Será porque las rescató el Caudillo de entre los anhelos imposibles de la historia española y articuló su paraíso en torno a iconos tan asfálticos como el Seat 600 y el apartamento en la costa, o será porque en los hogares patrios no entraba más lectura que el “Diez Minutos” ni más información que la letanía del santo rosario ni más música que la del telediario, o porque los viejos apenas tienen estudios y los más jóvenes, en su mayoría, no se han librado de la LOGSE ni de Rafaela Carrá; en fin, será por todo ello junto o por algún otro motivo que se me escapa, pero el caso es que tenemos las clases medias más horteras de Europa y, de añadido, las más cotillas del mundo. Somos una nación gobernada por señoritos y controlada por porteras, las que se calientan los pies en el brasero de su chiscón mientras hacen ganchillo, oyen el serial radiofónico y entre llanto y tazón de leche con galletas Fontaneda van poniendo verde al personal del edificio. Así somos. Y para semejantes clases trabajadoras, una izquierda apañada a sus anhelos. Ende: una “izquierda mediática” que, como decimos en Granada y perdón por la grosería, les va “como polla al culo”.
¿Qué no? Anda ya que no. Mira la que me tienen organizada con la monarquía en general y los asuntos del rey en particular. A ver, señoras y bueyes-niñera, a ver si se enteran de una vez que una cosa es ser republicano (opción política más que razonable y que llevo defendiendo desde que Arias Navarro era presidente del gobierno), y otra que su republicanismo de “¿Qué Me Dices?” les dé derecho a meter las napias en la vida y finanzas particulares del monarca, el gato por liebre de transmutar su derecho a levantar la ceja cuando les venga en gana, sobre todo si tratamos asuntos públicos, por ese otro derecho al cotilleo mugriento con el rey de protagonista. Si las marujas, chachas y vanesas de España se han empeñado en sacar al rey del “Hola” para meterlo en eldiario.es, vaya, es mala suerte y desdicha inevitable, pero no nos calienten la cabeza con su roña cerebral, que bastante complicada está la vida como para aliñarla con semejantes noticiones.
Pues, ya me dirán: qué mamoneos son estos. Si hasta el informativo de TVE, en su emisión de las tres de la tarde, daba cuenta del millón doscientos mil euros que S.M. D. Juan Carlos prestó a la infanta Elena y su maridín para comprarse un palacete en Pedralbes. Ante notario y con compromiso de devolución, claro, el detalle es valiosísimo. Joder, qué panorama. Mucho que me importará a mí y les importará a las porteras, chachas y joséjavieres en qué emplea su dinero nuestro jefe de Estado, cómo lo administra y cómo lleva sus cuentas familiares. Desde que lo cazaron en África, frito lo traen con este Telecinco. Hace seis semanas tuvo que dar cuentas de cómo y en qué había gastado la herencia de su padre, don Juan de Borbón. Hoy le ha tocado tirar de libretilla y explicar a la peña histérica los pufos puertas adentro de su hija y (de momento), su yerno. Mañana, si todo sigue conforme al guión rosita que le van escribiendo entre progres y rigobertas, doña Sofía tendrá que presentar sus facturas de la peluquería y salir al paso, mediante comunicado de la casa real, de rumores que la acusen de comprar los bolsos en un mercadillo, completamente fusilados.
Que no, mariamartirios… Que no. Si quieren ustedes un presidente de la república mortal y guay, al que puedan olerle hasta las gomas de los calzoncillos, muévanse y pongan un Obama o un Sarkozy en la portería. Pero al rey me lo dejen en paz, que no es su muñeca chochona. Y no me salgan con la petardada de que “el sueldo se lo pagamos entre todos”. También se lo pagamos al cartero que nos trae los requerimientos del banco, ¿no es verdad? ¿Y verdad que si le preguntan con quién se ha acostado y en qué gasta el sueldo los manda a tomar por donde amargan los pepinos? Pues eso.
Un rey, para quien le guste y para quien no, es otra cosa. Muy otra y muy distinta. Ah, claro… No está por encima de la ley ni por encima de nadie porque en esta democracia de churras y modistas todos somos iguales. Por supuesto: todos iguales. Pero todos no somos lo mismo. A la vista de cómo barren el patio los republicanos, de verdad que se le quitan a uno hasta las ganas del “Viva la República”. Maldición.