Cataluña entre el «seny» y la «rauxa»

Compartir en:

 
El corresponsal de Reuter en Moscú fue enviado a Barcelona para cubrir los actos a celebrar con motivo de la primera «diada» después de la muerte de Franco. Le conocí en el transcurso de una cena en El Giardinetto días antes del 11 de septiembre de 1976, presentado por Tom Burns Marañón. Venía el hombre de Reuter de la capital soviética in albis acerca de las circunstancias que hicieron posible la selección de tal día como la fecha cumbre de Cataluña por excelencia.
 
A poco que indagó, el hombre que vino del frío se encontró con la sorpresa de que, contrariamente a lo que sucede con los grandes fastos de todas las naciones —mi conocimiento no da para más —, el 11 de septiembre corresponde al aniversario de una derrota, según los cánones del nacionalismo catalán. Este dato es revelador de un morboso sentimiento rayano en la melancolía, que, como el lector debe saber, es una manifestación patológica romántica: material para psiquiatras.
 
El hombre de Reuter siguió con la pesquisa. Lo primero que descubrió fue que el personaje con mayor relieve, utilizado por los nacionalistas alrededor de la fecha, era Rafael Casanova y Comes, nacido en Moiá en 1660 y fallecido en Sant Boi de Llobregat en 1743, que fue consejero en jefe de Barcelona y el más destacado defensor de las pretensiones de la casa de Austria al trono español.
 
La familia Casanova estaba involucrada de larga data en los asuntos públicos. El abuelo, Francesc Casanova, fue capitán de la Santa Unión, empeñada en la lucha contra el bandolerismo en el Principado, con un representante famoso: Juan de Serrallonga. El padre, de su mismo nombre, fue jefe del Somatén de Moiá y consejero de población. Y nuestro hombre, tras concluir sus estudios de derecho en Barcelona, además del ejercicio de su profesión, llegó a ser tercer consejero del Consejo de Ciento de la ciudad condal durante la Guerra de Sucesión al trono español (1702-1713).
 
En 1707, el archiduque Carlos, pretendiente autracista, le distinguió con el nombramiento de «ciutadá honrat», título al que aspiraban las familias de buena posición económica sin titulación nobiliaria. Amparado por la posesión de este título participó de las reuniones de la Junta de Bracos del 30 de junio de 1713. Once días más tarde se creó la Junta Secreta, que tendría por cometido analizar las propuestas del teniente mariscal Antonio de Villarroel, castellano que estaba al frente de las fuerzas que apoyaban al archiduque, y que se distinguiría valerosamente en el asedio de Barcelona por parte de los ejércitos de Felipe V, el Borbón que inauguró esta dinastía en España.
 
Los nombres de Casanova y Villarroel se perpetuaron en la memoria de los barceloneses con la denominación de dos importantes calles del ensanche que corren en paralelo a las de Urgel y Muntaner. Precisamente por las crónicas de Muntaner, obra destinada esencialmente a ensalzar a los reyes de la Corona de Aragón, y descriptivas de las gestas catalanas y aragonesas por el Mediterráneo, cuando los peces del Mare Nostrum tenían grabadas sobre sus lomos las cuatro barras, podía haber escogido el nacionalismo catalán mejores ejemplos de glorias pasadas. Pero tomar como fecha clave la de una derrota, condicionó a éste a abandonar el «seny», característico de la visión de los catalanes ante los hechos de la vida misma, para entregarse en brazos de la «rauxa», manifestación de los demonios escapados de los armarios que toda sociedad tiene para esconder sus taras. «Seny» y «Rauxa», sentido común y locura: los dos extremos que se han instalado en Cataluña con recurrencias pendulares.
 
