Luis García Montero, juglar del taxímetro, adalid de una esmerada sentimentalidad que lleva siendo nueva desde 1984, intelectual progre de vocación y gente sensible por antonomasia —entre otras dignidades—, refiriéndose al lenguaje oclusivo llamado inclusivo por sus papaparlantes, dice que “Si no hacemos evolucionar a las personas es inútil que les digamos cómo tienen que hablar”. Qué justas y necesarias palabras, pues, en efecto: antes del todas y todes y de que el miembras y portavozas operen sus beneficiosos efectos en la sociedad, convirtiendo a todos los varones en dóciles bueyes planchabragas y a todas la mujeres en diligentes charos de Ferraz, es necesario que el personal haya trascendido sus cotidianeidades de siempre, la asfixia de la tradición, y se haya embarcado en el risueño tiovivo de la cultura woke, tan paritaria como inclusiva y tan delicada como dispuesta a la herida y a sufrir la herida como si fuese trepanación sin anestesia.
Director del Instituto Cervantes, militante de Izquierda Unida que siempre se dejó querer por el PSOE —sobre todo por el PSOE-A—, incombustible en el amor a su tierra andaluza hasta que Andalucía, malagradecida, dejó de votar a sus socios socialistas y se empeñó en aupar a la reacción pepera y, horror de los horrores, a Vox… Decía, sí, que este amigo de Sánchez que nunca perdió oportunidad de manifestar su lealtad incondicional al señor presidente, mantiene así de plano, con su naturalidad de siempre, que las personas tienen que evolucionar. Claro, el pelo y el rasca de la cuestión está en saber hacia dónde debemos evolucionar, porque a un servidor, por poner un ejemplo cercano, o sea, yo mismo, vuelvo a decir, a un servidor no le da la gana concienciarse de que es inevitable y muy sano comer insectos, comprase un coche eléctrico, vivir realquilado en piso compartido, pagar la energía eléctrica a precio de uranio enriquecido, pagar la gasolina como si fuese la última del planeta, pagar el aceite de oliva como si fuese lágrimas de Cristo, pagar la hipoteca como si cada recibo fuera una libra de carne, aprender árabe para no desorientarme en mi barrio, renunciar a la navidad y la semana santa para no ofender a mis vecinos de turbante y velo islámico, aficionarme a ese coñazo de deporte mal jugado que es el fútbol femenino y celebrar los goles de una choni verbenera como si fuesen los de Cristiano Ronaldo, resignarme al transporte colectivo porque el automóvil familiar no resulta ecológico, usar el tren en vez del avión porque hay que ahorrar combustible y dejar los cielos netos para el Falcon del caudillo —con “c” minúscula—, dimitir de español para no soliviantar a los separatistas de Cataluña y el País Vasco, asumir que las leyes están hechas para la plebe choricera y la amnistía para los delincuentes golpistas ricos —vaya usted a declarar la independencia de Zamora y verá el pulpo que le endosan—; ni dispuesto me encuentro a ducharme en cinco minutos o, mejor aún, no ducharme, para luchar contra el cambio climático, considerar loco a Milei, criminal a Trump, asesina a Ayuso, fascistas a Meloni y Salvini y, al mismo tiempo, alabar a hombres de Estado ilustres como Díaz Canel, Ortega, Maduro y chusma de esa. No y que no: no tengo yo pensado que sea bueno todo aquello, así como tampoco me convence la ilusión de ser pobre y feliz porque todos a mi alrededor serán pobres tan pobres como yo —excepto Luis García Montero y los de su clase dirigente, claro está—; y encima de pobre y feliz ser idiota y aplaudir en los balcones e hipersexualizarme la vida para tener una alegría sin culpa de vez en cuando —muy de vez en cuando—, y hablar como si fuese gilipollas y decir catorce veces al día “extrema derecha” y nueve o diez veces “franquismo”, como si fuese más gilipollas todavía. No, hijos míos: va a ser que no. La evolución y el lenguaje “inclusivo” que tan necesarios parecen a don Luis, a mí, como dicen en Castilla y especialmente en León, me dan cagalera. Si eso es evolución, escupir cáscaras de pipas es deporte de alto nivel. Déjenme tranquilo en mi rancia educación marista/isidoriana y vayan ustedes a freír monos y monas con su evolución. Don Luis el primero.