Tenebroso el día, terribles estas jornadas de búsqueda en el mar de las niñas desaparecidas. El hallazgo de los restos de Olivia, en una sima marina, a más de mil metros de profundidad, ha convertido la pesadilla en desesperación. Ya sólo falta encontrar a la pequeña Anna y, presumiblemente, al padre homicida y suicida.
Mientras, el horizonte que durante años, para mí, ha sido una canción en voz baja, se levanta como un monstruo agazapado y se llena de muerte. Los helicópteros de la Guardia Civil zumban durante todo el día, las lanchas de salvamento marítimo, de la vigilancia costera y la policía nacional pasan cada diez minutos por delante de casa. Vivir en la playa, hasta hoy, era un raro privilegio para quien tiene vocación ermitaña e inclinación a los naufragios, tal mi caso. Ahora es tormento.
Delante de casa, mar adentro, mientras veíamos cualquier serie en TV, o dormíamos la siesta, o preparaba yo una paella en la barbacoa mientras que Sonia daba un paseo a Claudio, ahí enfrente, ahí mismo, Anna y Olivia sufrían la maldad de un monstruo, el mar las engullía y todo terminaba en el silencio inhumano de los bajos fondos marinos. A esas profundidades, ni peces hay. Sólo la muerte.
Ahora toca hablar de “violencia vicaria”, eso dice al menos la ministro de igualdades: maltrato machista contra mujeres y niñas —como si no hubiese mujeres asesinas de sus propios hijos, como si no hubiera niños varones victimados—; toca el recurso de los carroñeros: hacer ideología y barrer para casa. Con su pan se lo coman. En la isla bajo el volcán todo el mundo habla de lo mismo y casi todo el mundo tiene opinión diferente a la que sostiene la ministre sobre lo que ha sucedido. A ver, señora, que esto es un trozo de tierra muy pequeño en medio de un océano muy grande, y aquí la gente se conoce, y la historia viene de antiguo: celos, alcohol, drogas, infidelidades, farlopa, separación, cocaína y cerebros fritos raya a raya. Si a alguien le interesan de verdad las causas de este sindiós, empiece a interrogarse por los efectos de vivir —y ejercer a plena potencia— en una comunidad autónoma minúscula y que es, curiosamente, la que más droga consume de España.
Y en esos pagos tuvieron la desgracia de nacer Olivia y Anna. En un ambiente donde, a mayor desgracia, nunca faltaba el dinero para ron y farlopa, para fiesta y coca, para morir matando con el alma reventada por el odio. Machismo, sí… El de la camello —¿camella?— que suministraba la droga, la farlopa, la perica, al desalmado que se ha hundido en el mar junto a sus hijas, como un demonio envenenando el vuelo de dos ángeles.
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