Nunca descansan, duermen como los siux, con un ojo abierto, y detectan las señales de humo a miles de kilómetros. Se entienden de maravilla en la distancia, con el espejeo cegador de tres o cuatro conceptos y seis o siete frases lazadas al ciberespacio con tozudez y entusiasmo militante.
Son mayoría en Internet y en las redes sociales, pero no una mayoría estadística, sino abrumadora: gente sin mejor cosa que hacer (o claramente, sin otra cosa que hacer) más que estar pegados a la pantalla del ordenador todas las horas hábiles del día. Su preocupación esencial: lanzar proclamas cuanto más incendiarias mejor, arremeter contra el gobierno que proceda, firmar peticiones y adherirse virtualmente a todas las causas “solidarias” habidas y por haber. Son especialistas en iniciativas repolludas, del tipo “Toma el Congreso”, o “Apagón general de luz”, y cosas así. Nunca descansan, duermen como los siux, con un ojo abierto, y detectan las señales de humo a miles de kilómetros. Se entienden de maravilla en la distancia, con el espejeo cegador de tres o cuatro conceptos y seis o siete frases lazadas al ciberespacio con tozudez y entusiasmo militante.
Sus filias van desde el Che Guevara a Kim-Jong-Um, pasando por Hugo Chávez, las sentencias apócrifas de Saramago y las viñetas de Quino. Sus fobias están mejor definidas y son menos numerosas aunque mucho más radicales: odio tenaz a la Iglesia católica (sólo la católica, las demás son creencias respetables de civilizaciones oprimidas) y aversión sin límite a cualquier poder que de lejos les parezca “de derechas”. Lo demás es folklore. Incluso su descreencia del sistema y su denostación de la economía de mercado resulta circunstancial: se quejan de la explotación, pero la mayoría están deseando que algún capitalista sin entrañas los contrate, los explote y los redima de su condición de tecnoflautas atrincherados al otro lado de la pantalla del PC.
Son hijos del desempleo crónico, el cambio de paradigma social en cuanto concierne a la triunidad tiempo-trabajo-tecnología. Hasta hace unos años, el estado perfecto de alienación para las masas se basaba en la administración eficiente del doble valor trabajo/ocio. Ahora el problema no consiste en recuperar el valor del trabajo, sino en dar sentido al no-trabajo, porque no lo hay ni parece que vaya a haberlo, y porque el tiempo improductivo de los desempleados no puede definirse como “ocio”. En todo caso se le podría definir como “ocio reconvertido en creatividad free lance”.
Los parados jóvenes, entre los 25 y los 50 años, son los mayores suministradores de contenidos de Internet. Desbordan Twitter, arrasan en Facebook, mantienen vivos y candentes miles de foros y páginas web, infinidad de blogs y perfiles en todas las redes sociales… De todo lo cual resulta una actividad febril, continuada (siempre es de día en media parte del planeta), caótica, a menudo delirante y casi siempre pueril: los “mensajes” en la aldea global virtualizada son breves por necesidad y, en consecuencia, a menos palabras más eficacia, cuantas menos letras mejor, cuantos más exabruptos mejor todavía. Esto lo ha entendido muy bien la red social por antonomasia de los tecnoflautas, que desde hace tiempo esTwitter: “Lo que tengas que decir, en menos de 140 caracteres“. La invitación al improperio es diáfana. La tentación del insulto, irresistible.
Si encontrásemos por la calle a un individuo que clamase iracundo contra “el gobierno fascista y genocida del PP” y “la dictadura eclesial de los pedófilos con sotana”, siendo rematadas dichas soflamas con histéricos vivas a Stalin, al heroico pueblo cubano y la República Popular de los Pueblos Ibéricos, sin duda llegaríamos a la conclusión de que hemos cruzado nuestros pasos con un trastornado, posiblemente digno de nuestra compasión. Mas si leemos estas mismas bobadas en Internet, no nos resultan siquiera pintorescas. Nos parecen coherentes con el estilo y formas del perroflautismo crecido en las barricadas de la virtualidad. Es una de las características, quizás la más llamativa y penosa del fenómeno: el lenguaje oral, de suyo más proclive al desafuero que la palabra escrita, ha superado en rigor y seriedad de planteamientos a las burradas que se escriben en la red. La discusión de barra de bar es ahora menos pedregosa y visceral que el medio escrito. Antes, para escribir había que pensar primero lo que iba a decirse, y cómo decirlo. Ahora, el ámbito tecnoflauta ofrece un mundo sin barreras al pensamiento grosero, expresado de manera denigrante para la propia acepción de pensar: a lo bestia, con perdón por el oxímoron que entraña el desliz “pensar a lo bestia“. Y no hay remedio ni marcha atrás en esta dinámica envilecedora de la presunción de raciocinio humano. En Internet, el que no grita no existe.
Hablando de raciocinio, el acceso inmediato a la información y los medios de comunicación, así como la posibilidad de expresar libremente la propia opinión en esos mismos medios, parece algo razonable. Democrático. Pero siempre hay un “pero”. De democracia y demagogia mejor no hablar. Sobre lo razonable del invento, también sabemos desde hace siglos que ese sueño de la razón produce monstruos. En el caso del que se trata, la absurda pesadilla tecnofláutica.