De profesión, paridora

La mujer proletaria, dueña de su cuerpo y, más o menos, de su prole, ya no tiene porqué ser tan dueña de su prole ni de su cuerpo. Puede alquilarse.

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En las economías esclavista y feudal, los proletarios (del latín proletarius, derivado de proles), sólo eran dueños de su cuerpo y su descendencia. Por eso los hijos venían al mundo con un pan bajo el brazo: a los seis o siete años ya se les podía poner a trabajar. Las niñas y las mujeres lo tenían un poco más complicado. O se quedaban en casa a faenar, cumplir en el lecho y fabricar prole, o se dedicaban a la mala vida. Eso sí, eran dueñas de su cuerpo, como todos los proletarios que en el mundo han sido.
El capitalismo, por aquello de que venía bendecido por la revolución ilustrada, los derechos humanos y el bla, bla del progreso, adornó un poco la situación. Además de dueños de su cuerpo y su prole, los peones de la historia tenían derecho a cambiar de residencia cuando quisieran (ya no pertenecían a la tierra, como los arados y los sacos de trigo). Podían establecerse por su cuenta e incluso soñar con pequeños ascensos en la escala social. El amo les pagaba dos cobres por su trabajo, y allá te las compongas: busca techo, compra ropa y alimentos para tu familia, cuida de la salud y educación de los tuyos. Ahorra si te atreves, Sé libre. La libertad, ante todo.
Cuatro siglos de ilustración y libertad, de conquistas sociales, desembocan hoy (qué oportuno) en el debate sobre las madres subrogadas, lo que desde hace tiempo se conoce como “vientres de alquiler”. La mujer proletaria, dueña de su cuerpo y, más o menos, de su prole, ya no tiene porqué ser tan dueña de su prole ni de su cuerpo. Puede alquilarse. Puede subrogar su capacidad de concebir y parir. Puede traer hijos al mundo para disfrute de parejas necesitadas (heterosexuales o de la alegre muchachada LGTB, no discriminemos) que estén en condiciones de pagar el capricho.
Muy digna no suena la cosa, ni que se presente como pura transacción comercial ni que se introduzca eufemísticamente la excusa de parir para terceros de manera “altruista”. Cuando esté aprobada la ley, ya verán ustedes cuántas paridoras altruistas aparecen de la noche a la mañana. Lo que se mueva por debajo de la mesa… Eso ya es asunto entre particulares.
Aunque no sé qué hago yo hablando de estos asuntos, pues ni soy mujer ni lo he sido nunca. Ellas paren, ellas deciden. Lo lógico: acabarán decidiendo (porque ley va a haber: al tiempo) que están en su derecho de dejar de decidir sobre su cuerpo y prole. Así son el progreso y el libre mercado. Y la necesidad, que aprieta lo suyo.
La mujer paridora profesional es el nuevo/antiquísimo paradigma de la especie sometida. Para este fin de viaje y estos resultados, no hacía falta tanto ruido ni tantísimas alforjas. Ya lo dijo quien lo dijo: maldita, insensata idea la de acabar con el Imperio romano. En tiempos de los césares, sólo un valor no se podía arrebatar a los esclavos de nacimiento o por captura: la dignidad. Veintiún siglos más tarde, hay que admitirlo: la dignidad era verde y se la comió un burro. Y ni siquiera recordamos ni nos apetece recordar cuando sucedió el percance.

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