Con Vargas Llosa, Dragó, el ministro Wert…

La cultura se abre a los toros

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¿Se abre la cultura a los toros? No, por Dios. ¿Cómo se iba a abrir a los toros si éstos ya son por sí mismos cultura y arte (“la fiesta más culta que hay en el mundo”, decía Lorca)? Quienes se abren a los toros, prestándoles el más clamoroso apoyo que nunca había recibido la Fiesta, son un nutrido grupo de escritores e intelectuales que, bajo la batuta de Fernando Sánchez Dragó y el empresario taurino Simón Casas, inauguraron este 7 de mayo el Espacio Arte y Cultura, Madrid 2012, que durante este mes tendrá lugar en una magnífica carpa levantada frente a la madrileña plaza de Las Ventas.

A lo largo de todo el mes de mayo y hasta el 9 de junio, cuando se clausurará el ciclo con la actuación de la cantaora Estrella Morente, se irán sucediendo toda una serie de actos en los que, junto con destacadas figuras del mundo de los toros (el diestro Cayetano Rivera o los ganaderos Juan Pedro Domecq o Victorino Martín, entre otros), contará con la participación de figuras tan conocidas como Vargas Llosa, el propio Dragó, Arrabal, Savater, Racionero, amén de otros que, como Loquillo o Luis Alberto de Cuenca, intervendrán en diversos coloquios.
 
¿Cuál es el propósito que anima a tales actos? ¿Se trata de explicar, enaltecer y defender la fiesta de los toros frente a los ataques cada vez más intensos que recibe y que, como decía Vargas Llosa, no han hecho probablemente más que empezar? Sin duda, aunque no es obstáculo para tal defensa —la dignifica incluso— el que, por ejemplo, todos quienes tomaron la palabra este 7 de mayo hicieron hincapié en expresar el máximo respeto hacia la opinión de los animalistas antitaurinos, los cuales… hacen exactamente todo lo contrario.
 
No sólo denuestan la Fiesta, sino que quisieran privarnos de ella. Desearían liquidar el último ritual público (valga la redundancia) que queda hoy en el mundo, la última expresión colectiva de arte que se produce cuando toda una plaza —recordaba Vargas Llosa— se halla en estado de trance, sobrecogida por la belleza, efímera como en una danza en la que un hombre y un animal se acoplan recordando, simbolizando ante todos y para todos, que la vida está entrelazada a la muerte: esa muerte que sólo el arte —el taurino o el que sea— es capaz de afirmar y vencer a la vez.
 
Y todo ello se hace ritual, simbólicamente, sin la menor utilidad práctica, recordando y enalteciendo con coraje la presencia de la muerte que nuestro mundo, cobarde y pusilánime, es incapaz de enfrentar. He ahí otras tantas afrentas que la última fiesta sagrada lanza a la cara de nuestro mundo. He ahí otros tantos escupitajos que esa Fiesta, esa celebración que nada tiene que ver con los vanos espectáculos de “la civilización del espectáculo” (como señalaba Dragó aludiendo al último libro de Vargas Llosa) lanza a la bobalicona cara del Último Hombre, como lo llamaba Nietzsche: eseque, contorsionándose sobre el vacío, sonríe y dice que es feliz.
 
Es por esto, desengañémonos, por lo que no soportan la Fiesta. ¿La muerte y el sufrimiento del animal?  ¡Por favor!… Aparte de que, como señalaron tanto el ministro José Ignacio Wert como Mario Vargas Llosa, si desapareciera la Fiesta, desaparecería también la extraordinariamente bien cuidada, mimada, raza del toro de lidia; aparte de ello, ¿es que se han vuelto todos vegetarianos, acaso? ¿Tal vez le importa a alguien la innoble muerte industrial de los cuatro millones de patos, cinco millones de cerdos, un millón de vacas y dos millones de gallos que todos los días se matan en Nueva York”, como decía Lorca en el poema que dedicó a la metrópoli emblema del mundo industrial?

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