Hace unos días, la librería Bibliocafé de Valencia anunciaba en Facebook su cierre el próximo 8 de febrero. Una más para añadir a la lista, y las que irán agregándose. Que Bibliocafé recibiese hace nada una distinción oficial por su aporte innovador y esmero como difusores culturales, así como la relación cuidadísima con los lectores y autores que acudían a las presentaciones y eventos organizados en aquella casa, añadió un punto más de desasosiego y pesar a la cantidad de comentarios con que la noticia fue acogida en la red social.
Culpable, como siempre, la crisis —señalaban los internautas—; y, por omisión, unos poderes públicos que no aciertan con el remedio a esta desastrosa situación económica, etc. Lo cual es radicalmente incierto. O sea: falso.
Lo verdadero es que Bibliocafé y muchas librerías pequeñas y medianas están cerrando o a punto de hacerlo porque la venta de libros ha sufrido una bajada espectacular en los últimos años. La gente ya no compra libros, no en la cantidad necesaria para mantener la inversión editorial en niveles salvos de la catástrofe y, por supuesto, asegurar mantenencia a esos comercios minoristas de libros que viven angustiosamente pendientes de los flujos y reflujos del mercado. Y la gente no compra libros por una razón: emplean su dinero y su tiempo en otras alternativas de ocio —sí, de eso se trata, de pura industria del ocio—, que les parecen más baratas y gratificantes que leer un libro.
Los veinte euros que cuesta un libro —promediando más o menos—, no encajan en la contabilidad doméstica de quienes, como un servidor de primer mal ejemplo, gastan dos o tres veces más en una cena con los amigos, tirando por lo barato; en espectáculos y diversiones varias, en rastrear imitaciones auténticas en los mercadillos y llenar el depósito de gasolina para hacer kilómetros durante el fin de semana. Los libros van después de eso y de muchos otros gastos, todos ellos por completo innecesarios.
El problema no es que la crisis nos haya hecho más pobres. El problema, para los libros y los libreros, es que nuestra mala estrella pecuniaria nos ha obligado a priorizar... Y los libros no aparecen en el ranking de lo imprescindible.
Sigo poniéndome de mal ejemplo, para que nadie se pique ni se rasque antes que yo. Mientras leía la multitud de comentarios sobre el cierre de Bibliocafé, me preguntaba cuántos de los compungidos participantes en el réquiem habrían comprado más de tres o cuatro libros el año pasado. Cuántos de ellos —entre los que me incluyo, acabaré siendo cansino—, han preferido acudir a la baratura de los portales tipo Amazon, o la gratuidad del archivo "prestado" por un amigo, o al método "aquí te pillo, aquí te descargo". Cuántos de ellos, de nosotros, se habrán jactado en muchas ocasiones de tener el e-reader preñadito de títulos, todos ellos de procedencia escandalosamente barata o, en el peor de los casos, por la patilla. Cuántos han pasado semanas y meses sin poner los pies en una librería de verdad, tan satisfechos con nuestra "selección" del Círculo de Lectores, con la oceánica capacidad memorística de nuestros cachivaches lectores y, en general, con lo fácil que resulta hoy día sentirse propietario de una buena biblioteca sin haber invertido en ella más que un cura en vino de misa.
Lo muy barato y lo gratis no tienen precio, qué obviedad. Y lo que no tiene precio se desprecia, no le otorgamos mínimo valor.
Tan poca importancia damos a los libros —y a leerlos—, que preferimos pasar la tarde, el día, la vida, petardeando en Facebook, en Twitter y sitios parecidos.
¿Qué necesidad tenemos de sentirnos gozosos aprendices ante un libro cuando podemos ejercer de maestros en las redes sociales? Oh, desde luego ... Somos unos genios de nosotros mismos, cantidad de chispeantes, agudos, graciosos, buena gente ... Nuestras vidas son apasionantes, nuestras vacaciones obligatorias para el común conocimiento, nuestros viajes envidiables, nuestras fotografías bellísimas, nuestras mascotas un amor, nuestra familia un remanso de ternura y un paraíso de afectos, nuestras opiniones interesantísimas, nuestros amigos el no va más de lo divertido, nuestros seguidores los más inteligentes, tanto que corren como galgos para celebrar y poner "Me Gusta" en la primera chorrada que se nos ocurre.
¿Qué necesidad tenemos de leer si nosotros solitos estamos escribiendo la biografía más conmovedora de la historia? Que esa biografía sea la nuestra añade innegable sustancia y maravillosa épica al sensacional relato.
Por supuesto, si nos hubiésemos tomado la molestia y hecho el esfuerzo de pasar por una librería y gastar veinte euros en un libro, probablemente habríamos reflexionado sobre la conveniencia de leer en lugar de hacer el nota en Facebook.
Fueron muchos los comentarios de condolencia por el cierre de Bibliocafé. Entre ellos estuvo el mío, claro. Me pareció elemental, qué menos, agradecer a José Luis y su gente lo bien que me han tratado siempre que he comparecido en aquella casa. Todos estábamos tristes, consternados, algunos incluso indignados, que es lo moderno. Pero ninguno tuvo lo que hay que tener para decir algo muy cercano a la verdad: esa librería, y muchas otras, las estamos cerrando entre nosotros y muchos como nosotros.