Creyentes

Desde hace algunos años, ha emergido contundente y sin sutileza nuestro verdadero espíritu profundo. La política es ahora nuestro alfa y nuestro omega.

Compartir en:

 En Francia, la literatura es una religión, como en Alemania la música, en Inglaterra el teatro y en Italia la ópera. Grecia es una religión que se basta y se sobra. En España, desde siempre país católico de ateos contumaces, apenas teníamos más religión que el fútbol y las discusiones de taberna, por lo general relacionadas con esta especialidad deportiva. Sin embargo, desde hace algunos años, ha emergido contundente y sin sutileza nuestro verdadero espíritu profundo. La política (tal como aquí se llama a los asuntos comunes que al común afectan), es ahora nuestro alfa y nuestro omega, lo decisivo, lo importante de verdad en la existencia de cualquiera. Todavía no se la puede considerar una religión, pero yo creo que está en fase evangelizadora y lleva buen ritmo.

Nuestro gran aporte a las ciencias morales, el individualismo acérrimo, a menudo montaraz, ha superado con creces la indiferencia ante la política. De ser el arte de explicar porqué no pueden resolverse los problemas, la política implica ahora la revelación incontestable de un misterio que nos entusiasma a todos: por qué los demás son siempre responsables de nuestros problemas, nuestras dificultades y carencias... nuestra impotencia para transformar el mundo, ese abismo existencial de saber que todo funciona mal (por culpa de los otros, los malos) y que nunca podremos sanar de la maldición.

Sin Bien Absoluto y sin Mal Más Absoluto Todavía no hay religión verosímil. Una vez erigidos, descritos, señalados tan fundamentales conceptos, sólo falta una liturgia vistosa y una doctrina sencilla de aprender. En eso es en lo que más hemos avanzado. Del scrache a las polémicas de La Sexta y las noches sabáticas de Tele5 hay todo un recorrido sapencial. Conocemos el origen del pecado (los otros, me pongo pesadito), e intuimos el paraíso que nunca será, lo que aparte de mucha rabia produce más fe, más tenacidad en los creyentes. Que los dioses de la nueva religión española se llamen Pablo Iglesias o Ada Colau, ya es un poco más mundano. Banal, por así decirlo. Deprimente del todo.

Hala, a rezar.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar