Posible es la palabra. Sólo desde el amor y el respeto por una obra literaria, el esmero en su producción y dirección, el entusiasmo de muchos profesionales entregados con generosidad a su tarea y el talento de unos actores impecables (ingleses, claro), es posible y puede alcanzarse esta celebración de Shakespeare y de la propia historia de Inglaterra, de la cual, por aquellas tierras, persisten contumaces en el orgullo. Sólo quienes aman su país y la literatura de su país están en condiciones de firmar y exhibir ante el mundo una serie como The hollow crown.
Ni es momento ni me apetecen las comparaciones, porque para deprimirse siempre hay tiempo. Hace demasiado frío y llueve demasiado en toda España para preguntarme, justo esta tarde, si la literatura es aquí la tercera o cuarta religión, qué tal vamos en música y en filosofía, cuánto estimamos la ópera y qué nivel tienen nuestras series "históricas" de televisión. "Cuestión de presupuesto", dirán algunos (esos "algunos" que acaban siempre siendo muchos). De acuerdo, dejémoslo ahí. Es una cuestión de presupuestos y nada más. Después de contemplar la interpretación de Falstaff que ejecuta Simon Russell Beale en la segunda entrega de la serie (Enrique IV), ya les digo: ningunas ganas de deprimirme tengo. Más bien al contrario. Jubilant am by Shakespeare.