Las desoladas calles de Stepanakert, la capital de Artsaj (Nagorno-Karabaj), ya no albergarán a la población que las edificó y pobló. Las abandonadas iglesias serán pronto mezquitas, y letreros en turco dominarán las plazas vacías que hasta hace unas horas fueron armenias. El islam conquista un nuevo territorio y la cristiandad oriental continúa siendo recortada como una incesante piel de zapa. Irak, Palestina, Egipto… Los países que dieron lugar a las primeras iglesias disminuyen a ojos vista, en especial desde que los americanos han intervenido en los conflictos de Oriente Próximo. Es interesante señalar que los únicos países seguros para los cristianos en la zona son Siria e Irán, los Estados que la política exterior yanqui considera miembros del Eje del Mal. Desde que los estadounidenses “liberaron” Irak, la población caldea y asiria, descendientes de los primeros seguidores del Evangelio, ha tenido que huir de su país en un éxodo que ni los sasánidas, ni los compañeros del Profeta, ni los otomanos pudieron provocar.
Quienes se rasgan las vestiduras por la aculturación de cualquier tribu en la Amazonía no prestan interés a la erradicación de una cultura casi dos veces milenaria.
El Líbano maronita es una fortaleza asediada y en Palestina la emigración cristiana ha dejado en reducidísima minoría a quienes antes eran una porción importante de la demografía de Tierra Santa. Al este de sus fronteras, los armenios sólo podrán orar en las hermosas iglesias de Yolfa, al sur de Isfahán: desde 1915, han sido borrados de Anatolia y Siria, y sus grandes catedrales de los siglos medios están ahora en ruinas o sirven de triste museo arqueológico en las costas del lago de Van. Esto no sólo no importa nada en Europa, sino que parece ser visto con placer por sus dirigentes woke. Quienes se rasgan las vestiduras por la aculturación de cualquier tribu en la Amazonía no prestan el menor interés a la erradicación de una cultura casi dos veces milenaria. No es ese Oriente el que guía la política de Europa en la zona.
La tragedia de Artsaj, la limpieza étnica de una población cristiana, no ha llamado la atención ni de la ONU, ni de las organizaciones no gubernamentales, ni de nadie. No es de extrañar, pues es el resultado de una política intencionada del propio gobierno de Armenia, que en vez de defender a sus connacionales los ha entregado inermes a los azeríes sin que medie ni siquiera una protesta o una amenaza del gabinete de Yereván. Recordemos que el actual presidente de Armenia, Pashinián, llegó al poder en 2018, tras la consabida revolución de colores, y dedicó todas sus energías a separar a Armenia de los dos únicos Estados que pueden garantizar de hecho su independencia: Irán y Rusia. El cinismo del hombre de Soros en el Cáucaso ha llegado al extremo de echar la culpa de la catástrofe a Rusia, que lleva treinta años mediando para que la cosa no vaya a peor y cuyas tropas de interposición, muy poco numerosas y sin armamento pesado, han conseguido un alto el fuego que permite la huida de la población armenia de Artsaj, antes de que las tropas azeríes entren por la fuerza en un territorio que el gobierno de Armenia no defiende y abandona. Es normal que Moscú se lave las manos, pese a que Rusia cuenta en su seno con más de un millón de armenios, pero no va a sacrificar a lo loco sus intereses en el Cáucaso y en el Caspio —las relaciones entre el Kremlin y Azerbaiyán son buenas— por salvaguardar la política antirrusa que promueve Armenia.
Pashinián afirma que Armenia será defendida por los Estados Unidos y Francia, justo cuando acabamos de contemplar la impotencia de París para defender sus intereses estratégicos clave en Níger. Si no es capaz de imponerse para defender su vital uranio en África, ¿qué va a hacer Francia frente a los intereses combinados de Turquía y Azerbaiyán (potencia esta última armada e instruida por los israelíes: a las dos países les une el odio a Irán)? Sorprende e indigna la negativa de los armenios a defender a sus compatriotas y, también, su ceguera.
Armenia es una nación indoeuropea y cristiana que se halla embutida entre dos potencias turanias e islámicas
Irán hace frontera con Armenia y es un país irreconciliable con los azeríes, ¿de verdad van a renunciar a un aliado fiable por la protección de un Occidente muy lejano, que es socio de Turquía en la OTAN, que está demostrando que no es capaz de jugarse el tipo por Ucrania y que siempre usa a otros países como peones que más tarde sacrifica? ¿Es estupidez o es traición? Puede que las dos cosas. No hace falta ser un diplomático experto para intuir que Armenia ha sido vendida y que, además, los armenios se han dejado mercadear como trasto de almoneda. Sin duda alguna, lamentarán el cambio de alianzas. La geopolítica no tiene leyes ni fórmulas matemáticas, pero los mapas marcan el destino y las fronteras de las naciones, y el único seguro eficaz para Armenia es la ayuda de Irán y, en medida no menor, de una Rusia a la que insulta e infama. Los dioses ciegan a quienes quieren perder.
Armenia es una nación indoeuropea y cristiana que se halla embutida entre dos potencias turanias e islámicas en plena expansión. Para colmo de males, los corredores necesarios para que el gas y el petróleo de Azerbaiyán lleguen a Turquía y a Europa pasan cerca de su territorio. Parece inevitable, si sigue el actual régimen en Yereván, que las fuerzas rusas instaladas permanentemente en Armenia se marchen en un futuro próximo, lo que es muy necesario para que la Unión Europea ejecute su política de desconexión energética con Rusia. Como vemos, Pashinián ha sido el hombre adecuado, el clásico liberal apátrida, para ejecutar una misión en la que los intereses nacionales de Armenia tienen muy poco que ver.
Lo que sucede en Armenia pronto pasará en una Europa que no quiere defenderse, que pide a otros que combatan por ella y que es indiferente al borrado de su identidad. Más bien al contrario, desea olvidarse de sí misma, gozar de un presente efímero y morir sin dolor. Algún día, cada vez más cercano, un gobierno “español” evacuará Ceuta, Melilla y las Canarias e independizará a Cataluña y al País Vasco: todo lo que sea por vivir en paz.
Lo que sucede en Armenia pronto pasará en una Europa que no quiere defenderse
Y, por supuesto, dejará que se vengan abajo catedrales y monasterios (con la colaboración indispensable de Roma, sin duda). Los émulos del apátrida Pashinián llevan ya largos años mandando en España. Stepanakert no nos queda tan lejos.