Putin, el verbo y la idea

¿Putin, "comunista"? ¡Por favor! Vean lo que dice bien a las claras en sus discursos.

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Ediciones Fides acaba de publicar Putin: escritos y discursos, una interesante selección de los textos más importantes del presidente ruso que abarca desde febrero de 2000 a diciembre de 2022, es decir, la práctica totalidad del período de gobierno del dirigente del Kremlin. El libro cuenta con un esclarecedor estudio introductorio de Juan Antonio Aguilar —uno de nuestros mejores expertos en Rusia y fundador del Instituto Español de Geopolítica— que merece ser leído, sobre todo por el íntimo conocimiento que el autor demuestra de la política rusa, país que ha visitado en numerosas ocasiones y con el que mantiene un intenso contacto. En sus páginas queda reflejado el Putin real, bastante diferente de la imagen del enfermo, del demente y del fanático que pintan los heraldos de la prensa libre.

Pero donde mayores conclusiones podemos extraer de la personalidad y la política del presidente ruso es en sus propias palabras y en sus hechos. Al poco de llegar al poder, en febrero de 2000, escribió una Carta abierta a sus electores que era un anticipo de su forma de actuar: “Seguir evadiéndose es mucho más peligroso que aceptar el desafío”. En esta carta a sus electores lanza un mensaje que se ha repetido sin cesar en las últimas dos décadas: sólo un Estado fuerte puede ayudar a Rusia a salir bien parada de los desmanes de los experimentos liberales de Yeltsin y sus oligarcas. De ahí su apelación a los ciudadanos: “Probablemente cada uno de ustedes tenga su propia idea de lo que está en la raíz de nuestras derrotas y errores de cálculo. Pero ya es hora de que nosotros, los ciudadanos de Rusia, nos pongamos de acuerdo sobre lo que esperamos del Estado y de qué manera estamos dispuestos a apoyarlo. Ahora estoy hablando de nuestras prioridades nacionales. Sin esto volveremos a perder tiempo en vano, y los demagogos irresponsables decidirán nuestro destino”. La restauración del Estado ruso y la defensa de sus intereses por encima de imposiciones externas es el norte de la política de Putin. También marca el terreno frente a la intromisión de Occidente en el área de influencia de Moscú: “Rusia ya no es el mapa truncado de la Unión Soviética […] Un gran país aprecia su libertad y respeta la de los demás.

"No es razonable tener miedo de una Rusia fuerte, pero ofendernos sale caro."

No es razonable tener miedo de una Rusia fuerte, pero hay que tenerlo en cuenta: ofendernos sale más caro”.

Respecto a las relaciones de Rusia con la Unión mal llamada “Europea” da bastante pena leer este texto de 2006: “Rusia, tanto en su espíritu como en sus tradiciones históricas, es una parte natural de la “familia europea”. No nos planteamos la tarea de unirnos a la Unión Europea. Pero, pensando en la perspectiva a largo plazo de nuestras relaciones, no veo áreas que estén cerradas a una asociación estratégica equitativa, a una asociación basada en aspiraciones y valores comunes”. Putin veía una confluencia de intereses entre Rusia y la Unión mal llamada “Europea” que era mutuamente beneficiosa y que, a diferencia de la subordinación a los anglosajones, se conformaba como un pacto entre iguales. Hoy de aquel acercamiento sólo quedan las cenizas. Y del sueño de un espacio eurasiático integrado de las Azores a Vladivostok ni hablamos. Convertida en patio trasero del imperio yanqui, Europa es sólo un nombre. Europa ha muerto. En el discurso de 30 de septiembre de 2022, de admisión de las repúblicas de Lugansk, Donetsk, Zaporozhia y Jersón en la Federación Rusa, Putin señaló que las élites estadounidenses están empeñadas no sólo en abatir a Rusia, sino en “destruir los Estados nacionales. Esto también se aplica a Europa, esto también se aplica a la identidad de Francia, Italia, España y otros países con una larga historia”. Y en el mismo mensaje añade: “Washington exige cada vez más sanciones contra Rusia, y la mayoría de los políticos europeos están de acuerdo dócilmente con esto. Entienden claramente que Estados Unidos, impulsando la renuncia total en la UE a los portadores de energía rusos y otros recursos, prácticamente está conduciendo a la desindustrialización de Europa [...] Estas élites europeas lo saben perfectamente, pero prefieren servir a los intereses de otros. Esto ya no es servilismo, sino una traición directa a sus pueblos.”

