“Como quería ser novelista, estudié periodismo”, declara tan pimpolluda la última star del mercado editorial. Claro, como Pío Baroja que estudió medicina deportiva y fue comentarista en los juegos olímpicos de México, como Unamuno que fue redactor de El País, como Gabriel Miró que fue corresponsal de guerra en Yemen de En medio, como Álvaro Cunqueiro que fue cronista de sociedad en San Marino y encima tuvo tiempo de acabar el bachillerato. Hay que tener paciencia para soportar la tontuna de los tiempos, sobre todo desde que irrumpió el oficio de opinólogo: periodistas que justamente por serlo se convierten en expertos en cualquier materia y, por supuesto, escritores potenciales de best-sellers. Saber, no saben de nada, pero hablar… hablan de todo con la suficiencia de quien conoce el meollo del asunto como si hubiese hecho un doctorado. Luego la realidad va desvelando el alcance auténtico de sus saberes. Por ejemplo, hace unos días, en Antena 3:
—“Este crimen recuerda al terrible suceso del padre que asesinó y arrojó al océano a sus dos hijas y después se suicidó… Fue en... ¿Tenerife?
—No, en Canarias.
—Eso, en Canarias”.
Con motivo del choque de un buque carguero contra un puente en Baltimore (USA) y el derrumbamiento de la colosal estructura metálica, se ha vuelto a poner de manifiesto la erudición de estos opinólogos que florecen en las televisiones a todas las horas del día como matas de habas en verano. Conocen la navegación portuaria al detalle, las maniobras marítimas, la teoría general de espigones y puentes, los cálculos de resistencia de materiales y la legislación internacional sobre transporte naviero de mercancías. Un portento. Yo no sé cómo España ha podido llegar adonde ha llegado sin el concurso de gente como esta, los que se sientan cada mañana y cada tarde y cada noche en el plató y lo mismo despellejan a Ayuso que corrigen las sentencias del Supremo, o analizan los detalles técnicos de un partido de fútbol con la misma autoridad con que exponen los problemas supervivenciales de las especies marinas en las Galápagos. Lo dicho: un portento. El día que sepan de lo que hablan no habrá quien los detenga. Por fortuna, ese día queda lejos.