En 1985, con el cínico desparpajo de siempre, Alfonso Guerra aseguró que Montesquieu había muerto. El gran político hispano tenía buenas razones para su aserto. El PSOE, en pleno poder y con mayoría parlamentaria, reformó la ley del poder judicial con la excusa del excesivo corporativismo del colectivo, pero con la evidente intención de controlar al máximo las decisiones de la justicia.

No nos hagamos ilusiones. Sin Proyecto nada cambiará
El Proyecto de un mundo nuevo
Sin Proyecto no se va a ningún sitio. Pero sólo hay —hoy por hoy— tres Proyectos: liberal-capitalismo, socialismo y fascismo. Nombrar a este último es nombrar la bicha: ésa que nos estremece con un miedo atávico. Pero ¿y si el fascismo tuviera dos rostros? ¿Y si hubiera algo rescatable y hasta notable en él (en el italiano, no en su aliado en la guerra)? También, es cierto, los otros dos Proyectos tienen algún punto rescatable y que aquí (aunque de pasada: no son ellos el tema) se rescata.
En 1985, con el cínico desparpajo de siempre, Alfonso Guerra aseguró que Montesquieu había muerto. El gran político hispano tenía buenas razones para su aserto. El PSOE, en pleno poder y con mayoría parlamentaria, reformó la ley del poder judicial con la excusa del excesivo corporativismo del colectivo, pero con la evidente intención de controlar al máximo las decisiones de la justicia.
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