PSOE: de la fuerza moral a la erótica del poder

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JOSÉ ANTONIO NAVARRO GISBERT
 
El dedo pulgar derecho enhiesto de Rodríguez Zapatero, en contraste con los puños en alto acompañando el canto de la vetusta internacional en el acto de la primera jornada del reciente Congreso del PSOE, bien podría haberlo sustituido por el dedo corazón erecto, en señal del nuevo rumbo de un partido evolucionando desde el marxismo a la socialdemocracia para culminar la trayectoria con la sustitución de la ideología por la pura aspiración del poder por el poder. Pura erótica.
 
Larga y sustancial ha sido la evolución del partido fundado por Pablo Iglesias en 1879, en olor de linotipias, cajas de tipos móviles y prensas. A este ferrolano (1850-1925), conocido entre sus correligionarios como el «abuelo», se debe la triple fundación del PSOE, la UGT y el periódico El Socialista. Con el correr de los tiempos experimentaría cambios notables, desde sus posiciones iniciales, según definición del propio Iglesias como «fuerza moral », a la de Ortega y Gasset, impregnado de « religiosidad de lo colectivo », o la de Unamuno que lo catalogaba de « partido cultural.» A lo que habría que agregar lo que José Antonio Primo de Rivera sostuvo cuando afirmó que « el socialismo fue justo en su nacimiento », aunque se extendería matizando que « el socialismo, que fue una reacción legítima [...] vino a descarriarse porque dio, primero, en la interpretación materialista de la vida y de la Historia; segundo, en un sentido de represalia; tercero, en una proclamación del dogma de la lucha de clases.»
 
   Aunque nacido en la legalidad y participante de la pugna electoral de los años de la Restauración, Pablo Iglesias con motivo del primero de mayo de 1891 fue claro en su proyecto: « Si la burguesía transige y nos concede las ocho horas la revolución social, que ha de venir de todos modos, será suave y contemporizadora en sus procedimientos. De otra suerte, revestirá los caracteres más sangrientos y rudos que pueda imaginar la fantasía de los hombres.»
 
   A esta sombría amenaza agregaba su intención de permanecer en la legalidad en tanto ésta permita cumplir sus metas, « pero fuera de la legalidad [...] cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones.»
 
   Esta posición alcanzaría connotaciones más sonoras cuando llegó a anunciar que antes de tolerar la vuelta al gobierno de Maura los socialistas se opondrían y amenazó incluso con « llegar al atentado personal.»
 
   La elección de Pablo Iglesias como primer diputado socialista al Congreso mereció un cálido saludo del joven Ortega y Gasset: « Los cuarenta mil votos que han elevado a Pablo Iglesias hasta la representación nacional significa cuarenta mil actos de virtud. [...] Los votos de Pablo Iglesias han henchido las urnas de virtudes teologales.»
 
   Luces y sombras de un personaje que concitaría en su tiempo el respeto y admiración de sectores de la cultura que aportarían al PSOE savia nueva. La pregunta que cabe hacerse es ¿ cuál es el parecido entre el partido fundacional y el que actualmente se encuentra al frente del Gobierno de la Nación?
 
   Para llegar a una respuesta resulta adecuado seguir su evolución a través de sus más conspicuos personajes. Característica notoria del PSOE en sus primeros pasos es la condición autodidacta de sus prohombres. Al fundador hay que agregar a Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto, modelos de hombres hechos a sí mismos, partiendo de orígenes humildes cuando no penosos, impedidos por las circunstancias al acceso siquiera a una educación media. Sin embargo, el halo del que estuvo rodeado Pablo Iglesias, equiparable a una sacerdote laico, propició el paulatino acercamiento a la militancia de gentes procedentes del mundo académico. Valga como máxima expresión la presencia de Julián Besteiro.
 
