Una limpiadora limpia una obra de "arte" contemporáneo

El pueblo trabajador cumple con su deber

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Ha ocurrido un montón de veces. Y ahora una más. Una trabajadora de la limpieza del Museo Ostwald de Dortmund estaba tan ricamente cumpliendo su menester cuando, de pronto, percibió unas manchas blancas que ensuciaban un armatoste de madera arrinconado en una esquina. Ni corta ni perezosa, la buena señora se armó de su fregona… y vean ustedes lo que pasó.

“¡Cielo santo! —exclamó la proba limpiadora— ¿Quién será el guarro que ha ensuciado estos peldaños con semejantes manchas blancas?” (aún pueden apreciarse en la fotografía que aquí se publica). “¿Serán quizá manchas de leche, de… semen, acaso? —añadió para sí misma—. ¡Venga, vamos ahí, que esto lo arreglo yo en un periquete!”. Y después de fregar con toda la fuerza de sus proletarios brazos: “¡Victoria! —exclamó— Ya ha desaparecido toda esta mugre”.
 
Quien no gritó “¡Victoria!”, sino “¡Tierra, trágame!” fue el director del museo cuando el día siguiente descubrió la impoluta limpieza que cubría la cosa titulada Wenn es anfängt durch die Decke zu tropen, que en cristiano significa“Cuando empieza a gotear el techo”, realizada (“cometida”, habría que decir) por un tal Martin Kippenberger (1953-1997). (De acuerdo: hay engendros mucho peores, pero esto no quita ni pone nada.)
 
Ya no goteaba el techo, ¡ay! O si goteaba, ya no se percibía el resultado del goteo: habían desaparecido las manchas de cal que cubrían los peldaños inferiores de la cosa. Como ésta ha quedado, pues, desfigurada, no queda más remedio —dicen ahora— que tirarla a la basura (como si ya antes no hubiera sido éste su más destino más conveniente). La pérdida económica es enorme: a 800.000 euros se evalúa el valor del engendro (¿se lo harán pagar a la benemérita limpiadora?…). De la pérdida artística, mejor no hablar: es inconmensurable, no tiene precio, dicen los expertos.
 
Lo curioso es que los expertos no se hayan percatado de una muy fácil solución. Por la mitad de dicho precio servidor está dispuesto a coger un bote de pintura blanca y a esparcirlo por los peldaños del armatoste. Pero ¡silencio!… ¡No les demos ideas! Igual acabarían salvándolo y privándonos de su desaparición.
 
Regocijémonos, en cualquier caso, y expresamos toda nuestra simpatía a esta trabajadora que ha realizado una indudable obra de bien. Viendo la cantidad de veces que han ocurrido hechos análogos, viendo cómo el pueblo llano no comulga con las ruedas de molino de las memeces  contemporáneas (comulga con otras…, éste es el problema), viendo, por ejemplo, que entre cientos de comentarios que la noticia ha suscitado en un importante periódico nacional, sólo un memo intentaba defender la "obra", viento todo esto, uno hasta empieza a simpatizar con los populistas que pretenden que es en la honestidad sencilla, es en la decencia popular (como pretendía Orwell) donde está la salvación. Una cosa, en cualquier caso, es evidente: si salvación hay, no hay que buscarla en ningún caso entre los charlatanes, cantamañanas y embaucadores de nuestras pretendidas élites intelectuales.

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