El Gobierno de la Generalitat ha anunciado la supresión, por segundo año consecutivo, de una paga extraordinaria a sus funcionarios. Como el recorte les supo a poco, han solicitado al odiado, colonialista y tiránico Estado Español una ayuda superior a los 9.000 millones de euros para ir saneando sus cuentas, muy mermadas desde que se les acabó el chollo del Palau (un coladero sin límite, hoy bajo procedimiento judicial), así como los ajustes finos del Oriol Pujol y otros espabilados que embuchaban la pasta con voracidad de merienda en un campo de refugiados, ya que también a esa comandita le está cayendo encima gente incordiosa para el negocio: fiscales, la brigada de delitos economícos y demás aguafiestas.
Pero no importa, en el Oasis se tira con pólvora de rey (huy, lo que he dicho). Una cosa es quitar la paga extra a los funcionarios y otra la renuncia al sagrado deber de despilfarrar en aras de la causa soberanista y, por supuesto, expansionista. Si luego no cuadran las cuentas, se echa la culpa a España y a otra cosa mariposa. De tal modo, el Ejecutivo catalán acaba de abonar 715.411,43 (SETECIENTOS QUINCE MIL CUATROCIENTOS ONCE euros con CUARENTA Y TRES céntimos de euro) correspondientes a la cuota anual del préstamo del edificio «El Siglo», la lujosa sede de Acció Cultural del País Valencià (ACPV), entidad en vanguardia de la penetración (huy, lo que acabo de escribir), del catalanismo en Valencia. Por cierto, si la cuota anual del préstamo es de ese montante, ¿a cuánto asciende el préstamo en sí, y quién lo ha otorgado y bajo qué condiciones? Porque la cosa canta un poco y huele peor que canta.
De acuerdo con una resolución firmada el pasado 15 de febrero y publicada ayer por el Diario Oficial de la Generalitat de Cataluña (DOGC), la entidad encargada de promocionar el catalán en la Comunidad Valenciana también se benefició, además, de una subvención adicional por parte del Ejecutivo nacionalista que ascendió a 382.923,57 euros para financiar «actividades culturales diversas». Sí señor, que en la diversidad está la virtud.
Ambas ayudas forman parte del paquete de subvenciones otorgadas por el Departamento de Presidencia de la Generalitat de Cataluña durante el segundo semestre de 2012, en el que la entidad propietaria de los repetidores de TV3 que emitían la señal de la televisión pública catalana en la Comunidad Valenciana ha resultado una de las principales beneficiarias, con un importe que roza los 1,1 millones de euros. (Esto lo he leído en ABC, cortoypego aquí porque lo de TV3 es ya la monda, no me digas...).
Ah... Mira, ya me he enterado, bichea que bichea por internet, del precio de la cosa en sí: "Situado en pleno centro de Valencia, entre las plazas del Mercado y del Ayuntamiento, el inmueble fue adquirido por ACPV en el año 2004 gracias a un préstamo de 7,2 millones que incluía los gastos por las obras...". Lo que sigue sin estar claro es qué Caja de Ahorros, seguramente rescatada con el dinerín de los pérfidos españoles, financió esos 7´2 milloncejos. O vete tú a saber, a lo mejor se encargó la misma Caixa, que no ha tenido que ser rescatada con el dinerín de los pérfidos españoles porque ya se preocupa ella (la Caixa, digo), de sacarle a los pérfidos españoles hasta la borra del ombligo, lo que en el argot bancario suele denominarse un "para que me rescates tú, antes te esquilmo yo".
En fin, que las urgencias financieras de Cataluña, coincidentes con la deriva soberanista impulsada por Artur Mas y respaldada mayoritariamente en el Parlamento de allí mismo, son muchas. Pero eso no es óbice para que el gobierno de la Generalitat mantenga a todo lujo y viento en popa su alegre política de subvenciones lejos de un ámbito territorial de competencias que esta gente marca, más o menos, como perro alzando la pata. No sé si me explico.
Mira otro ejemplo: Artur Mas y famiglia otorgaron en el segundo semestre del pasado año una ayuda a la Fundación Escola Valenciana por importe de 102.900 euros, para la «promoción del valenciano en la enseñanza y el uso social». Qué detalle, "promoción del valenciano", fíjate.
En fin, por no seguir, concluyo. Eso sí, con una cita abrumadora y tremendamente lúcida de uno de nuestros grandes pensadores, don Miguel de Unamuno: "¡Alegría, alegría!". Y que no pare.