   La irrupción en la vida política española de la Dictadura de Primo de Rivera fue ocasión para que se manifestaran tres actitudes frente a ésta a cargo de Largo Caballero, Besteiro y Prieto.
   Largo adoptó una actitud posibilista propicia a la colaboración, justificada así por Besteiro: « Pienso que la táctica de retraimiento y de abstención es una táctica errónea [...] y pienso además que quizá el mayor de los méritos contraídos ante el país por la UGT y por el Partido Socialista consiste [...] en haber llevado a organismos públicos la voz sincera y enérgica de los verdaderos representantes de la clase trabajadora, apoyados por la organización y controlados por ella.»
 
    Esta actitud asumida por Largo, con el respaldo de Besteiro, propició que el primero alcanzara con la Dictadura el rango de consejero de Estado y el consiguiente incremento de la masa afiliada a la UGT, que se convirtió en el primera fuerza en el campo de la izquierda. Sin embargo, a pesar del apoyo tácito a la actitud de Caballero, Besteiro rechazó la oferta de la Dictadura para ser elegido a la Asamblea Nacional primorriverista por el claustro de la Universidad. Prieto se decantaría por no colaborar con la Dictadura.
 
   Una trayectoria, que al margen de las opiniones variadas, favorables o adversas que merezca el PSOE, vino a tomar una deriva que contribuyó a radicalizar en extremo la política española, al proclamar sin ambages la necesidad de la dictadura del proletariado como panacea para la sociedad española. Caballero fue su abanderado y la consecuencia supuso una ruptura de la legalidad en el marco de la Segunda República española. El momento culminante de esta ruptura se alcanzó cuando el PSOE, desoyendo prudentes consejos, como el de Besteiro, se lanzó a la aventura de la insurrección de octubre de 1934 contra el poder legalmente constituido.
 
   En posteriores reflexiones, Julián Besteiro, cuando la suerte de las armas ya había decidido el resultado de la guerra civil, diría sangrando por la herida: « La verdad real: estamos derrotados por nuestras propias culpas: por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique que es la aberración política más grande que han conocido los siglos. La política internacional rusa, en manos de Stalin y tal vez como reacción contra un estado de fracaso interior, se ha convertido en un crimen monstruoso que supera en mucho las más macabras concepciones de Dostoievsky y de Tolstoi. La reacción contra ese error de la República de dejarse arrastrar a la línea bolchevique la representan genuinamente, sean los que quieran sus defectos, los nacionalistas que se han batido en la gran cruzada anticomintern.»
 
   No fue ajeno a violentas exaltaciones incitando a la violencia el tenido por moderado Indalecio Prieto. La verdad es que lo que fue a toro pasado, cuando se sinceró desde el exilio mexicano, aceptando responsabilidades pasadas, Pero en febrero de 1934, resentido, como en general se encontraba la izquierda española tras el triunfo del centro derecha en las pasadas elecciones de noviembre de 1933, se desbordó en tronitosas palabras: « Pronto el Partido Socialista y la organización sindical, tendrán que cumplir el destino que la Historia les ha deparado; hágase el proletariado cargo el poder y haga de España lo que España se merece; no debéis titubear y, si es preciso verter sangre, debéis derramarla; el triunfo socialista es innegable.»
 
   Pagando desde el exilio la penitencia por sus pecados pasados, se explayará al referirse a la insurrección socialista de octubre de 1934: « Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera, de mi participación en el movimiento revolucionario. Lo declaro como culpa, como pecado; no como gloria. Estoy exento de responsabilidad en la génesis de aquel movimiento; pero la tengo plena en su preparación y desarrollo.»
 
   La participación en el movimiento al que se refiere Prieto, que puede considerarse como el primer episodio de la guerra civil española, fue consecuencia de la autodisciplina que se impuso como militante del PSOE, lastrada por el antagonismo entre prietistas y caballenistas, que contribuyó sin paliativos a la quiebra definitiva de la República.
 
