La cuestión no es tanto si el populismo es posible o no. La cuestión es si tiene sentido creer en él. Con otras palabras, ¿es realista creer en ese pueblo llano cuyas virtudes canta sin tregua el populismo (de derechas; el otro, el hipócrita, dejémoslo donde corresponde)?
Ojalá pudiéramos creer en el pueblo, ojalá tuviera razón el populismo, pues la verdad es que, visto lo que nos deparan nuestras indignas élites...
Voy a contestar indirectamente. Lo haré haciendo mías las palabras de Jesús Quintero, el Loco de la colina, todas y cada una de cuyas sentencias merecen ser grabadas a fuego. Escuchémoslas.
¿Y ahora qué, amigos? ¿Cabe todavía ser populista? ¿Es aún legítimo defender el igualitarismo moderno, esa hipocresía que crea, como dice el Loco, una "nueva mayoría", una "nueva clase dominante... que siempre será la clase dominada" (por los amos de siempre, claro está)? En una palabra, ¿tiene todavía sentido confiar en las masas burdas, zafias... y orgullosas de serlo?
Permitidme la paradójica respuesta. Sí, tiene sentido. Dada la situación que es la nuestra, dadas las élites que tenemos, no nos queda otra que confiar en quienes, imponiéndonos su talante y a sus gustos, conforman el aire del tiempo. (¿O nunca habéis entrado, por ejemplo, en un bar? ¿Nunca habéis oído el ruido denominado música que atruena en tales lugares?).
Mal que nos pese, no nos queda más remedio que confiar en la gente sencilla de nuestro tiempo, cuyas paradojas hacen, por cierto, que casi medio millón de ellos hayan visto el video del Loco de la Colina y que todos los comentarios dejados lo aplaudan unánimemente.
Bien, démosles pues un voto de confianza. Pero a condición —y es ineludible— de tener muy en cuenta esa envalentonada zafiedad que, envolviéndolo todo, marca al hombre-masa de nuestro tiempo. Para combatirla, para arrancarla de cuajo. Como la primera, como la más imperativa exigencia de lo que algún día será (si lo es) un nuevo orden de cosas.
De lo contrario, nada serviría de nada.
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