Recortar el Ejército, ¿evolución o decadencia?

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Los recortes económicos alcanzan a todas las áreas de la nación y el Ejército tampoco se libra de ellos. En los últimos cuatro años se ha recortado alrededor del 34% del presupuesto militar. 

Ahora, el gobierno del Partido Popular está introduciendo medidas como obligar a soldados y oficiales a pagar el 50% de su alimentación, lo que supondrá un ahorro de 15 millones de euros. Este dato es insignificante si lo comparamos con el despilfarro institucional y con la mastodóntica y prescindible envergadura del Estado. Además, se cierra la Academia Básica de suboficiales de Talarn en la provincia de Léridam en la que ya en su momento el entonces ministro de defensa Bono quitó el lema “servir hasta morir”; se cierran centros de formación de tropa para instruir nuevos soldados; se cierran todo tipo de instalaciones y el recorte en aprovisionamiento de material limita gravemente la operatividad de las unidades militares.
 
Ante esta situación existen muchas reacciones aplaudiendo esta medida y exigiendo mayores recortes, algunos, en pleno ataque paroxístico de rabioso pacifismo de boquilla llegan a pedir la supresión total del Ejército. Huelga decir que por lo general quienes lo hacen o son separatistas o de ultraizquierda. Entre otras cosas porque la eliminación del Ejército les dejaría vía libre para alcanzar sus objetivos. Como ejemplo, el pasado 11 de abril, CiU, junto a ERC y el apoyo “sin especificar” del PSOE, exigió recorte militar y pidió un “mayor sacrificio” porque “el gasto militar está por encima de nuestras posibilidades”.
 
Es éste otro alarde de cinismo descarado por parte de un partido que despilfarra en áreas prescindibles, tendenciosas, excluyentes y que lejos de beneficiar al conjunto de la población perjudican a amplios sectores de la misma. Quitando estos grupos y sus razones, queda otro sector social arrastrado por una ola de buenismo pánfilo que asiéndose al elevado ideal de un mundo evolucionado, espiritual y de conciencia que lamentablemente estamos lejos de alcanzar, también ve con agrado que se liquide el gasto militar. El argumento es fácilmente vendible: antes que recortar en educación, sanidad y protección social es mil veces preferible prescindir del gasto militar que muchos consideran no sólo inútil sino que ven como “una amenaza para la libertad”.
 
Por desgracia, y repito, incido y pongo todo mi sincero énfasis, por desgracia, el mundo de hoy no es ni de lejos un mundo de maravillosa filantropía y fraternidad. Es cierto que se producen actos de sublime amor al prójimo y no albergo ninguna duda de que nuestra tendencia es hacia lo Superior, pero sería irrealista además de imprudente obviar que también existe en, como poco, igual proporción el lado más siniestro del rostro humano. Ante esta verdad las sociedades se protegen mediante mecanismos como los cuerpos de seguridad y la Justicia que, aunque en ocasiones dejen mucho que desear, es indiscutible que su existencia, su función y su presencia garantizan protección. En este sentido, el Ejército, actualmente, sigue siendo igualmente imprescindible.
 
A muchos ciudadanos es imperativo recordarles que todo el mundo no es como las sociedades llamadas occidentales. Hay que destacar que si las comparamos con el conjunto del planeta, las sociedades democráticas de Occidente, con todos sus fallos, no dejan de ser un limitado reducto de derecho. Aquí se garantiza por ley que no exista discriminación por razones de sexo, raza o religión, mientras que en gran parte del mundo se persigue impunemente por profesar una religión distinta y se encarcela o ejecuta por la tendencia sexual.
 
El Ejército garantiza nuestra libertad porque garantiza la protección de nuestro sistema de derecho. Del mismo modo garantiza la integridad no sólo de un territorio, sino de las personas que habitamos en él así como la independencia de nuestros recursos. A modo de ejemplo podríamos preguntarnos qué ocurriría con algunas de las ciudades españolas y las Islas Canarias si Marruecos no tuviera la certeza de que una respuesta militar española le superaría, además, por supuesto, de la reacción internacional. Como contrapunto está el pueblo saharaui que dada su debilidad demográfica y militar sufre la ocupación de su territorio por las fuerzas marroquíes.
 
A este respecto, cabe añadir que el Ejército realiza su tarea no sólo en tiempos de guerra, sino también y principalmente en tiempos de paz. No debemos olvidar que una de las principales funciones del Ejército es la disuasión; de este modo garantiza la paz, y lo hace, aunque parezca paradójico, preparándose para la guerra.
 
Quisiera añadir a favor de la existencia del Ejército que es el único estamento capaz de garantizar en última instancia el orden constitucional, velando, si llega el caso, para que determinados grupos extremistas no nos empujen hacia un abismo, ya sean extremos políticos o minorías separatistas. Es decir, la existencia del Ejército también garantiza el orden democrático interno.
 
Por último deseo destacar la capacidad de reacción ante desastres naturales de grandes proporciones que sólo puede tener un ejército. Y esto es así por los medios de que dispone, por su capital humano y por la idiosincrasia en si misma del ejército.
 
No nos dejemos llevar por lo que el Ejército pudo ser puntualmente en el pasado o para ser exactos, para lo que fue usado. Hoy en día es lo que garantiza la libertad de nuestra sociedad.
 
A lo largo de la historia de la humanidad, la decadencia de las naciones, culturas, imperios o pueblos se ha manifestado por múltiples signos. El descuido del ejército ha sido uno de ellos. Ya no hay enemigos… y el siguiente acto fue la caída.
 
Si seguimos recortando una institución tan vital para una sociedad puede llegar el día en que lo lamentemos amargamente. Y si hablamos en términos de utilidad y pragmatismo es preferible reducir drásticamente el aparato administrativo del Estado antes que tocar una institución como el Ejército. Actualmente eliminar el ejército no es síntoma de una evolución humana hacia unas sociedades elevadas espiritualmente, sino que es un signo más de nuestra decadencia.

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