El día 24 de julio estaba en una estación de autobuses de una calurosa y bella ciudad esperando a un ser muy querido. Los amigos me mandaban mensajes sobre la situación política, que pasaban de la ira a la desesperación con singular facilidad, pues Sánchez va a tener otros cuatro años para realizar sus habituales desmanes, los cuales no creo que fueran demasiado diferentes de los que perpetraría Feijoo, incluso aunque dependiera de Vox. No me perturbaba la actualidad política, no sé si por hartazgo o porque estas cosas públicas cada vez me producen un mayor desinterés, un desprecio que es fatiga, una cansada indiferencia: son ya demasiados años de deterioro. Uno acaba volviéndose insensible y ajeno, como si todo esto que pasa fuese una farsa ejecutada por obtusos histriones de ínfima gracia.
Me fui a la estación sin un libro que leer, y el autobús que esperaba iba con retraso. Me dediqué a juguetear con el teléfono, objeto que siempre dejo de lado porque es una terrible máquina de perder el tiempo. Pero como tenía tres cuartos de hora para dilapidar, bien merecía la pena ceder a la tentación. El calor no invitaba precisamente al paseo. Me llega entonces una noticia atrasada que sí que me conmueve: Jane Birkin había muerto una semana antes. Ya sé que, frente a los tejemanejes de los padres de la patria, esto es minucia de escaso relieve. Pero en mi historia personal no lo es, porque esta mujer fue una de las grandes bellezas europeas de los primeros setenta y una musa de mis primeros años, de cuando esta inglesita aparecía en el Match, vestida con unos sucintos trajes que la desnudaban más que la tapaban, delgada, sencilla en su increíble beldad y acompañada, por lo general, de un hombre escandalosamente feo, talentoso y afortunado, Serge Gainsbourg, cuyo éxito entre el bello sexo era una llamada al optimismo entre todos los jovencitos en edad de merecer.
En fin, que hay para escribir temas mejores que Sánchez. Y más importantes, porque la belleza fugaz y el tiempo que la destruye son asuntos perennes de la poesía y las artes. El hermoso soneto Quand vous serez bien veille,[1] de Ronsard a Helena, ha pasado a la historia como un modelo de lo que Giorgione pintó maravillosamente en el terrible Col tempo: lo efímero de la belleza, que tanto nos entusiasma y nos deslumbra y dura lo mismo que una primavera, que la leve trama de tiempo del que estamos hechos y que se nos deshace en cada segundo. Nos extinguimos con las horas que pasan: todas hieren y la última mata, como leyó Baroja en el reloj de Sare. Miro en el teléfono las fotos de Jane Birkin y un raro impulso me hace buscar también las de las mujeres que más me gustaron: Natalie Wood, Stefania Sandrelli, Ornella Mutti, Françoise Hardy. El tiempo voraz repite las amonestaciones de Ronsard a Helena: teme al tiempo, pero goza de su transcurso.
Giorgione, Col tempo
Y, sin embargo, Stefania Sandrelli permanecerá para siempre joven gracias al arte de Pietro Germi en la graciosa Seducida y abandonada (1964), donde el tiempo se detiene en un fotograma en el que la Sandrelli está sentada, vestida de luto, el pelo recogido y levemente despeinado, con las medias negras bajas y un muslo níveo, entrevisto, que contrasta con el negro luctuoso de sus ropajes. Cualquier hombre criado en el sur católico puede entender toda la mezcla de sensualidad, muerte y belleza que se encierra en una imagen tan sencilla. Stefania Sandrelli, hoy casi octogenaria, siempre será joven y hermosa por muchos años que pasen, igual que siguen vivas Natalie Wood en Esplendor en la hierba o Gene Tierney en Laura. El arte del cine las preservará a pesar de la muerte y del tiempo.
Stefania Sandrelli
Hay un límite para todo. No perdamos tanto de nuestro tiempo encenagados. No dejemos que Sánchez y Feijoo nos hagan aún más fea la vida, tan desagradable y espesa como ellos, burócratas de medio pelo que pasarán al olvido mucho antes que Jane Birkin o Stefania Sandrelli. Hay que evitarlos. Necesitamos refugios. Vuelto a casa, maratón de cine: Divorcio a la italiana y Gigante. Aquí ellos no entran. Aquí la vida es más alta, más bella y más divertida. Aquí reinan las musas para siempre.
Descansa en paz, Jane Birkin, reposa en el recuerdo de tu belleza.
Toda la tierra te será tan leve como tú lo fuiste.
[1] ‘Cuando muy vieja seáis.’
Acaba de salir el N.º 1 de EL MANIFIESTO, revista de pensamiento
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