De la actitud de los catalanes en apoyo de la causa del Archiduque nunca puede deducirse la más mínima intención separatista. Más bien, detrás de este apoyo se ha de ver el deseo firme de imponer su preferencia política, y dentro de ella la dinastía que por espacio de dos siglos, en los cuales España había alcanzado el cénit de su grandeza, había sido la tradicional. No hay que olvidar que los aliados del Archiduque confluyeron en Madrid desde Portugal y Cataluña con escasa oposición, con la finalidad de asentar en el trono al pretendiente de la Casa de Austria, preferido de los catalanes. Tras la rendición de Madrid fue proclamado Carlos III. El otro Carlos III que efectivamente llegaría a reinar pertenece ya a la dinastía borbónica, vencedora en el pleito dinástico suscitado tras la muerte del último Austria, Carlos II. Y es de destacar que en aquella ocasión los madrileños no vivieron el momento con algún entusiasmo, aunque era manifiesto el descontento de la mayoría de la nobleza castellana hacia los franceses.
 
Pero no sólo la capital de España. También Toledo y Segovia proclamaron al Archiduque como Carlos III. Sin embargo, Madrid fue recuperado para la causa del nieto de Luis XIV mes y medio después en medio del entusiasmo popular, en palpable demostración de que, como le diría algo más de dos siglos después el Guerra a Ortega y Gasset al enterarse de que don José era catedrático de metafísica, «hay gente pa to.»
 
La Guerra de Sucesión se había planteado no como un enfrentamiento de clases sociales entre sí, ni a unos reinos con otros. Fue en realidad un choque entre dos bandos dinásticos, cada uno con amplia y variada representación social, y la intervención extranjera en defensa del pretendiente más cónsono con sus intereses. Por establecer diferencias se puede decir que los Borbones eran, siguiendo el ejemplo francés, manifiestamente centralizadores, mientras que los Austrias eran proclives a respetar las peculiaridades y privilegios históricos de la periferia.
Cataluña, como otras partes de España, tales como Aragón y Valencia, optaron por la causa del Archiduque, esencialmente porque los Decretos de Nueva Planta de 1707 impulsaron el modelo jurídico y administrativo castellano en los territorios de la antigua Corona de Aragón.
Vistas las cosa desde la perspectiva actual, de haberse impuesto la dinastía austracista en aquel conflicto, si aceptamos a ésta como reconocedora de las diferencias dentro de la unidad dinámica de España, pudo haber sido esencial para evitar con anticipación el descalabro que puede producir la implantación de las actuales taifas antonómicas.
 
Lo que el corresponsal de Reuter pudo averiguar es que el 25 de julio de 1713 las tropas de Felipe V inician el sitio de Barcelona, fortín pro Archiduque, y que en medio de aquellas circunstancias, Casanova es nombrado conseller en cap, cargo que implicaba el grado de coronel de los «Regimientos de la Corona», milicia civil donde se agrupaba la mayoría de la guarnición que defendía Barcelona del asedio borbónico.
 
La arenga con que Casanova quiso levantar el ánimo decaído de su tropa fue la siguiente:
«Señores, hijos y hermanos: hoy es el día que se han de acordar del valor y gloriosas acciones que en todos tiempos ha ejecutado nuestra nación. No diga la malicia o la envidia que no somos dignos de ser catalanes e hijos legítimos de nuestros mayores. Por nosotros y por la nación española peleamos. Hoy es el día de morir o vencer. Y no será la primera vez que con gloria inmortal fue poblada de nuevo esta ciudad defendiendo su rey, la fe de su religión y sus privilegios.»
 
Resulta asombroso que una falsificación de la Historia haya podido ser el sustento de una mentira que pretende segregar Cataluña de la España a la que ha contribuido en su creación de manera decisiva.
 
Cuando cada 11 de septiembre el nacionalismo catalán ofrenda una corona ante el monumento a Rafael Casanova, tergiversando su intervención en la derrota en el asedio de Barcelona en la Guerra de Sucesión, no caen en la cuenta por ignorancia, o mienten deliberadamente al proponerlo como paladín de una causa que no defendía el conseller en cap. El 11 de septiembre es la fecha de una intervención de la Cataluña profunda en una causa española. Como lo fue la de las fuerzas que le adversaron en causa también profundamente española.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar