En el año 2011 estalló un movimiento popular, a priori espontáneo, que perseguía un cambio político. “Toma la calle”, “Democracia real ya” y otros eslóganes constituidos en plataformas o asociaciones pretendían obrar el milagro del cambio. Las acampadas en las plazas públicas pronto degeneraron, como así lo hizo el movimiento velozmente infectado por los sectores antisistema cuya principal propuesta era, y sigue siendo, echar abajo todo lo que hay. Su organización fue asamblearia y obviamente colapsó antes siquiera de comenzar. Como a ellos nadie los representaba, no se pudo articular una alternativa seria que resultase viable y que corrigiera lo mucho que está mal en nuestro sistema político. Y la esperanza terminó de la única manera que podía acabar: diluida en la nada.
Muchos por aquel entonces, y hoy en día con más fuerza y convicción, anhelamos un cambio político. Sabemos que ese cambio debe ser articulado por personas capaces, con inquebrantables principios éticos y morales y cuyo espíritu anteponga el honor a las miserias humanas. Sólo de este modo se puede generar un incipiente movimiento transformador y regenerador que alcance la dimensión necesaria para que culmine en una obra efectiva. Este movimiento podía y debía nacer dentro del mismo sistema, porque es mentira que el sistema no deja cambiar las cosas. El sistema permite constituirse en asociación, en plataforma y en partido político. El sistema permite que se vote a la opción elegida dentro del panorama político. El sistema permite cambiar las cosas si se alcanza una mayoría suficiente. De este modo, si las cosas no se cambian es porque el pueblo no lo quiere. De él surgen las iniciativas, él las vota, y con el respaldo suficiente, se consiguen los cambios. Pero para empezar es preciso que ese sentir popular se cristalice en hombres capaces, se organice y se articule, se presente y se exponga con claridad para que sea respaldado. Y lo que está claro es que con mediocridad no se cambia nada del calibre al que aspiramos y por eso no se cambió nada en el año 2011.
Gracias a Dios, en el panorama actual tenemos alternativas políticas que encarnan esa intención de cambio, constituidas por personas que se pueden erigir en los referentes que necesitamos y que lo único que precisan es crecer en apoyo ciudadano.
Se presenta estos días el “Movimiento ciudadano” impulsado por Albert Rivera y el partido Ciutadans. Sus propuestas resuenan en el interior de millones de ciudadanos, son en extremo sensatas y posibles. Y de llevarse a cabo, España por fin entraría en una fase de madurez política y ciudadana dejando atrás de una vez por todas a la izquierda progre, rabiosa, vulgar y demagoga y a la derecha engominada, arrogante y economicista. Y, una vez obrado el cambio, podría asomar la izquierda madura, responsable y con sentido de estado y la derecha abierta y moderna que necesitamos.
Desde Ciutadans han dicho que de no asumir el poder gobernante el compromiso de la plataforma que impulsan, considerarán el presentarse a las elecciones a nivel nacional. Váyanse preparando porque no les va a quedar otra. En cuanto a la ciudadanía, aquí se brinda la oportunidad que esperamos y pedimos. Hay que apostar por esta iniciativa y exigir y velar para que estos hombres no pierdan jamás la perspectiva de su origen ni se desvíen del camino. El reto personal que han asumido es colosal y van a necesitar nuestra fe y nuestro apoyo.