblo.

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