La Gran Sustitución

Éric Zemmour denuncia la colusión entre el islamismo y el mundialismo

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Un discurso desesperado, ha dicho Finkielkraut; un discurso de odio, han dicho muchos otros. Las palabras del periodista Eric Zemmour en la Convención de la Derecha de Marion Marechal han provocado una fuerte reacción en Francia. Algún medio ha cancelado su colaboración y la fiscalía ha abierto investigación al respecto. Pero ¿qué dijo Zemmour?

Hizo lo que hace Macron y lo que es casi norma en el bando contrario. Hizo lo que sus antagonistas: irse a los años 30. Comparó al globalismo y al islamismo con nazis y soviéticos. Con el pacto Hitler-Stalin. Serían dos fuerzas destinadas a enfrentarse que en la actualidad se alían contra otro enemigo.

El enemigo es, para Zemmour, el nosotros identitario francés. “El pueblo francés”.

Parte de una crítica radical, absoluta, del progresismo y de su actual deriva “diversitaria”. La interseccionalidad, el feminismo, y demás declinaciones liberales irían dirigidas contra un solo enemigo: el hombre católico blanco heterosexual.

Esa identidad amenazada salta luego colectivamente a lo francés. Lo que el globalismo y el islamismo, “dos totalitarismos”, amenazan es la identidad francesa. La mera existencia francesa. Suena esto a teoría del reemplazo, a la sustitución sistemática del hombre francés.

El tono de Zemmour es apocalíptico, más allá del catastrofismo.

Considera agotados los valores republicanos, inútiles, ineficaces. También la óptica liberal meramente individual.

Considera agotados los valores republicanos, los considera más bien inútiles, ineficaces. También la óptica liberal meramente individual. En este momento operan, en su opinión, civilizaciones.

Dos son las amenazas para Francia y sus habitantes, según Zemmour. “Estamos atrapados entre dos universalismos que aplastan a nuestras naciones, tradiciones, territorios, culturas y formas de vida: el universalismo del mercado y el universalismo islámico.”

Es igual de implacable con los dos. El universalismo globalista generaría “zombis desarraigados”. Aquí la crítica se hace más política, menos cultural-civilizatoria. La democracia liberal pierde lo democrático en un Estado de Derecho dominado por élites que, sometidas al globalismo económico, tienen el monopolio de la violencia. Pide una restauración democrática que exprese la voluntad popular y la restauración de un “principio de preferencia nacional” en cada asunto.

Pero es en la crítica al islamismo donde su discurso se considera más extremo y también más controvertido. Z

Zemmour no habla de inmigración, sino de invasión.

emmour no habla de inmigración, sino de invasión. No solo compara el universalismo-islamismo con el pacto nazi-soviético. También lo hace con los imperios últimos, con las lógicas imperiales de la Francia napoleónica, la Inglaterra liberal o el pangermanismo. Cada imperio tuvo su doctrina y su justificación cultural y racial. El islamismo lo considera una amenaza, en primer lugar por una cuestión meramente numérica (habla de demografía, proyecta flujos en un continente superpoblado) y además porque esos millones de personas vendrán con “una bandera”, el Islam, una ley religiosa. No será, por tanto, una migración, será una invasión. No se trata de inmigración y posterior asimilación —ese esquema ya no sirve—, sino de una ocupación colonizatoria.

En su discurso no se ve posibilidad alguna de “diálogo”, de esperanza al respecto. No salva formas del Islam, no contempla su secularización progresiva. La inmigración será tan masiva y tan culturalmente diferenciada que no habrá posibilidad de supervivencia. Hay además, en él, una consideración de la violencia que va más allá del atentado terrorista, observando una violencia más cotidiana (las violaciones, por ejemplo) asociada al control de unos barrios donde Francia ya no es Francia.

Porque ese abrazo global-islamista lo traslada a la ciudad. Lo convierte también en trama urbana: el centro para las élites liberales, el extrarradio para el islamismo, en un equilibrio delicado todavía posible.

© ABC

 

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