Seguramente pasarán de moda, como todas las modas. Las "master class" (re-traducción de lo que toda la vida ha una "clase magistral"), es eso mismo: una clase única, impartida excepcionalmente por algún experto muy reconocido sobre algún detalle concreto de la disciplina que domina. Queda de lo más primoroso, moderno y auoteficiente asistir a una master class. Se supone que quien participa en cualquiera de ellas, o cuida mucho su formación o es un afortunado, un elegido que alcanzó el privilegio de ser alumno del master, en la class, porque pagó una suma desconsiderada o porque le tocó plaza en algún concurso. Son los tiempos, según parece. Los tiempos.
Yo tuve la gran suerte de no recibir ninguna master class a lo largo de mi etapa de estudiante. En la actualidad, para superar mi ignorancia y limitaciones en muchas materias (sobre todo en el oficio de escribir, que es mi dedicación), evito cualquier cosa que se parezca a una master class. La presunción (más bien ilusión), de aprender muchísimo en poco tiempo, gracias a la destreza y experiencia del master, me parece un poco malquistada con la constancia, el esfuerzo y el esmero mantenidos con ilusión a lo largo de mucho tiempo, elementos que, desde mi punto de vista, son imprescindibles para aprender de verdad los rudimentos de cualquier disciplina.
Por otra parte, me resulta imposible imaginar maestros más brillantes, sabios, abnegados, pacientes, entregados y consagrados a su oficio de enseñar al que no sabe, que mis primeros profesores de lengua y literatura: el hermano Justino, en los Maristas de Granada, y don Gregorio Verdú Requena, en el Colegio San Isidoro de la misma ciudad. Yo no sé si eran master´s, pero enseñaban de maravilla, contagiaban su amor por la literatura con una naturalidad encantadora, y encima nunca se las dieron de sabios ni expertos en nada. La humildad para aprender es el segundo requisito importante, después de la humildad para enseñar. En serio, si el hermano Justino o Gregorio Verdú Requena (a quienes imagino venerables ancianos jubilados), impartiesen hoy una master class, entonces, sin dudarlo, me apuntaba. Las demás class, me parece, las dejo para quienes prefieran la imitación de fórmulas de éxito a la pasión por aprender las cosas poco a poco, cada día un poco más, hasta concluir en la absoluta sabiduría de que siempre, para siempre, seremos aprendices vitalicios.
Master Class
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