En los años setenta no se enteraba de nada. Dice ahora que estaba abducido por Espinete, los teleñecos y otros iconos de la cultura naif en puerilandia, pero lo cierto es que vivía una edad primorosa entre la infancia olvidada con urgencia y una juventud horterilla y de gozosa inopia. Cual garufa de tango, durante la semana laburaba en el insti y el sábado a la noche se hacía doctor. Su ídolo: John Travolta. Su sueño: ligar de una vez en la discoteca de siempre.
Los ochenta, divertidos. Nuestro majadero vivió sus veinte años en trashumancia algo beoda, entre los estudios universitarios, los abrevaderos nocturnos, el pop de La Edad de Oro, sus pinitos en la cosa del sexo (bueno, algo es algo), y una vaga inquietud política resumida en dos enunciados elementales: Tierno Galván era la leche de enrollado y los socialistas cantidad de eficaces, preparados, modernos, comprometidos con la libertad, la democracia y el bienestar del pueblo; gente que nos llevó a la Comunidad Europea y puso de moda el cine español. Una lástima que no quisieran sacarnos de la OTAN. Nadie es perfecto. Ana Belén y Víctor Manuel también molaban, aunque eran de Izquierda Unida. Y el político con más carisma de España, Julio Anguita. Se dijo antes: nadie es perfecto. Su ídolo: Pedro Almodóvar. Su sueño: acabar la carrera y que España sacase muchas medallas en las olimpiadas del 92.
En los noventa se le rompió el corazón. Mantuvo hasta donde pudo su lealtad en las urnas al PSOE, pero hay momentos en la vida que piden un cambio como se pide una aspirina en mañana de resaca. La fiesta no daba más de sí y había que abandonar el alegre desfile antes de quedar señalado para siempre. A sus treinta y tantos años (cómo pasa el tiempo), debía adoptar una postura sensata, moderada, reflexiva. Le encantó aquel artículo publicado en El País por Rosa Montero, donde la genial periodista aconsejaba al socialismo español un período de reflexión, ceder paso por un tiempo a “la derecha liberal”, recomponer filas, restaurar perfiles éticos un poco dañados por asuntillos de corrupción y terrorismo de Estado y volver cuando las masas lo pidieran, es decir, a los cuatro o cinco días de llegar Aznar a la Moncloa. Le dolió votar a Izquierda Unida, pero ya lo dice el refrán: a la fuerza ahorcan. Su ídolo: Romario. Su sueño: que el Madrid no ganase la liga.
Poco tardó en renacer la esperanza. En la primera década del siglo, Dios escribió derecho con líneas torcidas cuando el metro de Madrid se convirtió en un infierno; y llegó no Dios, no… San Dios. Renombrado ZP, pero San Dios. ¡Qué hombre, qué talento, que coraje intelectual, qué claridad de ideas, qué audacia! Se convirtió al feminismo (siempre lo tuvo pendiente, en fin: nunca es tarde). Se hizo furibundo antifranquista. Se aficionó muchísimo a la arqueología funeraria. La derecha liberal aquella de Rosa Montero ya no era liberal, ni siquiera derecha decente: eran “los herederos del franquismo”, inhabilitados por la historia, el sentido moral de la política y el buen gusto para gobernar España en jamás de los jamases. Aprendió expresiones fundamentales como genocidio, conjunción planetaria, crímenes contra la humanidad, miembras, ciudadanos y ciudadanas y cosas así. Aprendió geografía progresista. España, un concepto “discutido y discutible”, se le representaba como un puzle de naciones muy próximas en el tiempo y el espacio a Camboya tras la caída de los jemeres rojos. Su ídolo: obviamente, ZP. Su sueño: que Garzón metiese en la cárcel a Franco.
La segunda década del XXI fue como despertar de Hable con ella a la pesadilla de la crisis. Traición de nuevo. El acabóse y el Terror jacobino-inmobiliario. Hipotecas como la guillotina, y el paro una condena a compartir bañera con Marat. No… si ya lo sabía él, a sus cincuenta y tantos tacos no lo van a engañar más veces. Todos son unos sinvergüenzas, unos ladrones, unos criminales que abocan a las personas al suicidio. La izquierda de siempre, unos apalancados. La derecha, unos delincuentes medio vampiros medio corleones que viven opíparamente sorbiendo el alma del pueblo trabajador. Con sus últimos ahorros compró una tienda esquimal para instalarse en todas las puertas del sol de Estepaís. Y adelante, compañeras y compañeros (las mujeres primero): democracia directa, refundación de todo y no olvidar lo importante: el fascismo no pasará. Su ídolo: a falta de Hugo, Cristina Kirchner. Su sueño: ejecución pública de todos los que votaron al PP aquel nefasto 20-N.
A ver qué dolencias y penares le trae su ya cercana vejez. Esperemos lo imposible y quizás acertemos.