Se acerca el cambio en España

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A falta de unos días para celebrar la Hispanidad, estamos inmersos, como nación, en una crisis que en ciertos aspectos no deja de ser recurrente. La economía, la política, la unidad de España. Sólo que esta vez, parece ser que sí nos aceramos a un escenario de cambio, a un punto a partir del cual el orden de las cosas no seguirá igual.

Puede parecer a simple vista que cuando hablamos de crisis económica, crisis política y crisis identitaria nacional hablamos de cosas distintas. Sin embargo, no es así. Todas están íntimamente relacionadas y su origen no se reduce a una mala gestión de sucesivos gobiernos, a una coyuntura internacional adversa, a la insoportable presión de sectores independentistas o a un sistema político cuya estructura permite los desmanes de todo tipo. Es algo más sutil pero tremendamente poderoso que debe escrutarse en el inconsciente colectivo.
El destino, no soy el primero ni mucho menos que dice algo así, lo escriben las circunstancias que nos son dadas, las decisiones que tomamos y las acciones que llevamos a cabo. Y esto es extrapolable a un individuo, a un grupo, a una nación o al mundo.
Así, si estamos donde estamos, deberíamos preguntarnos qué parte nos corresponde. Porque cuando dejemos de culpar a los políticos, de señalar una conspiración mundial para llevarnos a la quiebra y de ver a ciertos independentismos como enemigos capaces de poner en jaque a la patria empezaremos a tomar decisiones conscientes que cambiarán las cosas.
El verdadero problema que tenemos radica en que, en conjunto, somos una sociedad que carece de un nivel de instrucción aceptable, que adolece de un exceso de visceralidad, envidia y resentimiento, que es hedonista y concupiscente, y que elige señalar y proyectar su mediocridad antes que alabar la excelencia. Sin embargo, el mayor error que hemos cometido como sociedad y cuyas consecuencias nos han llevado al actual estado de crisis es haber descuidado el espíritu. Y este olvido de lo esencial y de nuestra más íntima naturaleza se ha producido porque durante mucho tiempo no hemos tenido que enfrentarnos a ningún reto verdaderamente trascendente.
Pero el momento está cerca. Lo queramos o no, lo admitamos o no, las circunstancias no nos van a permitir seguir viviendo como hasta ahora y, del mismo modo que nos hemos entregado a la frivolidad y a lo banal, los tiempos excepcionales exigen la resurrección de esa parte del ser humano que renace una y otra vez cuando la iniquidad amenaza su propia existencia.
Esta crisis es realmente una oportunidad y mucha gratitud le deberemos cuando la hayamos superado, del mismo modo que las circunstancias que más sacrificio nos exigieron en nuestras vidas son las que recordamos como enseñanzas, porque en ellas nos forjamos como hombres y mujeres más conscientes, fuertes y capaces.
La transformación, aunque cueste verla, ya está en marcha. El mañana será distinto. No erradicaremos la corrupción porque allí donde haya hombres habrá corrupción, pero habrá mecanismos eficaces que la imposibilitarán. No poseeremos una economía capaz de cubrir todas las necesidades de todo el mundo, pero sí habrá una gestión cabal de los recursos y un mejor aprovechamiento. Y España seguirá siendo España y su unidad saldrá reforzada. El independentismo habrá logrado lo contrario de lo que perseguía: el resurgir de la españolidad, hecho que ya se está produciendo y, núcleo originario provendrá paradójicamente de tierras catalanas.
Definitivamente, España se trasforma y se encamina hacia un Estado de madurez. En la sociedad existe una pulsión poderosa y creciente que todavía no ha trascendido a la vida pública y política pero avanza inexorable. Quienes conecten con esa pulsión se enfrentarán al desafío de gestionar adecuadamente esa fuerza y de estar a la altura del reto y de las nuevas exigencias y expectativas.

 

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