"Rusia, en su espíritu y en sus tradiciones históricas, es parte natural de la 'familia europea'." (Putin, 2006)

La opinión de Putin sobre Occidente ha cambiado de manera radical en los últimos años y no sólo por consideraciones estratégicas: “Miramos con sorpresa los procesos que se desarrollan en países que están acostumbrados a considerarse abanderados del progreso. Por supuesto, esos trastornos socioculturales que están teniendo lugar en los mismos Estados [Unidos] y en Europa Occidental no son asunto nuestro, no interferimos allí”. Pero el presidente ruso no puede dejar de expresar su asombro ante la manera cómo los occidentales se empecinan en “el borrado agresivo de páginas enteras de su propia historia, la ‘discriminación inversa’¡ de las mayorías en favor de las minorías, o el requisito de abandonar la comprensión habitual de cosas tan básicas como mamá, papá, familia”. Con su perspectiva histórica propia, Putin enlaza esta ingeniería social del liberalismo europeo con lo sucedido en Rusia: “todo esto ya lo hemos pasado en Rusia, ya lo hemos tenido. Después de la revolución de 1917, los bolcheviques, apoyándose en los dogmas de Marx y Engels, también anunciaron que cambiarían toda la vida, no sólo lo político y económico, sino también la idea misma de lo que es la moral humana, los fundamentos de una sana existencia de la sociedad. La destrucción de los valores seculares, la fe, las relaciones entre las personas, hasta el completo rechazo de la familia —tal fue la siembra y el estímulo de la denuncia de los seres queridos—, todo esto fue declarado un paso de progreso, y [...] en el mundo tenía mucho apoyo entonces y estaba de moda, igual que hoy. Por cierto, los bolcheviques también mostraron una intolerancia absoluta a cualquier otra opinión”. Leyendo estas páginas, donde manifiesta su admiración por Alejandro II y Alejandro III, por Denikin y Brusílov, dudo que a nadie le produzca otra cosa que desprecio y sorna la muy repetida cantinela del Putin “comunista”. Baste con esta cita del Mensaje de 21 de febrero de 2022, muy criticado por los comunistas de verdad: “Desde el punto de vista del destino histórico de Rusia y sus pueblos, los principios leninistas de construcción del Estado resultaron ser no sólo un error. Fue […] mucho peor que un error. Después del colapso de la URSS en 1991, esto se volvió absolutamente obvio”.

Y, por supuesto, hay en esta recopilación material más que de sobra para estudiar las crisis de Ucrania y Siria. En los discursos y artículos de Putin, el lector podrá comprobar cómo la opción por un arreglo pacífico con Ucrania no fue definitivamente arrinconada hasta muy poco antes de la Operación Militar Especial.

En el discurso del 1.160.º aniversario del Estado ruso, Putin dejó muy clara su idea de Rusia y de la política que necesita: “Desde hace 1.160 años hemos aprendido firmemente que para Rusia es mortalmente peligroso relajar su soberanía o renunciar a sus intereses, aunque sea por un tiempo limitado. La existencia misma de Rusia se ha visto amenazada durante estos tiempos.

”Ya no pueden esperar que cometamos aquellos errores [de los años 90]. No sucumbiremos al chantaje ni a la intimidación, y nunca traicionaremos ni perderemos nuestra soberanía. Al fortalecerlo, estamos desarrollando nuestro país.

”La soberanía es la garantía de la libertad para todos. Según nuestras tradiciones, nadie puede sentirse verdaderamente libre si su pueblo, su Patria, Rusia, no es libre.”

 

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