La anécdota, que parece más que una anécdota, ejemplifica a la perfección el tono y pulso de los tiempos. Sabrosa como ella sola, como únicamente las fechorías más delicadas pueden satisfacer nuestro sentido de la repulsión ante lo grosero, me llega por vía de una red social y de un amigo en dicha red, quien nunca suele escribir de más ni de menos. Lo cuento en cuatro líneas, puede que alguna más, después de este punto y aparte.
El pasado mes de septiembre, una abogado granadina, Rosa Cobo, fue asesinada (iba a escribir “brutalmente”, “salvajemente asesinada”, pero qué asesinato no es brutal y salvaje). El autor del delito fue un antiguo cliente obsesionado y estragado por su propio sentido de “la justicia”. La cámara de seguridad del garaje donde tuvieron lugar los hechos grabó al verdugo en plena faena. Fue detenido al poco de cometerse la tropelía. Apareció cadáver, al parecer suicidado, en la prisión provincial de Granada, un par de semanas después de su ingreso en dicho centro.
Esa es la historia. Lo que viene después, mugre. Vamos a ella con guantes higiénicos. Pues resulta que otro abogado, también granadino según me cuentan, a raíz de la muerte de Rosa Cobo escribió ipsofácticamente un libro sobre la tragedia; uno de esos libros que tardan quince días en ir de las musas a la imprenta y que se venden sobre la cresta del cotilleo y a favor del viento morbo. Parece que el engendro va funcionando bien desde el punto de vista comercial, el único que interesa al autor y editores. Pero como la voracidad dineraria es inagotable, el menda este se descolgó hace poco proponiendo al colegio de abogados de Madrid un “homenaje” a la colega gremial (también colegiada en la capital de España, lo que suelen hacer muchos letrados por razones de operatividad en su oficio). El presidente de la institución, llevado de su buena fe, accedió a la celebración del acto, pensando que en efecto se trataba de un sentido homenaje a la víctima. Más he aquí que la impostura quedó descubierta antes de consumarse. El autor del libro y ponente del “homenaje”, lo único que pretendía era presentar por vigésima vez su obra, y promocionarla otro poco, y vender un poquitín más, que para eso estamos. La actividad, una vez manifestada su verdadera índole, fue suspendida. Por supuesto: no sin protestas del multicitado autor del best-seller necrófago. (No menciono el nombre del caballero ni el título de su obra para no hacer propaganda a esta gente, y además ellos se bastan y sobran en el autobombo).
Hasta aquí la relación de hechos probados. Ahora vendrían los considerandos, el “qué poca vergüenza hay en este país”, “impresentable y abochornante que un abogado se aproveche del asesinato de una compañera para hacer caja”, y etcétera y etc y et lo que sea. Todo eso ya lo sabemos. Que hay gente para todo, que alimoches, aprovechados, oportunistas y carroñeros no faltan en ninguna casa, es algo que cae por su propio peso, de natural. La condición humana propende más a lo grotesco y lo sórdido que a la elegancia y la compasión, y no nos vamos a curar en cuatro días. Sin embargo, llama más aún la atención que editoriales presuntamente de “altura” se presten a auspiciar y publicar estos bodrios cuyo único argumento es la perspectiva de vender unos miles de libros a base de casquería argumental e impudor emocional. Francamente, que programas sensacionalistas de televisión o periódicos en busca de audiencia (como el mismo IDEAL granadino sin ir más lejos), remuevan toda esta bazofia, exhiban el vídeo donde quedó grabado el asesinato con todo detalle y apuren las posibilidades escandalosas del asunto hasta el tuétano, no es de extrañar. Pero los libros son otra cosa. Deberían ser otra cosa. Entendámonos.
A ver si la nomenklatura y demás preclaros que llevan la manija de esas editoriales tan ocupadas y preocupadas en vender libros, se dan cuenta de que estar a la queja por la crisis del sector y, al mismo tiempo, promover esta clase de publicaciones, es lo mismo que alistarse en los bomberos voluntarios y organizar paellas al aire libre, en pleno verano y dejándolas a cargo de los niños mientras los padres y personas con uso de razón suben al monte en busca de setas. A ver si entienden que la fórmula apuntada hace años a una conocida agente literario por el director de No-Ficción de una de estas editoriales, no funciona ni puede funcionar jamás de los jamases. La fórmula... Sí, se me olvidaba: “La gente quiere mierda y le damos mierda”. Literal. Genial resumen de cómo algunos se exprimen el seso para resolver el problema de los libros en España, que es triple: las pocas ganas de leer, lo caro que está el papel impreso y lo mucho que internet y la piratería merman las perspectivas de beneficio del sector.
¿Cómo es que no se dan cuenta de que, jugando en el mismo terreno que las televisiones y los medios de masas, tienen la batalla perdida de antemano, y que cualquier esfuerzo por equipararse en audiencia, usando similares reclamos, ahondará más aún la distancia entre unos “soportes” y otros? ¿No les ha llegado al santiscario, todavía, que tratándose de estos asuntos la gente prefiere un vídeo, una fotografía o una buena sesión de cotilleo protagonizada por los “expertos” de siempre”?
Pues no... Parece que no. En vez de buscar sus propias aguas, su propio ámbito, su lugar en este mundo, el grueso de la industria editorial española imita las fórmulas de éxito de los “mass media” con un descaro que se aproxima a lo patético. La consecuencia va de suyo: los libros, nuestros apreciados y valorados libros, se convierten en carnaza menuda, prácticamente desechable en el gran festín de la sobreinformación, el amarillismo, la banalidad, lo tosco y estomagante. Son palabras perdidas en el turbulento discurso bizantino, briznas de nada en la nada ruidosa, zafia a más no poder, del griterío que desborda la plaza pública. Un libro cargado con semejantes fardos es testigo implacable de la ruindad de esta época funeraria que nos ha tocado vivir. Conste que no utilizo el término “funerario” para referirme a la muerte de la abogado granadina, sino para señalar la extinción del alma creativa y el espíritu del individuo sensible en busca de su paradigma, el cual, según Thomas Mann, se denomina belleza.
Lo sucedido con este libro en concreto -lo dije al principio -, es anécdota. La propensión editorial a nutrirse con estos brebajes (se llamen “novela”, ensayo, costuras o sombras), es categoría. La triste retórica de lo bullicioso se ahoga a sí misma en el inagotable fragor del “horror vacui” bizantino. Todos hablan, todos chillan, todos se señalan y piden atención... y nadie dice nada que merezca la pena ser dicho. Para noticias, Tele5; para opinar, los foros de internet. Y para libros, los que ya no se escriben porque nadie los publica. Mientras tanto, los cañones del turco siguen bombardeando desde la torre Gálata. Hasta que caiga el imperio. Espero que los cerebritos del mundo editorial “superventas” no se quejen mucho el día que el último lector tire a la papelera el último libro y diga: “Se acabó”. Eso espero, que ninguno se lamente y se rasgue la camisa. Sería el colmo del disparate. Y de la cara dura.