“Los errores se pagan”, afirmó Adolfo Suárez, muy en razón, en una entrevista televisiva concedida en 1986, cuando le preguntaron sobre la posición de UCD respecto a la autonomía andaluza y el referéndum del 28/F de 1980. La avería que sufrió su partido en aquella ocasión fue uno de los detonantes principales de la crisis interna del centrismo español que culminaría con la dimisión de Suárez como presidente del gobierno (1981) y la mayoría absoluta del PSOE en octubre de 1982.
El referéndum andaluz no fue una eclosión nacionalista ni una reivindicación identitaria, sino la masiva expresión del malestar acumulado a lo largo de muchas décadas —franquismo mediante— respecto, sobre todo, a los privilegios administrativo/políticos de las nacionalidades llamadas históricas. Los andaluces no querían ser Cataluña, Galicia o el País Vasco; querían ser como el que más y no querían ser menos que nadie. Yo creo que las formaciones políticas de la derecha, en aquel tiempo, no fueron capaces de comprender el sentido profundo de la reclamación autonomista andaluza; puesto que la radical y muy viva españolidad de la región nunca estuvo en cuestión —salvo movimientos ultraminoritarios— , el fondo de la polémica estaba bastante claro: “no ser menos que nadie” significaba que la España andaluza, históricamente vinculada a claros iconos idealizados —Huelva colombina, la Sevilla americana, la Granada renacentista, el comercialismo británico-malagueño, el olivar jienense…—, y expandida desde Andalucía hacia el resto de las regiones, no iba a consentir que el Estado se articulase sobre la injusticia —también histórica—, de autonomías de primera y de segunda. Desde este punto de vista, la fenomenal movilización del 28/F de 1980 fue la de España andaluza soliviantada ante la imposición de una patria a dos velocidades. Y ese sentimiento nunca se ha perdido. Más bien al contrario.
Hablando de errores, un par de años después del fracaso de UCD, en 1982, el candidato de Alianza Popular por Granada a las elecciones generales, Guillermo Kirkpatrick, cometió el aparatoso, ridículo error, de confundirse ante la verdadera esencia del potente “andalucismo” español manifestado en el referéndum autonómico… y se presentó a la prensa, recién desembarcado de Madrid, luciendo sombrero cordobés y botas camperas. En ese mismo momento, la izquierda supo que tenía ganadas las elecciones por goleada. Lo sé porque estuve allí.
El desconcierto de la derecha sobre la afirmación andaluza y los estereotipos más pintorescos de su folclore ha marcado siempre la línea entre quienes son capaces de comprender a Andalucía como entidad social dinámica y por tanto renuente a anclajes en el tópico y quienes, por el contrario, consideran que ser andaluz es vivir pensando en el flamenco, los toros, la feria de Abril, el Betis y cosas así. Mal, muy mal.
Por supuesto, no quiero ni siquiera insinuar que la señora Olona, política que ha demostrado su valía, contundencia e inteligencia en brillante trayectoria parlamentaria, haya caído en esos mismos errores de enfoque durante su campaña autonómica de 2022. La comparación sería debilísima e injusta. Pero es verdad también que sus asesores y la dirección de su campaña podían haberle ahorrado la persistencia en algunos desenfoques, de esos que cuestan votos, como insistir en la exhibición de signos autóctonos como elementos de identidad personal: peinetas, faralaes, abanicos y demás utilería vernácula. Eso, en Andalucía, no cae bien. Entendámonos después de estos dos puntos aparte:
A los andaluces les encanta que sus emblemas folclóricos triunfen en toda España y en todo el mundo, desde la rumba catalana a los guitarristas japoneses, pero les cae mal que vengan de fuera con esos mismos signos a modo de abalorios. Cuidado con esto: que vengan “de fuera” también les llena de orgullo, igualmente les reafirma en la convicción de que su cultura es universal y, por supuesto, tarde o temprano todo el mundo debería llegarse por aquellas tierras para conocer sobre el terreno lo que es bueno. Pero no llegan a comprender —porque es incomprensible— que los “de fuera” sean tan simples que piensan ganárselos exhibiendo aquellos postizos.
Naturalmente, cabe la puntualización de que Macarena Olona no es una política recién llegada “de fuera”. Muy cierto. Es una política española que está “en casa” vaya donde vaya; y a más precisión, es diputada por Granada desde 2019. Eso tiene fuerza porque la verdad siempre impone su razón última: justamente la de ser verdad. Pero, bajo esa premisa ya establecida… ¿por qué la asesoría de campaña se empeñó en hacerla aparecer como si viniese aterrizada “de fuera”? Lo dicho: el folclore seguía sobrando porque sólo convence a los ya convencidos; para el adversario es munición.
La irrupción de Vox como fuerza parlamentaria andaluza (2018) tuvo mucho que ver con ese sentimiento-orgullo andaluz de “no ser menos que nadie”. Recuerde el lector que sus 12 primeros diputados surgen desde las urnas tras la algarabía independentista en Cataluña (octubre de 2017), la inacción o tibieza mostrada ante la misma por el gobierno de Mariano Rajoy y no digamos el nuevo ejecutivo perpetrado tras la moción de censura de junio de 2018. Es de nuevo la España andaluza levantada contra la asimetría regional, la arbitrariedad y los privilegios territoriales, la que da un paso adelante, se planta y hasta aquí hemos llegado. De nuevo, el folclore está sobrando en el discurso.
“Mira si Andalucía es importante que los de Vox han mandado a su número uno para las elecciones”, me dice un amigo de Carmona, pueblo en el que tuve el privilegio de residir durante casi cinco años. Contando los 42 que me mantuve en Granada, la suma me da para opinar con cierto conocimiento de causa, aunque para estos asuntos también ayuda tener “oído”. Captar el “espíritu del lugar” no es difícil si el observador se detiene en los detalles. Pongo un ejemplo, espero que clarificador: el mismo amigo carmonense del “Mira si somos importantes…” tiene en su cochera-almacén de aperos dos banderas que ennoblecen las paredes del recinto: la de España y la del Sevilla CF. “Las banderas son sagradas”, afirma; la de España porque es la española y porque es la de la selección, y la del Sevilla por razones evidentes. Son dos banderas deportivas. Y sagradas. De esta forma, el alma andaluza integra sentimiento y “hacer las cosas como hay que hacerlas”. La bandera española del garaje es mucho más sagrada desde que Inhiesta le metió un gol a Holanda en la final del mundial de 2010. Hacer es importante, como importante es que los futbolistas metan goles. Andalucía no es el retrato fosilizado de un tópico; es una sociedad inquieta que construye su ideario a pasos relevantes en la historia, hablemos de historiografía política o de la crónica sentimental de eventos cruciales para la memoria colectiva.
Ahora, Juanma Moreno “ha hecho historia”, y muchos andaluces están orgullosos de ello. Cuidado. Lo digo para los asesores y directores operativos de Macarena Olona: cuidado con los referentes fundacionales históricos. En Andalucía duran medio siglo, como todo el mundo sabe.
Por cierto, mi amigo —el de las banderas—, en cierta ocasión votó a Izquierda Unida; en todas las demás convocatorias, al PSOE. El andaluz es de mucho conservar la tradición de voto. O lo era hasta que llegó Juanma. Cuidado con eso también.
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