El gato y el cascabel

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 Todo el mundo parece haberse puesto de acuerdo: el sistema no funciona y hay que reformarlo. Reformar la Constitución, el sistema financiero, las relaciones laborales, las bases de la economía de mercado, la composición del Parlamento, la ley electoral, la articulación territorial del Estado, la misma jefatura del Estado (delenda est monarquía, viva la república). Todos de acuerdo, como un consejo de médicos que coinciden en señalar con preciso diagnóstico las dolamas del paciente. Lo malo es que unos sugieren operar de anginas y otros amputar la pierna derecha. Esa es la congoja. 


Para empezar, la Constitución. Los sectores sociales y partidos vinculados a “la derecha” (las comillas vienen a propósito porque estoy de “izquierdas” y “derechas” hasta el gorro que no tengo), en su día (1977/78), hicieron un esfuerzo notable por pactar con la “izquierda” (la misma de las comillas de antes), y con los nacionalistas, una norma suprema que integrase todas y cada una de las sensibilidades políticas y posiciones estratégicas susceptibles de acogerse a un dictado legal común. Ese fue el esfuerzo de la “derecha”. El de la “izquierda” resultó más titánico aún. El PCE y el PSOE emplearon tiempo y medios extraordinarios para convencer a toda una generación antifranquista de que la solución pactada (es decir, la Transición y su corolario constitucional), era la única alternativa sensata, posible y deseable para salir de la dictadura, única vía razonable para romper el esquema maldito de las dos españas y emprender un viaje común, en pos del progreso social y la convivencia democrática, con garantías de que el invento no iba a hacer aguas a las primeras de cambio. Los que tenemos memoria nos acordaos muy bien de aquello. La “reconciliación nacional”, propugnada por el PCE desde los años sesenta, argumentada al estilo italiano (a la gramsciana más bien), el compromiso histórico, el eurocomunismo, la sustitución del proletariado como sujeto revolucionario por “la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura”, aquella ocurrencia de Carrillo: “¿Dictadura? ¡Ni la del proletariado!”, etc, etc, conformaron el ideario oficial, obligatorio, del comunismo español desde la época antes señalada hasta hace cuatro días. Por parte del PSOE, ya sabemos: “Socialismo en libertad” y “Hay que ser socialista antes que marxista”, propuesta un poco retórica que le costó al gran partido de los trabajadores verse viudo de su líder, Felipe González, entre dos congresos dramáticos. Todos confluyeron en lo mismo: Pacto Constitucional. Y al final, acabaron convenciéndonos. 

Hombre, no es serio. De verdad... No es serio que ahora, al cabo de tantos años, después de habernos hecho tragar importantes ruedas de molino, salgan con “donde dije digo, digo Diego”. Unos y otros, derechas, izquierdas con y sin comillas, nacionalistas, indignados, grupos antisistema y el señor del kiosco. Ahora resulta que el sistema no sirve, porque no funciona. 

Pero, ¿de verdad que el sistema no funciona? ¿Cómo es posible que en un par de años hayamos pasado de una ordenación legal y un marco de convivencia que causaban admiración en Europa, ejemplo para naciones con problemas semejantes a los nuestros, a ser un país desdichado, gobernado por una clase política impresentable y sometido a unas leyes inaceptables? Como diría Asurbanipal: “Raro, raro, raro...”. 

Por mi parte, no sé... Tengo la impresión de que no es que el sistema no sirva, que haya dejado de funcionar como una versión obsoleta de Windows NT, sino que más bien han usado y abusado de él hasta exprimirlo. Unos y otros han ido a su propósito, que era apalancarse y montar sus chiringuitos (y enriquecerse todo lo posible). Implacablemente, sin tregua, sin dar aliento a las cuentas del Estado para recuperarse entre boda y bautizo, como si el saco no tuviera fondo, han sorbido y libado y tirado de presupuesto (y de donde hubiera), hasta dejar al mismo sistema que los crió tiritando sarmentoso y acordándose a cada poco de la madre que los parió. Y claro, ahora que hemos dejado el pozo seco y el juguete roto, resulta que el sistema no funciona. Ya no nos sirve. Aquello de la reconciliación nacional, del socialismo en libertad, del Estado del bienestar, no eran formulaciones estratégicas sino vaivenes tácticos: hasta que el chollo diera de sí. Después, a las barricadas y a no descuidar las mariscadas. 

Aunque, de acuerdo. Seamos caballerosos y dejémonos engañar un poco más y una vez más. Concedamos un margen de credulidad, más bien de ingenua resignación ante los listos de siempre, y aceptemos que es necesario cambiar radicalmente el sistema. Que sí, que muy bien. 

Ahora, díganme: ¿Cuál es el recambio? Cuando los líderes andaluces de Izquierda Unida afirman muy repolludos que debemos avanzar hacia un sistema económico “alternativo”, me parece estupendo. ¿Pero qué sistema? ¿Qué alternativa? ¿A qué hora juega el Betis? 

Esa es una. La otra: Qué gente. ¿Quién va a gestionar el nuevo sistema alternativo, la nueva sociedad, el nuevo Estado refundado, la nueva economía, el nuevo Parlamento, la nueva Constitución, la nueva novísima y nueva novedad? ¿Quién? ¿Los de antes? ¿Los de siempre? ¿Los del escrache? ¿Los de Mercadona? ¿Los Mas y Durán y otros Oteguis? ¿Los Gurtel y los Mercasevillas? Que lo digan: ¿Quién? ¿Los que se forraron con Bankia, saquearon La Caixa, llenaron España de horrores arquitectónicos a 100.000€ el kilo de ferralla, o los que decían que el Santander era el mejor banco del mundo? Cuando se nacionalice la banca, gran aspiración de IU, ¿quién se va a encargar de dirigirla? ¿Los mismos, ya entrenados, del mismo partido? ¿Los que cobraban sueldos exorbitantes por aparecer en los consejos de administración de las arruinadas Cajas de Ahorros? Anda ya... 

Todos están de acuerdo en que hay que cambiar el sistema. Casi todos, no exageremos. Casi todos están de acuerdo: Hay que cambiar el sistema porque al pobre le sucede lo mismo que a las doncellas por cuyos aposentos se dejaba caer don Juan Tenorio: “... yo la amaba, sí/ mas, con lo que habéis osado/ imposible la has dejado/ para vos y para mí”. 

Y esa es la otra congoja: que por lo visto hay que cambiar el sistema pero nadie se fía de nadie. Hay que cambiar el sistema (me parece que lo he escrito dos o tres veces). Muy bien. Cambiemos. Alternativa hay, y me refiero a la palabra solamente. Pero la hay. Alternativa, gran palabra y enjundioso concepto. Otro sistema es posible. Claro que es posible. Si se puede escribir “posible” será porque es posible. 

Cambiémoslo todo. Lo único que hace falta es que todos y todas lleguen a un simple acuerdo: quién le pone el cascabel al gato.

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