Ya nos hemos doctorado en Halloween (vulgo, Jalouín). Lo que empezó siendo una fiesta friki y bastante estúpida, importada de un país donde la mayoría de sus habitantes no saben dónde está Bélgica, fue tomando poco a poco carta de naturaleza hasta convertirse en "tradición" española, faltaría más. Las representaciones de Don Juan Tenorio y llevar flores a nuestros difuntos eran costumbres demasiado ñoñas para conmemorar estas fechas sepulcrales. Mejor el rango madeinusa, el toque al estilo Hollywood, el disfraz de niña del exorcista y la juerga cervecera. Dónde va a parar. Halloween se enseña ya en todas las escuelas españolas, públicas y privadas. Los profesores, con encomiable espíritu didáctico, organizan vistosas fiestas de disfraces para los nenes. Tiempo tendrán los educandos para más meollo en el commentatio mortis. Por el momento, se les adiestra para que sean góticos desde pequeñines y todos contentos.
Nos faltaban los muertos de verdad, pero felizmente llegaron la pasada madrugada: tres chicas aplastadas por la multitud orgiástica en el fiestorro del Madrid Arena. Lo siento por ellas, de verdad, pero su destino estaba cantado: si diez mil memos se reúnen para hacer el memo en una fiesta mema organizada por unos memos... Pues eso: cantado.
Estoy deseando ver las imágenes del telediario, las amigas de las víctimas poniendo velitas en el lugar del "trágico suceso" y etcétera. Estoy deseando escuchar a los familiares de las fallecidas, cómo arremeten contra la organización del acto, la insuficiente y atolondrada seguridad del evento, y etcétera.
A ver quién explica a esos padres, esas madres, esa familia y allegados, a los amigos con carita de pena... A ver quién es capaz de decirles la verdad: esas jóvenes han muerto porque era inevitable. La estupidez… mata.
Muertes en el Jalouín madrileño.
La estupidez… mata
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