   « Con la rebelión de 1934, las izquierdas perdieron toda la autoridad moral para condenar la rebelión de 1936..» La afirmación es de Madariaga, que se extiende al referirse a la sistemática posición de la izquierda española al enfrentarse al alzamiento de l936: « ¿Con qué fe vamos a aceptar como heroicos defensores de la República de 1931 contra sus enemigos más o menos ilusorios de la derecha a aquellos mismos que para defenderla la destruían?»
  
   El exilio al que el PSOE se vio obligado como resultado de la guerra civil no tiene excesivo interés, salvo el que pueda merecer a los afectados, hasta que en 1974 en Suresnes, cerca de París, fue designado en un Congreso del PSOE renovado Felipe González como primer secretario, producto de un pacto entre el núcleo andaluz y el vasco.
   Como líder del principal partido de la oposición, hasta que en octubre de 1982 llegó a la presidencia del Gobierno tras unas elecciones en las que obtuvo holgada mayoría de 202 diputados, consiguió, después de remontar una derrota en el Congreso en 1979, ante el que propuso el abandono del marxismo y la evolución hacia la socialdemocracia reformista, mediante un Congreso Extraordinario, imponer su tesis y un liderazgo sin discusión.
 
   Unos escándalos de corrupción sucedidos durante su última etapa de gobierno vinieron a empañar su prestigio y ensombrecer unos años en que, entre otros logros, obtuvo la conversión de un partido tradicionalmente republicano en un partido dinástico. Por contraste con la situación actual, a los gobiernos de Felipe González no se le podrán imputar actuaciones que pusieran en riesgo la unidad de la nación. No le faltarán críticos a su labor de gobernante, pero en líneas generales no puso en peligro la dignidad del Estado.
 
   Para amenizar la etapa de González se puede recurrir a un caso paradójico; el de Enrique Tierno Galván. Sus méritos como ilustre catedrático de Derecho Político, que le permitirían quedar en el recuerdo de una generación como guía intelectual, quedan opacados por su actuación en política. Es posible que se le recuerde más como el viejo profesor de la chaqueta cruzada y la frase para esculpir en mármol con que quiso dar sentido a la movida madrileña de los ochenta a su paso por la alcaldía: « El que no esté colocado, que se coloque y al loro.» Un curioso tránsito de seriedad académica al vodevil. La frase bien puede merecer el aplauso del cártel de Medellín.
 
   Y Rodríguez Zapatero. Es de Manuel Fraga la afirmación de que los socialistas son buenos cuando rectifican, que es como decir cuando dejan de serlo. Pero no es este el caso de José Luis Rodríguez Zapatero, porque no se puede dejar de ser lo que nunca se fue. Las rectificaciones son propias de los dictados de la experiencia. Tampoco es el caso del actual presidente del Gobierno español.
 
   Sin más punto de partida que calentar el aposento en el Parlamento, producto de maniobras y combinaciones en el marco de un Congreso del PSOE, el hombre que vino de León, con el bagaje necrofílico del abuelo a cuestas, recibió del electorado, en las aciagas jornadas posteriores al 11 M, el encargo de gobernar la nación, discutida y discutible según sus propias palabras.
 
   El poder a cualquier precio ha sido su meta y para obtenerlo y mantenerlo por cualquier medio. El proceso de paz mediante negociaciones con terroristas; la puesta en almoneda del Estado para obtener respaldos que le permitan mantenerse en el poder en una riesgosa aventura que pone en peligro la unidad de España.
 
   Las propuestas al electorado con muestras ten demagógicas como el célebre cheque-baby y la devolución de los cuatrocientos euros del IRPF, enmascarando los dificultades visibles y previsibles de la zona de turbulencia en que estaba entrando la economía española, todo ello para evitar la adopción de medidas que pudieran restarle respaldo electoral.
 
   Ya que no de ideología, de la que ha carecido, si por lo menos rectificara de su pasada actuación, bienvenida sería. Pero me temo que, a pesar de voces, encarnadas en personas, dentro del socialismo español que contemplan perplejos a quien los representa en este momento, nuestro hombre habría que contemplarlo con recelo, por aquello de que lo que se hace a los siete se hace a los setenta.

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